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Sobre el autor

Profesor de Educación Física. Analista deportivo desde 1986, Conductor y director del programa Fútbol & Cia. (ex 13ª0) en FM Del Sol, responsable de deportes de “Informe Capital” en TV Ciudad y columnista del Informativo Central de Televisión Nacional.

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Breve historia de agradecimiento

17.Jun.2017

Cosa traidora la memoria, seguramente con el paso de los años más, cosas que nos pasaron se borran, otras cobran magnitudes inexactas. Muchas veces, alimentadas por la misma historia contada por diferentes voces, vamos construyendo un recuerdo que termina siendo una verdad. Esta historia es así.

No sé si fui a todos los partidos de aquel Mundial de básquetbol que se jugó en Uruguay en 1967. Seguro fui al Palacio Peñarol y casi seguro que allí vi a Perú y a Japón, se imaginan que ver japoneses en esa época no era común, pero recuerdo ese partido, pero sobre todo recuerdo el Cilindro.

Esa inmensidad, ese techo altísimo, el marcador electrónico y una gigantografía, supongo que era de James Naismith el creador del Básquetbol.

Era una fiesta, creo haber ido todas las noches y ver los tres partidos que se jugaban en cada jornada, me encantaba recorrer las escaleras y el pasillo que rodeaba las tribunas, arrimarme a los vestuarios y porque no, alcanzar alguna pelota en los entretiempos.

Era un privilegiado, entraba con mi viejo, que llevaba el uniforme de los que hacían la mesa de control, una camisa con el escudo del Mundial, un avestruz encestando. Estacionábamos el viejo Ford 8 cerca de la puerta y pasábamos sin que nadie nos parara.

Antes pasábamos por el Sporting, siempre subía algún amigo que iba para el Cilindro y después parábamos en la calle Gonzalo Ramírez, donde nos esperaba Eugenio Jauri con su hijo, chico como su padre, menor que yo que tenía 12 años y muy callado.

¿Fueron todas las noches o acaso alguna o solo una?, no sé, si recuerdo que no se movía, miraba todo el partido absolutamente concentrado, no recorría escaleras ni pasillos, miraba, sentía el básquetbol.

Dicen que cuando su padre lo llevó a los minis por primera vez, ya sabía jugar. Y siguió jugando, bajito por no decir petiso, quizás sin las condiciones físicas necesarias, pero con una inteligencia que le permitió superarlas, siguió jugando y cuando la edad empezó a cobrarle la factura, se pasó al otro lado de línea para seguir jugando como entrenador, años jugando, juntando puños antes de entrar y gritar Sporting, como lo hacían su padre y el mío.

El año pasado cuando ganamos la semifinal contra Malvín, desde la tribuna alta del Palacio lo miraba luchando, gesticulando, protestando, pensando y jugando.

Me emocionó recordar a aquel pibe que se sentaba a mi lado en el Ford 8 y después en la tribuna del Cilindro para aprender de Ivo Daneu, de Korac o Paulaskas, de algún brasilero y del base chiquito de Estados Unidos, creo que se llamaba Benson que era una delicia.

En aquel momento debí escribir esto, pero soy haragán, dejo pasar el tiempo y quizás es tarde, pero quería decirle gracias a Gerardo por los años de gloria y disfute que nos dio, con la camiseta del Sporting o como entrenador.

La próxima Liga no lo veremos en nuestro banco y no será igual. Quizás los puños en alto no griten más Sporting y yo me sienta un poco más lejos. Él con aciertos y errores era un ancla con mi historia, con las lagrimas derramadas por la tristeza de la derrota o la alegría de la victoria.

No soy quien para cuestionar a quienes tomaron la decisión de que no siga o para decir que debió dar un paso al costado antes o si debería seguir, solo soy uno más que iba a la tribuna a gozar o sufrir y que le guardo un enorme respeto, admiración y cariño por todo lo que nos dio.

Gerardo, como un brindis de despedida juntemos los puños y gritemos juntos con nuestros viejos queridos "Arriba Sporting"

 



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