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La columna de Esteban Valenti

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Esteban Valenti. Periodista y coordinador de la revista Bitácora.

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¿Habrá debate?

10.Oct.2017

Hay una pregunta insistente que aparece en los diversos medios de prensa, en las presentaciones en el Parlamento y en diversos ambientes: sería importante, al menos necesario un profundo debate sobre los temas de la moralidad pública. No tengo muchas esperanzas.


Hace tiempo que se reclaman debates sobre temas de fondo que tienen que ver con el país, su futuro, sus grandes proyectos, sus necesarias políticas de estado, es decir que trasciendan un gobierno y un solo partido. No hemos avanzado mucho por cierto, todo queda en buenos deseos, en invocaciones. Ya cuando algo se hace más constante, se reclama incluso un cambio cultural. Y a mí muchas veces me suena a coartada, a tangente para evadirse de algún gran problema.

El Uruguay tuvo una larga y fecunda trayectoria de debates políticos y culturales. No tengo la capacidad para hacer ni siquiera una breve reseña, puedo recordar las discusiones parlamentarias de los años 60 y 70, apasionadas y profundas; los debates en la prensa de izquierda sobre los más diversos temas, con la derecha e incluso dentro de la propia izquierda.

Hubo medios de prensa que dedicaron sus principales energías precisamente a esos debates.
Hoy se puede decir que cada uno nos hablamos entre nosotros, sobre nosotros y algunos se hacen la ilusión que de esa manera evitan problemas, por el simple ejercicio de la sordera, de evitar la discusión, de hablarle a los suyos, a los convencidos y sus alrededores.

Evitemos por un instante los episodios más resonantes de los últimos meses, algunos casi obsesivos y, veremos que fuera de esos capítulos, queda muy poco, casi nada. En general son la descripción de hechos, de denuncias, de acusaciones y defensas y poco más.

No hay interrogantes de fondo, sobre las causas, sobre una mirada estratégica para encarar diversos problemas. Cuanto más inmediato y picante sea el asunto más fácil hacerlo rodar por los canales de TV, radios, medios impresos e incluso redes sociales y sus deformaciones y exageraciones.

En general a la academia, a los especialistas, a los profesionales, a los intelectuales mejor tenerlos lejos del mundanal y profundo ruido y de vez en cuando consultarlos sobre algún tema constitucional. El lema dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada, suena cada día más a una coartada. Hay muchas otras disciplinas, enfoques, ciencias naturales, sociales, históricas, formas de pensamiento que deberían enriquecer la política y el arte de gobernar.

La izquierda nació, sobrevivió, se desarrolló y creció sobre la base de los aportes intelectuales, que hoy son superfluos, casi innecesarios. A lo sumo son técnicos.
Sin intelectuales, sin intelectualidad, sin ideas, sin filosofía, sin ciencias sociales, sin historia, sin cultura no hay política y dentro de ella, menos hay política de izquierda. Uruguay fue un buen ejemplo y hoy va por otro camino.

La subestimación, el desprecio por los intelectuales, en el sentido más amplio de la palabra y del concepto es un peligro destructivo. Y hemos asistido a muchos ejemplos, no tan lejanos y recientes. Es una ideología, retrógrada, primitiva, populachera (ni siquiera populista), que desprecia la inteligencia y el saber, en particular en este tiempo, en que el conocimiento se ha convertido en la principal fuerza productiva y transformadora.
Algunos "sacerdotes" reincidentes de esta visión pueden considerar que esa atención, este esfuerzo para incorporar fuerzas intelectuales en todos los terrenos, es una desviación pequeño burguesa, a mí me lo han dicho en las redes con todas las letras. Buscando un poco se descubre fácilmente en esos personajes las peludas orejas de los burros, de los primitivos.

Para que haya debate, el poder, los partidos, los líderes, los dirigentes, los intelectuales, deben arriesgarse, deben opinar, deben ayudar a ampliar el horizonte de ideas que se escuchan y que se promueven, deben respetarse y atenderse otras opiniones y sobre todo hay que estudiar, leer, aprender, mirar otras experiencias. ¿Es eso lo que hace hoy el mundo político nacional y la izquierda? Permitan que tenga una leve duda.
No se trata de convocar cada tanto a los líderes de los partidos (cosa muy positiva), o a un diálogo social a las diversas y amplias sociedades que deberían aportar a escuchar y presenciar un escenario preparado y cocido, se trata de crear el clima político, cultural e intelectual para ese debate que tanto necesitamos.

A menos que algunos crean, desde diversas filas, que ya están pertrechados con toda la sabiduría y experiencia necesario para gobernar, para alcanzar el gobierno en el futuro, para ser tenaces opositores y para otras muchas funciones sin contaminarse con la intelectualidad, con la academia, con la cultura en su sentido más amplio y sobre todo profundo.

Es un gran insulto, de los peores, creer que una parte de la sociedad, los más débiles, los que han tenido más dificultades con la educación y el acceso a la cultura, no necesitan nada más que algunas ideas primitivas para hacer política y para votar. Eso es retrogrado y no es progresista, es la negación de nuestra propia historia nacional.

Necesitamos todos mejores debates, que nos hagan crecer y avanzar. No es la tendencia dominante.
Tucídides considerado el padre de la "historiografía científica" afirmó en el siglo V de n.e. "No es el debate el que impide la acción, sino el hecho de no ser instruido por el debate antes de que llegue la hora de la acción".



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