Había un alambrado. Ella se apuró a saltarlo y uno de los dos niños se le cayó. Trató de recogerlo pero estaba enganchado. Levantó la vista y los turcos estaban al lado. Otros armenios le gritaban que se apurara. Dio media vuelta y corrió con toda la fuerza que le quedaba. Sortear el peligro o quedar atrapado, cambia el destino de todo un pueblo.

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Columna de Facundo Ponce de León

Sobre el autor

Montevideo, 21 de agosto de 1978. Doctor en Filosofía por la Universidad Carlos III de Madrid. Licenciatura en Filosofía y en Ciencias de la Comunicación por la UDELAR. Periodista en prensa escrita (El Observador, El País, Freeway) y televisión (Vidas, Contenidos TV, Teledoce). Profesor de Antropología filosófica en la UCU. Escribió el libro "Daniele Finzi Pasca: teatro de la caricia". Investigador en la CFP. Percusionista. En 2012 fundó Mueca films junto a su hermano Juan.

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Historia y destino

23.Abr.2014

Había un alambrado. Ella se apuró a saltarlo y uno de los dos niños se le cayó. Trató de recogerlo pero estaba enganchado. Levantó la vista y los turcos estaban al lado. Otros armenios le gritaban que se apurara. Dio media vuelta y corrió con toda la fuerza que le quedaba. Sortear el peligro o quedar atrapado, cambia el destino de todo un pueblo.

Los turcos estaban llegando y ella comenzó a correr. Puso debajo de los brazos a sus dos hijos chicos, que aún no sabían caminar. Así escapaban los tres. Era una zona descampada. Los turcos se veían cada vez más cerca. Había un alambrado. Ella se apuró a saltarlo y uno de los dos niños se le cayó. Trató de recogerlo pero estaba enganchado. Levantó la vista y los turcos estaban al lado. Otros armenios le gritaban que se apurara. Dio media vuelta y corrió con toda la fuerza que le quedaba con su hija pequeña apretada bajo el brazo. Durante 4 días se refugiaron donde podían. En un pueblito les dieron agua y fruta. Ellas dos se salvaron.

Poco tiempo después consiguieron lugar en un barco que zarpaba hacia América del Sur. Llegaron al Puerto de Montevideo. La madre consiguió un lugar en la zona del Cerro y La Teja porque le dijeron que allí había otros armenios. En efecto, se fue encontrando con otros y empezaron, lentamente, a aprender el español y entender dónde habían ido a parar.

En los mismo años, en otro barco, un grupo de jóvenes armenios se escapa también del peligro. Eran primos y amigos del barrio. Las condiciones del viaje eran pésimas pero al menos iban todos juntos. Eso hasta que llegaron a Sudamérica. En cada puerto los hacían bajar arbitrariamente, sin tener en cuenta quiénes conocían a quiénes.

Cuando llegaron al puerto de Montevideo, le dijeron a él que bajara. Pidió para que al menos un primo lo acompañara pero no le dieron corte. Bajó sólo. En la zona del Mercado del Puerto le dijo con señas a una persona que él sabía de electricidad. Tenía que trabajar cuanto antes para subsistir. De a poco, aprendió español y a rebuscarse como electricista. Muchos años después pudo dar con sus familiares, algunos en Argentina, otros en Brasil.

En el Club Armenio conoció gente que, como él, escaparon de los turcos. Se fijó en una chica de 14 años. Era aquella niña que había escapado con su madre. Un año después se casaron. Tuvieron dos hijos que nacieron en Montevideo: un niño y una niña. Crecieron escuchando hablar del exilio, la diáspora del pueblo, la memoria y el horror de lo sucedido entre 1915 y 1923. Pero a su vez crecían en esta tierra: tomaban mate, eran hinchas de fútbol, hacían asado a las brasas además de lehmeyún con receta propia.

El hijo se casó y tuvo a su vez tres hijos: dos mujeres y un varón. De a poco fueron conociendo también la historia: la de la bisabuela que corrió, la del abuelo polizón en un barco, la de los apellidos y los nombres armenios que llegaron a esta tierra, que ahora es la suya.

Mañana se cumplen 99 años del genocidio. Se habla de cifras, millones, cientos de miles, que Turquía no lo reconoce, que desde Suiza se apelará al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) por el caso de Dogu Perinçek; que hoy los armenios no ocupan ni el 10% del territorio que les pertenece.... No quisiera menospreciar ninguna de esta discusiones que hacen a la historia de un pueblo en el mundo. Sólo llamar la atención de que la historia con mayúscula es diminuta al lado del destino de una persona que corre e intenta saltar un alambrado. Sortear el peligro o quedar atrapado, cambia el destino de todo un pueblo. Sin cifras, sin geopolítica, sólo el destino de alguien que escapa y salva una vida. Una sola.

Los jóvenes armenios del Uruguay realizan hoy a las 18:00 una Marcha desde la Plaza Independencia hacia la explanada de la IMM conmemorando el Genocidio. De las dos hijas que tuvo él han nacido ya tres hijos. El menor aprendió a caminar hace poco. Balbucea las primeras palabras. Irá con su madre a la Marcha. Ellos no tendrán que correr ni saltar un alambrado. Caminarán de la mano y en silencio, siguiendo el destino de una familia y la memoria un pueblo.



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