Políticamente incorrecto

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La columna de Álvaro Ahunchain


Elena Pura Vida

10.Abr.2011

 

Cuando alguien le pregunta a Júver Salcedo cómo está, él responde "Pura vida". La preciosa expresión bien vale para definir a Elena Zuasti. Aunque no acompañé el padrenuestro que dijo un cura durante su velorio de este sábado, coincidí con él en que decir que Elena "dejó de existir" es profundamente erróneo. El religioso lo atribuye a que ella pasó a otro plano de la existencia. Eso lo desconozco. Pero de lo que no tengo dudas, es que con la huella indeleble que dejó Elena en varias generaciones de alumnos de arte escénico, tiene vida para rato. Sería sorprendente hacer el recuento de la cantidad enorme de actores profesionales uruguayos que deben buena parte de su eficacia interpretativa a esta maestra inmensa. Hoy, cuando esos actores emocionan a su público, están aplicando sus enseñanzas y, en cierto modo, canalizando la influencia espiritual de Elena, haciéndola sobrevivir.

Mi primera experiencia teatral fue en 1969. Yo tenía apenas 7 años, y el actor Mario Palisca me invitó a interpretar un rol infantil en la obra "Liolá" de Pirandello, con que un grupo de gente joven rendiría su examen de egreso de la EMAD. Allí actuaban Ana Rosa, Caterina Pascale, Filomena Gentile y Eduardo Marzoratti, entre otros. La directora no era otra que Elena Zuasti. Cuarenta años después, tuve el raro privilegio de ser yo quien dirigiera a Elena como actriz, en "La casamentera", de Thornton Wilder, que estrenamos en la Alianza con el grupo Comediantes.com, fundado por ella. Había que verla acatando con el mayor esmero las indicaciones de quien había visto casi nacer. Había que verla pidiéndome permiso con humildad, para hacer aportes a la puesta, que a mí se me habían escapado.

Es que toda la vida de Elena estuvo signada por la generosidad y el amor a la formación de los jóvenes. Una vez me confesó que empezó a estudiar teatro contra la opinión de sus padres; si no recuerdo mal, me contó que literalmente se escapaba de la casa para asistir a las clases de Margarita Xirgú en aquella EMAD recién nacida de los años 50. Tal vez esa obstinación por jugarse por su propia vocación haya sido la explicación de la intensidad con que Elena ofrendó su vida a formar gente joven. Primero en la EMAD, después en el mítico Workshop de la Alianza, de donde emergió gente como Andrea Davidovics, Ariel Caldarelli, Federico Scasso, Bettina Mondino y Enrique Mrak, más tarde en toda escuela que la convocara para que ella siguiera transmitiendo su arte: Comediantes.com, el Instituto de Actuación Montevideo, IAM, creado por sus alumnas Gabriela Iribarren, María Mendive y Marisa Bentancur, la escuela de Italia Fausta, creada por su alumno Omar Varela, y tantas otras...

Algunos compañeros del medio teatral siempre cuestionaron a Elena por haber aceptado hacer teatro durante la dictadura en la sala 18 de El Galpón, una vez que fue ilegalmente requisada por el régimen. Siempre sentí que debía tratarse esa cuestionable decisión con respeto, por varias razones. Primero porque bajo una situación de terrorismo de estado, cada persona tiene derecho a decidir hasta dónde jugarse, pero no sé si se puede exigir al prójimo cómo debe actuar. Elena no se benefició con esa situación, de eso nadie debe tener dudas. Segundo, porque gracias a que ella y otros excelentes teatristas ocuparon ese espacio, hubo una nueva generación de actores que recibió una gran formación, a pesar de la debacle cultural auspiciada por el régimen con sus prohibiciones. Y tercero, porque durante la dictadura Elena Zuasti fue una artista comprometida con la libertad, que protagonizó y dirigió espectáculos combativos que mantuvieron encendido el ideal democrático en el público uruguayo. Ya en 1972, su puesta en escena de "Isabel, tres carabelas y un charlatán" de Darío Fo, es prohibida por las "medidas prontas de seguridad" del gobierno de Bordaberry. En 1977 actuó en una antológica versión de "La lección" de Ionesco, dirigida por Alberto Restuccia, compartiendo elenco con él, Luis Cerminara y Ana Rosa. Esta puesta, junto a la emblemática "Paternoster" de Jacobo Langsner, dirigida por Mario Morgan en 1979, con Elena, Armando Halty y Enrique Mrak, deben recordarse entre los espectáculos antidictatoriales más osados de esos años (En mi antología personal de espectador, están junto a aquella fantástica puesta de "Rinocerontes" de Ionesco, que dirigiera Héctor Manuel Vidal en El Galpón). En el velorio de Elena, Cecilia Pérez Mondino me recordaba que Ruben Castillo la había dirigido en otro espectáculo prohibido por la dictadura, "Amor y  boda de Jorge con Giorgina" de Carlos Maggi.

Hay otra faceta de la fértil trayectoria de esta gran teatrista que no quiero soslayar. Es su capacidad de riesgo artístico. Ella trabajó codo a codo con los locos geniales de Teatro Uno, Alberto Restuccia y Luis Cerminara, en la revolución estética que impusieron en los años sesenta, estrenando a Beckett, Ionesco, Adamov, Vian y Pinter. Este camino no fue una elección pasajera; a lo largo de toda su vida siguió apretando el pedal de la transgresión con energía y sin miedo.

Prueba de ello fue su inolvidable puesta del "Cándido" de Voltaire, en plena dictadura, utilizando un lenguaje teatral que no tenía precedentes, pleno de inventiva y humor. También lo fueron algunas de sus más recientes actuaciones, como la de de la inefable monja fumadora de "Entre tinieblas" de Almodóvar (no perderse la foto, que publicó Marisa Bentancur en su perfil de Facebook). O la viejita pachequista que termina asesinando a los tres planchas que copan su casa, en un capítulo de la serie televisiva "8 x 8", escrito y dirigido por Adrián Caetano. O el desnudo que realizó a sus 74 años de edad en "El último fuego", de Dea Loher, dirigida por Fernando Alonso. O el intenso duelo actoral que le cupo junto a Verónica Perrotta en la película "La espera" de Aldo Garay. O el personaje siniestro que, se dice, encarna en la aún no estrenada "Ojos de madera" de Roberto Suárez.

Tantas facetas creativas hacen inabarcable la vida de Elena.

Quedan muchos recuerdos. Como el que me contaron hace poco, de cuando fundó el Workshop de la Alianza. Como sería un curso gratuito, hubo un exigente examen de ingreso. Se habían colmado las plazas disponibles y Elena quería agregar a dos aspirantes más, que por diversas razones no habían llegado a la máxima calificación. Esos dos aspirantes eran nada menos que Nacho Cardozo y Laura Sánchez... O sea que todo lo que estos dos grandes artistas nos hacen sentir desde el escenario, se debe en muy buena parte, a una generosa decisión de Elena.

Tengo otro recuerdo que me incluye. Los actores jóvenes de Comediantes.com, Nicolás Furtado y Nicolás Invernizzi, se entusiasmaron mucho con un texto mío de dos personajes, "Se deshace más fácil el país de un hombre que el de un pájaro". Promediando los ensayos, se supo que no se contaba con productor para costear los gastos de la puesta en escena. Cuando me consultaron, mi posición era no estrenar. Elena, sólo para responder al entusiasmo de los dos actores, sacó un préstamo personal para cubrir esos costos. Y siendo plenamente consciente de que la taquilla nunca los cubriría. Pero ella estaba feliz, porque había puesto sobre el escenario a dos alumnos. Porque había vuelto a crear y creer en el arte.

Invito a los lectores que utilicen el foro de este blog para agregar sus propias vivencias junto a Elena. Sería muy bueno que tantos y tan lindos recuerdos no se desvanezcan con el paso del tiempo. Como un aporte, enlazo la interesante entrevista que le hizo Luciano Bermúdez en la Alianza:


Meses antes de su muerte, las redes sociales lograron que sus alumnos de distintas generaciones le rindieran homenaje al cumplir 60 años de teatro. Fue una cena en la parrillada Don Koto, registrada en la foto que ilustra esta nota, que extraje del perfil de Facebook del actor Alejandro Martínez. Creo que es la mejor manera de recordar hoy a Elena Zuasti. Sonriendo (cosa que no hacía a menudo, porque era muy pudorosa en expresar sus sentimientos) y rodeada de sus hijos. Sí. Nunca tuvo hijos y sin embargo tuvo cientos, acaso miles de hijos. Tiene razón el cura que habló en su velorio. ¿Quién dijo que dejó de existir?