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Nació en Montevideo el 22 de febrero de 1960. Senadora de la República por Casa Grande sector perteneciente al Frente Amplio. Licenciada en Filosofía y Doctora en Ciencia Política.

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Así no

24.Mar.2016

Estados Unidos, sus nuevos aliados en la región y la ambigüedad del progresismo criollo.

En 2005 se celebraba la sexta Cumbre de las Américas en Mar del Plata. La suerte del Alca estaba en juego. Para entonces, Kirchner ya había desterrado el "que se vayan todos" y lo había reemplazado por una confianza renovada en la política surgida de la triste comprensión del fracaso del "modelo" argentino. Por su parte, Chávez llevaba seis años en el gobierno de Venezuela y había demostrado que iba a por la política global de América Latina y se consolidaba como líder regional. Bachelet inauguraba un liderazgo relativamente nuevo y disruptivo en una Concertación chilena que se inclinaba levemente hacia la izquierda. Tabaré Vázquez, mientras tanto, se estrenaba en la arena regional por primera vez, con algunos golpazos.

El encuentro de Mar del Plata fue decisivo para la suerte del Alca, una movida de ajedrez impulsada por Estados Unidos para potenciar su liderazgo económico en una región que salía lentamente de la Guerra Fría con bastante recelo por el rol de ese país en el apoyo a las dictaduras latinoamericanas. Concebida en la época de Bush padre, la iniciativa continuó en el mandato de Clinton sin demasiadas resistencias; en la Cumbre de 1994 en Miami, nadie se había opuesto, salvo Cuba, ni tampoco en Santiago de Chile en 1998. Recién en 2001, en Quebec, el Alca había enfrentado la resistencia de Chávez, pero el entonces Presidente De la Rúa había ofrecido a Argentina ser el país "sede" para firmar el acuerdo. La mesa parecía servida para el Alca, sino fuera porque sólo cuatro años después, en 2005, la Argentina de Kirchner, el Brasil de Lula y el Uruguay del Frente Amplio (FA) habían cambiado sus gobiernos y, por consiguiente, sus orientaciones políticas generales. Ahora, Chávez tenía compañía para enfrentar al Alca y lanzar una plataforma de integración alternativa, de la cual el Mercosur sólo era el comienzo.  

El resultado de esa última venida de un presidente norteamericano a su anterior base "aliada" (Argentina resultó ser, desde la "era Menem" hasta Kirchner, un aliado estratégico de Estados Unidos), fue el estrepitoso fracaso del Alca. Mientras Estados Unidos redactaba una declaración final (apoyada por Panamá y México) para permitir el avance de las negociaciones, y Fox amenazaba con que la firmarían todos sin los países del Mercosur, si éstos se negaban, los Estados del bloque reclamaban porque se "tomara en cuenta las necesidades y sensibilidades de todos los socios, así como las diferencias en los niveles de desarrollo y tamaño de las economías".

Mientras tanto, en la "Cumbre de los Pueblos" también llamada la "Contracumbre", generada en paralelo a la Cumbre de las Américas, los pronunciamientos contra el Alca eran más firmes, reclamando la suspensión inmediata y definitiva de las negociaciones. Chávez dio un larguísimo y ovacionado discurso, y Bush fue abucheado. Era el fin del "Consenso de Washington" y de las relaciones "carnales" de Argentina con Estados Unidos (al decir del canciller Di Tella cuando la anterior visita de Bush padre a la Argentina de Menen), luego de su fracaso para impedir que su antiguo aliado apoyara a Inglaterra en la Guerra de las Malvinas.

Lo que pasó en el medio, es conocido. Cambiaron algunos protagonistas, surgieron otros: Kirchner primero y Cristina después, Lula y después Dilma, Evo y Correa, el experimento fracasado de Lugo en Paraguay, la sucesión de Mujica a la salida de Tabaré, la vuelta de Bachelet después de Piñera. La región experimentó un salto de crecimiento, redujo su vulnerabilidad externa, expandió el empleo, redujo la pobreza, incrementó los niveles educativos de la población, y mejoró de modo considerable el "clima democrático" con la expansión de los derechos de los trabajadores, las mujeres, los indígenas. China se transformó en el principal socio comercial de nuestros países, desplazando a Estados Unidos y la Unión Europea. Se fortalecieron los organismos regionales como la Unasur o la Celac, los países se defendieron de las intentonas de golpe de Estado -con bastante éxito en el caso de Bolivia o Ecuador y sin ninguno en el caso de Paraguay u Honduras-, y la soberanía latinoamericana permitió -ayudada por la crisis estadounidense- avanzar considerablemente en los grados de libertad para con el "hermano del Norte".

Hoy, en 2016, Obama no precisa venir a Uruguay, como anteriormente lo hizo su antecesor Bush en 2007, buscando un aliado en medio de una región hostil. Bush plantó en su momento "el huevo de la serpiente", que tuvo que digerir el FA y que se llamó TLC en su momento, luego Tisa, y hoy vuelve a cosechar los frutos con el TPP (Alianza Transpacífico). No, ya no precisa Obama recurrir a Uruguay. Hoy Argentina vuelve a ser su aliado natural, como si el tiempo no hubiera pasado. Si Estados Unidos precisa un socio, ya lo tiene; para desbaratar el Mercosur, para impulsar la alianza transpacífico, o para empaquetar a la humanidad toda en una lucha contra un terrorismo armado por ellos mismos, en la búsqueda de un enemigo externo luego de la caída del "socialismo real".

Libre comercio y políticas de seguridad y defensa (lucha contra el narcotráfico, instalación de bases militares) comandadas (y pensadas) por ellos, son hace ya mucho tiempo, el poco intercambio que nos proponen. Poco para ganar nosotros; algo para ganar ellos. Pero la moneda fuerte aún es la de ellos, la conectividad mundial es aún la de ellos, son ellos los principales proveedores de servicios del mundo, y siguen siendo la academia del mundo. Demasiadas tentaciones para pasar por alto, aún cuando todos sepamos que siete mil millones de personas en el mundo trabajan para el consumo de menos de mil millones que viven concentradamente allí, en los países de capitalismo "central" como solemos llamarnos, y que todos vivimos, trabajamos y bailamos al son de la música que producen.

Para Macri, lo de Obama es un espaldarazo, una vitrina al mundo, la posibilidad de transformarse en un líder regional. En una triple carambola, le permite cumplir afianzarse en la farándula política interna como un líder "global", desplazar lo más definitivamente posible la "maldita herencia K" ocultando sus símbolos, destruyendo su herencia y comprando sus lealtades, pero sobre todo, lo más importante; le permite invisibilizar el tránsito de Argentina hacia una nueva espiral de deuda, inflación y desigualdad creciente.

A diez años del fracaso del Alca, que proponía la creación de una zona de libre comercio desde Alaska a Tierra del Fuego, eliminando barreras arancelarias, liberalizando servicios, promoviendo acuerdos de protección de inversiones extranjeras intrazona que inevitablemente limitaban las capacidades estatales en varios sentidos (en la orientación de compras públicas es un ejemplo), hoy parece que volvemos a foja cero.

Nuevamente está sobre la mesa la misma idea; los aranceles "0" con el mundo (aunque no sepamos exactamente qué vamos a vender, y cómo nos vamos a beneficiar de eso, alucinados con la idea de un mercado de "miles de millones de personas"); la liberalización de servicios (sin siquiera entender cómo nos beneficia eso, siendo como somos más compradores que vendedores de servicios), y la renuncia a las capacidades estatales para orientar compras públicas, o defender el monopolio de la gestión pública de áreas estratégicas de nuestra economía (a la cual, lo que pasó sucedió con Ancap viene como anillo al dedo, sin mencionar a Petrobras en Brasil).

A diez años del fracaso del Alca, hoy, con otro nombre, vuelven las mismas y viejas ideas. Las que no hicieron al Uruguay más rico, sino más pobre, las que no hicieron al Uruguay más libre sino más dependiente, las que no hicieron al Uruguay más democrático sino mucho más autoritario.

Con Macri en Argentina y Cartes en Paraguay, con Brasil debatiéndose frente a un PMDB que aliado al PSDB va a intentar librar a Brasil del Mercosur y practicar el "regionalismo abierto", sólo nos queda un espacio pequeño, bien delimitado, para hacer política. No debería ser tan difícil marcar posición, aunque luego sea difícil sostenerla frente a socios poderosos. Pero para un país pequeño, con un gobierno de izquierda, su posición y su "voz", deberían ser cruciales. Y no estamos dando ni siquiera esa batalla.

 La iniciativa de Uruguay de permitir la "flexibilización del bloque"[1] en este contexto, sólo va a debilitar más y más al Mercosur, y nos va a dejar en manos nuevamente de la política norteamericana y sus intereses. Que no son los nuestros. Que nunca fueron los nuestros. No sólo nos mostramos ambiguos -actitud peligrosa tratándose de uno de los pocos países con gobierno de izquierda que van quedando-, sino que impulsamos, casi en secreto, una negociación con los países vecinos que colaborará al debilitamiento más que definitivo del bloque. La pregunta, ¿qué ganamos?, deberá ser respondida abiertamente y sin ambages por quienes conducen la política exterior de nuestro país, y deberá permitirse un debate sobre alternativas en el seno de una sociedad que no puede permanecer ajena a lo que está pasando, buscando apenas asegurarse su propia salida.

Cuando nos preguntamos por qué anda mal el Frente Amplio, nos olvidamos que también es por todas estas cosas: por decisiones que no nos representan y debemos después respaldar, por supuestos "secretos de Estado" que deberían haber estado bajo el escrutinio público, por la ausencia del pensamiento y parecer de la fuerza política en buena parte de las políticas que se impulsan, por acomodarnos a un escenario latinoamericano que se va volviendo de espanto sin tener la dignidad de decir: "así no". En estos días, tendremos que decir muchas veces: "así no".

 


[1] Hace días atrás, la Cancillería uruguaya presentó una propuesta que modifica la resolución 32/00 del Mercosur - donde se expresa la obligación de negociar de forma conjunta con terceros países o bloques, acuerdos que establezcan preferencias arancelarias-. La propuesta de Uruguay se enmarca dentro de los lineamientos políticos de la Presidencia Pro Témpore del Mercosur. Flexibilizar el bloque permitirá que los Estados miembros puedan negociar de forma unilateral acuerdos -extra zona- sin la necesidad de consenso del resto de los socios, esto convierte al Mercosur en una mera zona de libre comercio y le impide avanza hacia la conformación de un Mercado Común como lo establece el Tratado de Asunción.