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Periodista, integrante del sector frenteamplista Banderas de Líber. Para que puedan consultarse, entre las columnas anteriores se encontrará algunas de la columna de Banderas de Líber, aunque sólo algunas fueron escritas por él.

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El Frente debe renovar también las caras

06.Nov.2017

En los últimos días se han repetido informaciones y contrainformaciones y globos sonda sobre candidaturas para 2019 y seguramente se hagan más frecuentes. Antes que la danza de nombres lo haga imposible, Banderas de Líber cree que hay que plantear la discusión sobre los criterios.
Nadie discute abiertamente la necesidad de renovar las caras del Frente Amplio; es un proceso natural. Pero ninguna cara nueva puede crecer porque los viejos juegan a la mosqueta con la posibilidad de presentarse, como para ahogar toda irrupción de algo nuevo. O, quizá, para controlar el recambio para asegurarse de que todo quede como está.
Por las razones que expondremos, consideramos que es hora de renovación. La renovación no se limita a las caras visibles, pero no es pensable sin ellas.
¿Acaso no sería bueno que se presentara un octogenario, si parece que junta votos y quizá asegure un triunfo electoral? No. Primero, porque no asegura nada. Pero sobre todo, porque el objetivo no es que gane la organización, sino que gane el país.
¿Y, acaso son más importantes las ideas que la edad? Hay dos razones fundamentales para estar con la renovación de las personas. La primera es que la primera etapa del programa de transformaciones con el que el Frente Amplio ascendió al gobierno en 2005 ya fue cumplida en lo fundamental. Hay cosas que se hicieron mal, cosas que no se terminaron y cosas puntuales que ni siquiera se empezaron. Pero es claro que se precisa un nuevo impulso para el desarrollo.
La segunda es que entramos en la llamada Cuarta Revolución Industrial, que no solo modificará ciertos oficios, sino que está provocando disrupciones tecnológicas, económicas, sociales, políticas y culturales que invalidan nuestras formas tradicionales de tomar decisiones. No se trata de ser coherentes con el detalle de lo que dijimos décadas atrás. La coherencia solo tiene sentido confrontada a cada realidad. El primer paso de la renovación consiste en ubicarnos en la realidad.
La camada de veteranos que desde posiciones de primera línea o de retaguardia hicieron posible la mejor época de nuestro país, estos años, formó su concepción del mundo en los años 60. Tiende a ver los problemas a raíz de las contradicciones y categorías de esa época. Con el mayor de los respetos, no está -no estamos algunos de nosotros- capacitados para más que una comprensión superficial de los cambios que estamos viviendo, del mundo de hoy.
Parte de la tradición de la izquierda uruguaya rechaza la idea misma de liderazgo. Lo relacionamos con el peronismo y las ideas populistas que afirman que los pueblos latinoamericanos precisan caudillos; quizá porque son un poco tontos. Tendemos a considerar el liderazgo como opuesto a la democracia transparente en la que todos participan por igual con imperturbables razonamientos.
Desgraciadamente el mundo no funciona así. No existen relaciones humanas sin emociones, ni políticas sin confianza en personas concretas. Los cientistas políticos, han comprobado que los partidos que tienen líderes débiles en relación al aparato tienen más dificultad para renovar sus propuestas. Los "aparatos" se apegan a su catecismo aprendido.
Además, esa idealización no es la historia real de nuestra izquierda. El Frente Amplio pudo surgir en 1971 porque una serie de sectores tuvieron líderes audaces y con capacidad para convencer a sus aparatos. Pensemos en el escándalo intelectual al que debieron atreverse Juan Pablo Terra, Zelmar Michelini, José Pedro Cardozo y Rodney Arismendi. Eran dirigentes que surgieron de polémicas y crisis de mediados de los 50. Arismendi, Vivian Trías y Terra habían suplantado a direcciones que venían de 30 años antes: un comunismo sectario, una socialdemocracia sin sentido nacional, un cristianismo defensivo sin más programa que luchar contra los vicios.
A la salida de la dictadura pasaron a primer plano figuras como Danilo Astori, Mariano Arana, Tabaré Vázquez y más tarde José Mujica. El proceso no fue idílico y costó el desplazamiento de Líber Seregni. Pero eso fue hace ya 30 años; el número de años laborales de una generación entera.
Es decir, no existe una organización democrática ideal, sin conductores, que sólo dé resultados perfectos y deseables. Las organizaciones más horizontales y sin dirigentes, suelen esconder un poder real de camarillas que ni siquiera operan en forma descubierta.
Pero que haya que convivir con sistemas imperfectos es doble motivo para estar alerta. Demagogos, advenedizos, outsiders, gentes con ambición de poder o fortuna son variantes no deseables pero no fáciles de distinguir a primera vista.
Y sí hay situaciones que favorecen la proliferación de esos personajes. Cada vez menos nuestros dirigentes provienen desde la base de organizaciones gremiales de trabajadores o estudiantes; cada vez más del entorno de las bancadas, algo que no es malo, pero que no estamos tan acostumbrados a evaluar.
No cualquier renovación es la que sirve. Precisamos dirigentes con probadas calificaciones morales. Entre ellas ya no es obvio incluir la honestidad y hay que dejarlo por escrito. Pero también con el carácter suficiente para dar vuelta el tablero. Los liderazgos no se heredan por cooptación.
Precisamos dirigentes que tengan algún resorte interno de pasión por impulsar una visión de país, que sepan comunicarse con multitudes y ganar su confianza y que también armen equipos; pero sobre todo que sean capaces de descubrir nuevos rumbos, desafíos, peligros y oportunidades. O sea, volvemos a la centralidad de las ideas, y volvemos a precisar esquemas de análisis para el siglo XXI. O al menos para los próximos 30 años.

Banderas de Líber
5 de noviembre de 2017