¿por qué nos encargamos todo el tiempo de duplicar la vida? Como si no tuviéramos bastantes problemas con la realidad, estamos todo el día duplicándola. Una película, un libro, una canción, un cuadro, una foto, una escultura, es una ficción que se introduce en la realidad de la vida.

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Columna de Facundo Ponce de León

Sobre el autor

Montevideo, 21 de agosto de 1978. Doctor en Filosofía por la Universidad Carlos III de Madrid. Licenciatura en Filosofía y en Ciencias de la Comunicación por la UDELAR. Periodista en prensa escrita (El Observador, El País, Freeway) y televisión (Vidas, Contenidos TV, Teledoce). Profesor de Antropología filosófica en la UCU. Escribió el libro "Daniele Finzi Pasca: teatro de la caricia". Investigador en la CFP. Percusionista. En 2012 fundó Mueca films junto a su hermano Juan.

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Ficción y realidad

07.May.2014

¿por qué nos encargamos todo el tiempo de duplicar la vida? Como si no tuviéramos bastantes problemas con la realidad, estamos todo el día duplicándola. Una película, un libro, una canción, un cuadro, una foto, una escultura, es una ficción que se introduce en la realidad de la vida.

La primera reacción es la sorpresa: ¿por qué nos encargamos todo el tiempo de duplicar la vida? Como si no tuviéramos bastantes problemas con la realidad, estamos todo el día duplicándola. Una película, un libro, una canción, un cuadro, una foto, una escultura, es una ficción que se introduce en la realidad de la vida. Parecería ser una complicación, una manera de confusión, como si la imaginación nos distrajera de lo concreto. Son muchos los que entienden de esta manera la ficción. Sin embargo, la rígida dicotomía realidad-ficción es falsa al menos por dos motivos.

El primero de ellos es que la realidad es, ella misma, algo que debemos estar imaginando todo el tiempo. Pensemos por ejemplo en una silla. Diremos que es un objeto para sentarse y esto lo hacemos porque nos imaginamos sentados en ella. Pero si uno tiene necesidad de sacar una valija del placard de arriba, la silla se convertirá inmediatamente en una pequeña escalera, al verla proyectamos que tiene la altura que nos permite elevarnos. Si alguien comienza a disparar contra nosotros, la silla puede ser inmediatamente una guarida, una trinchera, la tiramos al piso y nos refugiamos detrás de ella. Por último, esa misma silla, puede ser una reliquia si nos confirman que sobre ella desayunaba todos los días un famoso poeta ya muerto. Imaginar al literato bebiendo su café matinal convierte el asiento en un objeto muy especial, que por nada del mundo se nos ocurriría convertir en leña.

Como dice Julián Marías, las cosas no son lo que son sino lo que proyectamos que se puede hacer con ellas. Un ejercicio divertido es agarrar un objeto cualquiera y, como hicimos recién con la silla, comenzar a imaginar todos sus potenciales usos. Veremos así que la realidad no es real, está todo el tiempo mediada por nuestra capacidad de imaginarla. Por eso es tan grave atrofiar la capacidad humana de la imaginación y tan importante estimularla desde la niñez. Tener imaginación no es algo que nos permite evadirnos del mundo, sino lo que hace posible moverse mejor en él. Lástima los que se deleitan con la ficción pensando que se evaden de la realidad. El arte verdadero no nos aleja del mundo, por el contrario, lo hace más habitable.

El segundo motivo que hace falsa la dicotomía es que, lo mismo que se aplica a los objetos, se aplica a la existencia humana. Construir nuestra vida es la capacidad de estar todo el tiempo imaginándola. Esto se ve claramente en algunos momentos vitales: elegir qué hacer al finalizar el liceo, decidir si abandonar el país, si casarse, si renunciar a un trabajo. En todos estos casos, aparentemente concretos, lo que uno hace es imaginar consecuencias, proyectar el futuro (que por definición no existe, es decir, es irreal) y en función de esa imaginación tomar una decisión.

Pero este mecanismo tiene un aspecto desgarrador. Cuando imaginamos las posibilidades de la vida, nos percatamos que éstas son mayores que las que efectivamente podemos realizar. La imaginación desborda la vida. Todos hemos tenido el deseo alguna vez de estar en dos lados al mismo tiempo, de poder comenzar de nuevo, de preguntarnos que hubiera pasado si aquel día tomábamos la decisión contraria a la que tomamos. Es aquí donde entra otro de los roles claves de la ficción.

Todas las manifestaciones artísticas son el recurso humano para evocar esas vidas posibles que no se vivieron. Salvamos así pedazos de vida imaginada, actos heroicos que soñamos hacer, viajes en el tiempo que nos permiten entender mejor las agujas del reloj. Tampoco aquí nos evadimos en busca de finales felices. Seguimos anclados en la vida real. Es ella misma la que nos pide ficción para evocar lo que podría haber sido y para planificar lo que podría pasar mañana si nos animamos a dar el paso.



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