Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain


No soy de derecha ni de izquierda, sino todo lo contrario

11.Oct.2010

En uno de los comentarios recibidos a mi posteo de la semana pasada, un lector compara mis dichos con los de Gustavo Escanlar y se pregunta por qué los que somos, según él, "de derecha", tenemos la ansiedad por definirnos como "políticamente incorrectos". 

Vayamos por partes. Admití, amigo lector, que en un país en el que el 99 por ciento de los intelectuales y representantes de la cultura es de izquierda, no serlo es, efectivamente, ser políticamente incorrecto.

Pero voy a pedirte algo: no me digas que soy de derecha. Cada vez que escucho esa acusación contra mi persona, me duelen los testículos. Y no es una metáfora, realmente me duelen y mucho.

Cuando me recibí de Profesor de Literatura en el IPA en 1982, los interventores de la época me pidieron que dijera un discurso en la ceremonia de graduación, porque me darían una medalla de plata. Cuando me aclararon que mi discurso debía pasar por su censura previa, no fui a la ceremonia ni fui a buscar nunca más la medalla.

Por la misma época escribí en semanarios opositores a la dictadura (lamento decir que no eran frenteamplistas) y llegué a ser investigado por la tristemente célebre DINARP.

También en esa época actué y versioné obras de teatro contra la dictadura. Hice todo aquello respetando enormemente el martirologio vivido por la izquierda durante esos años, pero discrepando con sus postulados de entonces.

Discrepé siempre con el concepto de la lucha de clases y con ese maniqueísmo que hacía de un guerrillero un luchador social, y de un demócrata blanco o colorado, un facho, o un rosquero, o un oligarca. Vos dirás que del otro lado también se manejaba el maniqueísmo contra los "tupas y comunachos". La diferencia está en que esos argumentos eran manejados por gente poco instruida (como Benito Nardone, que tildaba de bolches hasta a los batllistas). En cambio, la intolerancia de izquierda la promovían muchos de los más conspicuos intelectuales de la época.

Estudié  muy intensamente el Uruguay de los años 70, para escribir dos obras de teatro: "Dónde estaba usted el 27 de junio" y "El estado del alma"(*). Lo que más me alarmaba al analizar aquellos tiempos, era el diálogo de sordos en que los violentos de derecha y de izquierda avanzaban alegremente hacia la caída de las instituciones, incentivados por los respectivos imperios, mientras los que estábamos en el medio mirábamos para un lado y para el otro, como pasivos espectadores de un partido de tenis. Desde ya me adscribo a la siempre defenestrada "teoría de los dos demonios". Pero no me pegues, recordá que Tabaré Vázquez también la defiende.

En el 80 voté No. En el 83 estuve en el acto del Obelisco y en el 89 voté verde, desobedeciendo al gobierno que yo mismo había votado en el 84. Pero en los cuatro primeros gobiernos democráticos, deploré la oposición sistemática del Frente Amplio a muchos cambios que eran imprescindibles para el país. Todavía recuerdo que rechazaron la compra de las primeras centrales digitales de Antel, gracias a las cuales la telefonía empezó a dejar de ser una vergüenza nacional. Todavía recuerdo que rechazaron todos los proyectos de reforma de la seguridad social, cuando cualquier estudiante de Economía de primer año sabía que si el sistema seguía como estaba, colapsaba. Todavía recuerdo que rechazaron la reforma educativa que promovió las escuelas de tiempo completo. Todavía recuerdo que rechazaron la ley de asociación de ANCAP con privados, una ley que había sido redactada por ellos mismos. Todavía recuerdo que, durante el gobierno de Batlle, se oponían a la inversión de Botnia y que en la grave crisis de 2002, reclamaron que el país cayera al abismo del default.

Deploré siempre el desprecio de la izquierda por la iniciativa privada, el lugarcomunismo de ver en todo empresario a un explotador y en todo medio de difusión liberal a un agente del capitalismo. Aborrecí el anatema al "neoliberalismo", en un país en el que nunca se privatizó nada y siempre se defendió con vocación suicida a un estado pesado, caro y plagado de corporativismos.

Pero convengamos que ahora todo es diferente. Desde que el Frente llegó al gobierno en 2005, muchas de sus posiciones maximalistas cayeron en el olvido, para alivio de quienes las temíamos y para sorpresa y furia de muchos izquierdistas históricos, que se vieron defraudados. Me hace gracia escuchar hoy al Presidente Mujica decir que no hay más plata para los empleados públicos; cuando lo decía el Ministro Ignacio De Posadas, era un neoliberal tecnócrata e insensible. O sentir la queja de Lucía Topolansky porque el reciente paro general tuvo motivaciones políticas... Cuando Sanguinetti decía lo mismo, era un enemigo de las causas populares.

Yo a esta altura los respeto a todos. A todos quienes tienen la dura responsabilidad de gobernar un país pequeño, sumamente dependiente de los vaivenes económicos regionales, y en el que vive un pueblo acostumbrado a pedirle a Papá Estado que le solucione todos los problemas.

Por eso hoy puedo decir que no soy ni de derecha ni de izquierda. Aplaudo tanto la reforma del puerto hecha por Lacalle, como la de la seguridad social hecha por Sanguinetti, como el Plan Ceibal propuesto por Vázquez. Y deploro la mentira, la corrupción y el autoritarismo, esté en el partido que esté. Criticame si querés, amigo lector, pero no me cuelgues una etiqueta al cuello.

 

(*) Si te interesa leer estas piezas, pedímelas por este medio que te las envío por mail.