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Que no quede en el tintero: ¡lo que resta por hacer!

18.Ago.2014

 

Recientemente fui invitado a participar a un debate televisivo, donde se nos interrogaba acerca de nuestra percepción sobre la campaña electoral, si ésta tenía sustancia e ideas, si se estaban discutiendo las propuestas programáticas de los partidos, entre otras cosas. Reflexionando a partir de dicha convocatoria, llegué a una conclusión: el talante de esta campaña es la campaña en sí misma. Por lo tanto, cabe preguntarse, ¿quién se beneficia si en las campañas no se discuten las propuestas programáticas?

En estos nuevos tiempos electorales, aparecen sesudos analistas políticos destinando litros de tinta y saliva, explicándonos el efecto de tal gesto, de los peinados y las acrobacias. Teorizan y profundizan sobre su objeto de estudio: "la pose". Problematizan acerca de las maneras de hablar, de caminar y de pararse de cada presidenciable. Nos explican, una y otra vez, qué es lo que nos gusta; a nosotros, los que estamos del otro lado de la pantalla. Casi que nos convencen, o por lo menos eso intentan, que lo importante es el marketing y que lo que se define en esta campaña es quién es será el presidente más canchero y simpático. En este sentido, pareciera que estamos viendo, viviendo y sintiendo una suerte de reality show, una especie de "Bailando por un sueño", que coloca la contienda electoral en un lugar fuera de la realidad, fuera de nuestro cotidiano, como si el resultado de la elección no tuviera efectos concretos en nuestra vida. Así, se traslada el centro de atención: nuestros problemas son asuntos de “ellos”, de los candidatos, y no de nosotros.

De esta forma, se esconde lo que está verdaderamente en juego: el destino de cada uno de los uruguayos. Porque en las elecciones nacionales no se define, solamente, la vida de los candidatos, sino la vida y suerte de todos y cada uno de nosotros. Ese "nosotros", no es abstracto y lejano, tiene rostro, nombre y apellido, el de un hijo, un padre un amigo o un vecino. Cuando votamos, hacemos uso de nuestro derecho ciudadano, y dentro del sobre ponemos mucho más que una lista con candidatos y partidos. En él, depositamos nuestros sueños, angustias, problemas y, por sobre todo, nuestra esperanza. En ese momento, asumimos la responsabilidad de decidir entre todos, las soluciones a los problemas del país, los del barrio y los de nuestra familia.

De nuestro voto depende, que quienes salen a trabajar todos los días, (8 horas o más), puedan llegar a fin de mes, puedan tener una vivienda digna, y que al regresar a su barrio, cuenten con todos los servicios públicos necesarios, como son el alumbrado, el saneamiento, entre otros. Depende también que los espacios públicos como las plazas y los parques vuelvan a ser el lugar de encuentro e intercambio entre los vecinos, los niños y sus juegos, los jóvenes y los adultos; construyendo así una sociedad donde tengamos mejores pautas de convivencia y por consiguiente, habitemos espacios más seguros y menos violentos. Pero para ello, será necesario un gobierno que continúe profundizando las políticas de vivienda, de salud, de educación, de infraestructura, culturales y sociales; y que no frene su impulso, sino que redoble el esfuerzo e implemente más y mejores medidas que sigan beneficiando a la mayoría de nuestra gente .

También con nuestro voto, aportamos a la generación de oportunidades, a través de la radicación de inversiones productivas, que apunten a sostener y desarrollar un entramado productivo. Priorizando así, el desarrollo industrial, incorporando más trabajo calificado e innovación tecnológica, agregando a su vez, valor a nuestra producción nacional agropecuaria. Así como también aportamos al proceso en el cual nos encontramos, para seguir avanzando y concretando una distribución más justa del ingreso y la riqueza, que permita a los uruguayos vivir en una sociedad con mayor equidad.

Sin políticas públicas de promoción, fomento y financiamiento de sectores estratégicos productivos, muchos de los jóvenes que hoy están estudiando no tendrán oportunidad de ingresar al mercado laboral, ni trabajar en empleos acordes a su preparación. No hace mucho que los jóvenes mejor calificados no tenían lugar en el Uruguay y eran obligados a emigrar en busca de una oportunidad de trabajo. Tampoco hace mucho que aquellos que no habían tenido la oportunidad de estudiar, eran condenados a la pobreza y la imaginación, porque no tenían fuentes de empleo.

El conocimiento no puede ser una mercancía a la que sólo accedan aquellos que les tocó nacer en Montevideo y en un hogar con buenos recursos económicos. Debe existir una mayor oferta pública, que permita a aquellos trabajadores de las ramas de servicios (limpieza, seguridad, supermercados, repartidores de volantes) que deseen capacitarse en un oficio, en un área tecnológica o científica, tengan la oportunidad de hacerlo y puedan cambiar su empleo y mejorar así, sus ingresos. Para que esto sea posible, se necesita que el Estado siga interviniendo en favor de los más pobres y continúe incrementando el presupuesto educativo. Debemos seguir dignificando la tarea docente, pagando mejores salarios, construyendo más centros de enseñanza y mejorando los planes de estudio.

El Uruguay del desarrollo nos exige más y mejor educación. Esto significa que todos los estudiantes deben contar con los mejores instrumentos y materiales para poder aprovechar al máximo sus capacidades de aprendizaje. Y para eso se necesita un gobierno verdaderamente comprometido y con el liderazgo suficiente, para empujar los cambios urgentes y necesarios en nuestro sistema educativo, vinculando la formación integral de los futuros ciudadanos, con una estrategia nacional de desarrollo. En el mundo que vivimos, estudiar y trabajar, son procesos cada vez más interaccionados. El conocimiento avanza a pasos acelerados y el mundo del futuro demanda trabajadores formados, para asimilar rápidamente los cambios, con capacidad de aprendizaje y de formación permanentemente.

A nivel individual, la enorme mayoría de los uruguayos no cuenta con las herramientas y los recursos suficientes para hacer frente a los desafíos actuales. El sistema actual no perdona a quienes se quedan atrás. Por esto, nuestro país necesita un gobierno, con propuestas y fortalezas, para conducir una estrategia de desarrollo, que tenga a la gente en el centro de sus preocupaciones, por encima del lucro y la ganancia de unos pocos.

A principios del siglo veinte, el Uruguay se destacó por su vocación fundadora, por su preocupación en la masificación del conocimiento y los derechos sociales, por tener un Estado emprendedor y por elevar la calidad de vida de todos sus habitantes. Esas transformaciones, de aquella generación progresista, dieron forma a nuestro Estado y muchas de esas políticas llegan hasta nuestros días. Pero aquel Uruguay, ese país que nos contaban nuestros abuelos, el país del "como el Uruguay no hay", sufrió los gobiernos de una derecha neoliberal empecinada en destruirlo. Necesitó más de 50 años, Dictadura mediante, para hacer pedazos el Uruguay batllista: terminaron con la industria nacional, redujeron los salarios e incrementaron la presión fiscal para los trabajadores, aniquilaron el Estado de bienestar, intentaron privatizar nuestras empresas públicas, cerraron el ferrocarril y ahogaron económicamente bienes públicos como la educación y la salud. Sus objetivos fueron "achicar el Estado" y lo lograron. La crisis del 2002 es producto de las sucesivas políticas adoptadas por quiénes hoy juegan a ser "los mejores gestionando". La infantilización de la pobreza es una de las peores huellas que nos han dejado sus gobiernos. Nos dejaron un país gris y sin esperanza, sin oportunidades, el país de las despedidas.

Pero, en el 2004 decidimos, con nuestro voto, que el país que soñábamos tenía que ser otro y tuvimos la valentía de cambiar. Cambiamos la política y cambiamos nuestra suerte. Le costó mucho a toda nuestra sociedad superar las heridas de la crisis, reactivar la economía y construir dignidad y esperanza. El Uruguay lleva 10 años de crecimiento económico sostenido. Logramos salir de la crisis mas grande de la historia del país. Hoy tenemos la oportunidad histórica de seguir cambiando el destino de Uruguay. Debemos aprovechar todas las fortalezas construidas para modificar la estructura productiva y social de nuestro país. Tenemos la convicción de que es posible refundar el país de la producción primaria, convirtiéndolo en un país industrializado, retomando el compromiso del primer batllismo: creando empresas, construyendo puertos, aeropuertos y carreteras, que conecten al Uruguay con la región y a la producción agropecuaria con la industria. Juntos podemos seguir cambiando la historia y seguir construyendo el país de nuestros sueños. Hoy, depende de nosotros, volver al país que supimos tener hace 50 años atrás.

El Uruguay de la libertad y la igualdad de oportunidades es posible, no podemos permitir que nos arrebaten el futuro. Tengamos la fortaleza y la valentía de decidir por el cambio, miremos los desafíos del presente y pongámonos al frente.

El Uruguay no se detiene, ¡vamos juntos por tercera vez!