Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain


Capital Iberoamericana de la Cumbia

03.Ene.2013

 


El 2013 arrancó con un interesante debate cultural. Para anunciar en forma celebratoria la declaración de Montevideo como Capital Iberoamericana de la Cultura, la Intendencia presentó en cadena de televisión un video clip que versiona el himno a la ciudad, de Mauricio Ubal, con distintos representantes del arte y la cultura que lo cantan y bailan (puede verse en la home de Montevideo Portal).

La pieza comienza con una humorada: un locutor solemne anuncia un mensaje desde el despacho de la Intendenta, pero quien aparece allí no es Ana Olivera sino Ruben Rada y, con él, decenas y decenas de artistas que en lugar de realizar declaraciones, se unen en una canción que homenajea a la ciudad.

Empiezo por aclarar que la pieza audiovisual me pareció muy pertinente y encantadora. Las redes sociales se llenaron de posteos recelosos y críticos sobre por qué no apareció fulano o mengano, como si en un video de unos minutos tuvieran que estar representadas todas las artes y todas las tendencias... Hubo una crítica que sí me pareció digna de comentar, la que realizó en su perfil de Facebook el escritor Diego Recoba:

http://www.facebook.com/notes/diego-recoba/la-mancha-de-humedad-la-intendencia-y-la-cumbia/10151395340398134

Con una escritura impecablemente persuasiva, Recoba hace notar la ausencia de cultores del género tropical en el video. Observa con acierto que allí no se está ante un olvido casual, sino que lo que primó fue una decisión de los responsables de la pieza, de desvalorizar un tipo de música que tiene alto nivel de preferencia en el público uruguayo. En la parte medular de la nota, el autor dice que las políticas culturales deben responder a "la totalidad de los ciudadanos, sin distinciones, porque las autoridades no están para formar el gusto ni para marcar tendencias, sino para asegurar el goce total, por parte de todos los ciudadanos, de sus derechos culturales".

Discrepo con ese punto de vista. Y puedo expresarlo sin generar suspicacias, porque no hace falta que diga que estoy lejos, muy lejos, de cualquier posible cenáculo de artistas o comunicadores supuestamente arrimado al poder de turno.

Creo que sí, que las autoridades están para formar el gusto y marcar tendencias. Que obviamente no están para impedir el goce de derechos culturales diferentes o alternativos. Pero los gobiernos no deben colocarse en una cómoda imparcialidad, que los haga destacar por igual cualquier propuesta, sin importar su calidad.

Es verdad que no puedo hablar con propiedad de la calidad estética de la cumbia o la música tropical que se produce en nuestro país (he opinado en contra de la cumbia villera argentina, una expresión cultural embrutecedora, sexista e instigadora de la violencia, pero sé que esa es otra historia). Lo que sí creo es que la cumbia, con sus letras, melodías y estructuras rítmicas elementales, no enriquece la sensibilidad de quien la escucha. Puede ser divertida para muchos, no lo discuto. Pero el estado no tiene por qué promover lo divertido, sino que con sus recursos siempre escasos, tiene que fortalecer las propuestas culturales de mayor jerarquía estética. Es un punto de vista antipático, sin duda, pero necesario.

En el diseño de la política cultural hay que elegir; tratar de quedar bien con todo el mundo, que sería aparentemente lo justo, es en realidad demagógico. Es perfectamente respetable que los promotores de la música tropical crean en el valor estético de su producto, pero es igualmente respetable que las autoridades culturales opinen lo contrario. Más aún: los ciudadanos debemos exigir que no sean neutrales, que jerarquicen lo que creen bueno y lo pongan en competencia contra lo que muchas veces premia el mercado, al amparo de la ignorancia y la falta de referencias ejemplares.

Si la cumbia representa un movimiento cultural desafiante del statu quo, como lo fue el tango a principios del siglo XX, entonces con más razón debe colocarse al margen de las bendiciones oficiales. Pero al igual que el "melódico internacional" de Ricardo Arjona, creo que estamos lejos de encontrar en la música tropical uruguaya una propuesta contestataria y movilizadora. Más bien se trata, en uno y otro caso, de propuestas facilistas, que apelan a los impulsos más básicos y rehúyen la autoexigencia.

Lo que sobra en nuestra sociedad es cultura machacona, ordinaria, soez y paralizante. Los programas de televisión que vemos en Uruguay y hasta las páginas culturales de nuestros diarios informaron esta semana que Luis Ventura pagó por el video íntimo de Florencia Peña. Lenta e imperceptiblemente, nos estamos acostumbrando a la terrajada, nos está costando cada vez más distinguir lo enriquecedor de lo estupidizante. Esa es la verdadera mancha de humedad que está creciendo en nuestra conciencia colectiva: el prejuicio inclusivo que nos hace aceptar pasivamente que lo importante vale tanto como lo imbécil. Una mancha de humedad que empieza a resquebrajar el revoque que alguna vez aportaron Varela, Rodó, Vaz Ferreira y tantos otros. Nadie pide matarla con impermeabilizante: lo único que podemos esperar es que la política cultural del estado (y de los privados responsables) sea selectiva en sus contenidos y lo más amplia posible en sus públicos. Para que la gente elija lo que quiera, pero sabiendo qué más hay para elegir.