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Críticas, opiniones y caprichos de series de tv —sin spoilers-. Por Martín Otegui Piñeyrúa

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Martín Otegui Piñeyrúa es un guionista, profesor y productor de televisión convencido de que el final de Lost fue perfecto.

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The Uruguayan Watchers on the Wall

20.Jun.2014

"Lo de Suárez contra los ingleses parece una película", se escuchó mucho ayer. Para nosotros, más que una película, parece un capítulo de Game of thrones. De haber sido así, seguro que George R. R. Martin hubiese escrito algo de esto. The Uruguayan Watchers on the Wall.

Winter is coming. La batalla más importante de los últimos tiempos. Se enfrentan dos ejércitos muy distintos. Por un lado, un puñado de guerreros que pelean por el honor, por un juramento de hermandad, para defender a su pueblo, con una táctica de defensa y de resistencia. Por el otro, un ejército multitudinario conformado por soldados de los orígenes más diversos, que va al ataque con toda su artillería. Nadie cree que la Guardia de la noche pueda resistir, los invasores los superan en todos los aspectos. Sin embargo, existe una única esperanza: un joven rebelde decidido a ponerse la batalla al hombro.

Este héroe no es más que un bastardo. Un chico abandonado por su padre, que sobrevivió a una infancia difícil, que siempre estuvo rodeado pero solo. Ese tipo de soledad que siente quien no comprende su lugar en el mundo. Y para encontrar ese lugar, o simplemente para matar el tiempo, el bastardo se refugió desde muy pequeño en lo poco que tenía a su alcance: una espada de madera, o una pelota. Ese bastardo jugaría día y noche, sin sospechar que secretamente estaba forjando su destino.

Conforme fue creciendo su talento lo hizo destacarse de entre los demás. Nadie dominaba la espada como él. Pero por ser un bastardo, y no un lord o un caballero o un guardia del rey, todavía tendría que seguir esperando por una oportunidad para demostrar su habilidad en una guerra de verdad. A veces hace falta tener un apellido, una sangre que te coloque en un lugar de privilegio. No era el caso de éste héroe.

Cuando se aburrió de esperar la oportunidad que todos le negaban, abandonó el hogar y se fue a un lugar inhóspito, lejos de los suyos, pero donde pudo demostrar finalmente cuánto valía. Cruzó el muro, o el océano, y a los golpes se adaptó a una vida difícil. Fue profeta en tierra ajena, perfeccionó su técnica y ayudó a sus nuevos compañeros -todos menos hábiles que él- a convertirse en verdaderos guerreros. Sin olvidar nunca su origen, sin perder ni un gramo de su humildad.

Este héroe es hombre de un solo amor. Una mujer que conoció en un momento muy especial de su vida y que lo cambió para siempre. A partir de ahí, en cada una de sus batallas la tendría siempre presente. En su nueva patria lo acusaron de traidor, le impusieron el peor de los castigos. Lo hostigaron los mismos que lo habían recibido con los brazos abiertos. Pero, una vez más, se los ganó con su impresionante talento y un instinto asesino innato.

Ese es el héroe que George R. R. Martin eligió para que comandara al ejército menos potente en la batalla más grande de todas. Esa que consagra a los verdaderos héroes y los convierte en leyenda, o que los devuelven al fango del que nunca deberían haber salido. Bajo su mando, el humilde ejército comenzó bien la batalla. Con barriles y flechas pudieron neutralizar el ataque enemigo. Y cuando se animaron a atacar, dieron un golpe certero. Increíblemente, la guerra iba demasiado bien para los que no eran favoritos. Hasta que el ejército enemigo sacó a relucir su arma más potente: un gigante con cara de bebé enojado, el único capaz de vencer la férrea resistencia del muro.

La cosa se complicaba de nuevo. Los invasores ya estaban dentro del castillo, el gigante asechando y el pequeño ejército del muro perdía a sus mejores hombres. Hasta que, una vez más, el héroe bastardo -que ya estaba malherido- se enfrenta a los enemigos y les asesta el golpe final. Con el gigante fuera de combate -sus compañeros ya se habían encargado de eso- el enemigo comienza a replegarse y abandona el campo de batalla.

El héroe se consagra. Más allá del esfuerzo de cada uno de los hombres del pequeño ejército, queda claro que la guerra la ganó él. Le demostró a quienes lo criticaban y no confiaban en su temperamento que era un hombre hecho por y para la batalla. Probablemente, el mejor de todos. Pero la guerra no había terminado ese día, todos lo sabían. Todavía faltaba mucho para hablar de "victoria". Pero esa noche, en esa batalla, el bastardo más virtuoso de todos se convirtió en leyenda. 



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