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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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Estoy en contra de la ley del porro, ¡qué facho soy!

12.Dic.2013

Ayer recibí la invitación a participar en la tertulia de “En perspectiva” de hoy de mañana, y lamento profundamente haberla rechazado por motivos de agenda. Porque acabo de escuchar la retransmisión nocturna del programa y me encontré con que los cuatro contertulios, en mayor o menor medida, celebraron la flamante legalización de la venta de marihuana. Una ley que tuvo su propia y onerosa campaña publicitaria, con cien mil dólares graciosamente donados por George Soros, quien, oh casualidad, será el probable proveedor de semillas de marihuana transgénica a través de su empresa Monsanto.

Ahora, si nos atenemos a las opiniones de los contertulios de “En perspectiva”, la opinión pública compró la idea de que este es un camino novedoso para combatir el narcotráfico.

Nadie se cuestiona que esa mafia va a buscar nuevas estrategias para seguir operando, como vender producto de inferior calidad a menor precio o bajar el de las drogas duras, para ganar mercado con ellas. Nadie parece recordar que el narcotráfico retuvo hace unos años la marihuana, durante un breve período, para que penetrara la pasta base, sentenciando a muerte a cientos, tal vez miles de jóvenes uruguayos. Nadie parece entender que el narcotráfico no se va a quedar quieto porque le quiten un producto, sino que va a buscar la forma de aprovechar la prensa que está teniendo la marihuana, así como la surrealista, insólita, desgraciada campaña publicitaria en que se mostró a médicos defendiendo su consumo.

La razonabilidad tuvo un breve respiro cuando el más que probable futuro presidente Tabaré Vázquez se expresó en forma firme en contra de la sustancia, en un liceo. Pero pareció que al poco tiempo fue aleccionado por los ideólogos de esta aventura, y terminó defendiendo por televisión la legalización no sólo de la marihuana, sino también de la cocaína, un producto que genera adicción y mata.

Así parece ser la “nueva agenda de derechos” de este gobierno. De las tres leyes que ha promovido, solo comparto la que consagra el matrimonio igualitario, porque es la única que de verdad avanza en la consagración de la equidad. La de interrupción del embarazo defiende a las mujeres pobres que se enfrentan al drama del aborto clandestino, pero lo hace a costa de pasarle por arriba al derecho a la vida de los embriones, esos locos bajitos que tienen la mala fortuna de no haberse organizado en un sindicato. Esta de la legalización de la marihuana podría haberse limitado a permitir el autocultivo, y eso la hubiera hecho compartible. Pero no. Se optó por producir, envasar, distribuir y vender, poniendo al estado en la contradicción insólita de haber combatido el consumo de tabaco de manera ejemplar, y al mismo tiempo estar facilitando el acceso a otra sustancia que, según los expertos, es tan o más dañina.

Han tenido un éxito formidable en justificar esta contradicción con el supuesto combate al narcotráfico, y con la equiparación de la marihuana a otras drogas legales, como el tabaco y el alcohol. Si estos están permitidos, ¿por qué la marihuana no? Entonces podríamos decir: si hay políticos que mienten y no son penados por eso, ¿por qué no legalizar la mentira, autorizándolos por ley a faltar a la verdad y manejar argumentos falaces?

Cuando un gobierno legaliza una práctica que daña la salud o contradice las normas éticas, lo que hace es avalarla. La legalización en sí misma está comunicando que esa práctica es aceptable, compartible y digna de ser emulada. Saca al consumo de la libre intimidad de quien lo ejerce y lo coloca a la luz pública, diciendo: esto se hace, o sea que se puede hacer.

La única legislación comprensible en este tema sería para dejar de encarcelar a la gente que, en el ejercicio de su libertad personal, cultiva marihuana en su casa, y complementar esa acción con campañas masivas que informen a la población, especialmente a los niños y jóvenes, que el consumo de ese producto es nocivo.

El estado está para intentar corregir los errores que cometen los ciudadanos, no para promoverlos. No basta con decir que la ley prevé realizar campañas contra el consumo y que perseguirá a los conductores que manejen fumados. El estado no debería facilitar el acceso al producto, como no debería producir y vender bebidas alcohólicas, algo que insólitamente realiza desde hace décadas.

En el mismo momento en que se devela el pésimo nivel de nuestro sistema educativo, medido con parámetros internacionales, estamos promoviendo la venta a través de farmacias de una sustancia depresora de la conciencia, según un claro y contundente dictamen de la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría. Este es el gobierno que más ha menospreciado a la academia, desde que tengo memoria: han cuestionado la moral de abogados y escribanos, han acusado a los médicos de mafiosos, se han reído de los intelectuales que no pueden levantar un balde de mezcla y ahora desconocen la opinión concluyente de los psiquiatras. Pero qué importa, si igual tenemos jugadores de fútbol a quienes canonizar.

En la noche de hoy asistí a la presentación del libro “Los valores de los jóvenes uruguayos”, en el que Alberto González Ramagli, Pablo Mieres e Ignacio Zuasnabar informan sobre inquietantes resultados de una investigación. Entre las primeras revelaciones anunciadas, figura que nuestros jóvenes, en el eje entre autoridad y libertad, se definen mayoritariamente por la primera. Y que la percepción de la importancia de vivir en democracia dista mucho de la que nos unía a los jóvenes de los 80. La académica que comentó el libro en la sede de la Fundación Konrad Adenauer se mostró sorprendida por esa involución de valores, en tan poco tiempo.

¿Y no será que nuestra generación está incumpliendo en la defensa y transmisión de dichos valores? ¿No será que este nuevo estilo de legislar pasándole por encima a la salud y a la ética está modelando una nueva generación apática, prescindente y estancada, bien regada por el déficit educativo y el bochorno cotidiano de la cultura chatarra?

 

¿Nos estamos peronizando? Mala suerte. Lo bueno es que los progres del mundo nos aplauden, porque hacemos en nuestro frágil país el salto al vacío que ellos nunca se atreverían a realizar en los suyos. Qué cool son estos yoruguas, ¿no?