Daniel Radío

Daniel Radío


Crónica de una laicidad vulnerada

27.May.2016

Hace 200 años el Presbítero Dámaso Antonio Larrañaga fundaba nuestra Biblioteca Nacional, en clara violación de la laicidad de lo que sería nuestro país.

Hace 200 años el Presbítero Dámaso Antonio Larrañaga fundaba nuestra Biblioteca Nacional, en clara violación de la laicidad de lo que sería nuestro país.

Los diputados de la época, hubieran estado omisos si no se hubiesen rasgado las vestiduras convocando al ministro del ramo (diga que, todavía no había diputados ni ministros).

Es más: ni siquiera existía el país (y estos curas ya andaban queriendo meter sus narices en asuntos republicanos).

¡Faltaba más!

Parece que ni siquiera tuvo la delicadeza de sacarse la sotana al pronunciar la oración fundacional.

Para colmo, revisando los primeros volúmenes, se hallaron algunos ejemplares de los evangelios, sin los correspondientes pictogramas que advirtieran de los riesgos de su lectura.

Y por si fuera poco, hay quienes presumen que el chasque de la parroquia participó activamente en la convocatoria al evento fundacional.

Dado que había fallecido hace poco menos de un año, no se pudo imputar al también Presbítero José Manuel Pérez Castellanos, por la coautoría del delito, pese a haber sido responsable por el legado de un importante número de ejemplares. Se discutía mientras tanto qué hacer con la donación de libros de los Padres Franciscanos, que fue perpetrada a plena luz del día.

Debe quedar claro que quienes tenemos una mirada crítica de este acontecimiento, no cuestionamos el derecho del presbítero y sus cómplices a fundar una biblioteca, siempre y cuando ésta estuviera libérrimamente enclaustrada, dentro del salón parroquial, y el sacerdote se cerciorara del adecuado cierre de las cortinas, particularmente en aquellas ventanas que dan a la escuela vecina, para evitar exponer a nuestros frágiles muchachos.

En el entendido de que estos extremos no se han cumplido, es que responsablemente asumimos la tarea de denunciar este grosero atentado a la libertad de pensamiento, para tratar de oficiar como contundente cortafuego, por los riesgos que conlleva esta circunstancia tan poco republicana y que augura el inminente advenimiento de un estado teocrático en la margen oriental del río Uruguay. O al menos de una Iglesia siempre sospechosamente hostil hacia las instituciones democráticas.

Seguramente no es casual que, paralelamente a estos hechos, que están notoriamente vinculados a la etiopatogenia de nuestro "surmenage" nacional, en Francia prosperaba la restauración borbónica, lo que enciende una luz amarilla sobre nuestro porvenir democrático y republicano.

Don Segismundo Freud, años más tarde, pretendía explicar estos desórdenes constitucionales, en clave de un conflicto original nunca resuelto con el padre de la patria (de confesa vocación católica) y aquel inconcebible mandato de 1813 de promover la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable, bien propio de un padre autoritario, y que la rebeldía tan propia de los orientales, reinterpretaba como el establecimiento de la mayor cantidad de restricciones y de peros, que fuera imaginable.

Un verdadero canto a la tolerancia.