Afortunadamente, una cantidad de gente está pensando qué sucederá en éste país si el Frente Amplio pierde las elecciones o, aún, si debe gobernar sin las mayorías absolutas que caracterizaron su gestión en las tres últimas administraciones.  

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Columnas y análisis. Por Jorge Jauri

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Simulando escenarios de definición electoral y algo más

20.Dic.2017

Afortunadamente, una cantidad de gente está pensando qué sucederá en éste país si el Frente Amplio pierde las elecciones o, aún, si debe gobernar sin las mayorías absolutas que caracterizaron su gestión en las tres últimas administraciones.  

Ese pensamiento interpela a la coalición en su propia constitución. Adelanta la hipótesis de su desmembramiento formal y con ello la reinvención de otros alineamientos partidarios;  ya impulsados desde la gestión práctica a la elaboración o precisión de ideas que hoy ni siquiera se pueden imaginar dado el corsé unitario formal que  aplasta y jibariza.

              Esta es una zona de hipótesis prometedoras. Es el advenimiento a una especulación sobre como operaría la libertad como dinamizador de un potencial humano y de razonabilidad  muy pero muy importante. Porque, además, ese potencial congénito por llamarlo de alguna manera tiene ahora, en decenas de miles de orientales honestos el aditivo de la experiencia en el manejo de la cosa pública. Potencial incluso que tiene un caudal de ética política mil veces negado o soslayado a la fuerza.

              Sin duda, ese es el escenario más interesante para muchos de nosotros que continuamos ligados por el afecto a una experiencia de barbaridades que en la oposición ya  había protagonizado y sufrido.

              En ese escenario ya no funcionaría la razón inicial de la creación de la unidad de la izquierda en torno a una coalición opositora, porque esa razón era la del tránsito hacia la sociedad de la utopía, ni existiría tampoco la convocatoria unitaria a enfrentar los excesos autoritarios de un Estado en degeneración creciente.

              ¿Qué es lo que quedaría de aquellos hilos de Adriano en los que nos atrapamos una vez? ¿Podrían el sentimiento de pertenencia histórica obstaculizar el desarrollo de la razón en hombres y mujeres obligados a enfrentar un mundo nuevo, desde la llanura, agredidos culturalmente por la ejecución de reformas imperativas? ¿Forzarían esas decenas de miles de uruguayos un balance de éxitos revisado ahora desde una perspectiva nueva, en esa  llanura? ¿Alcanzarían para intentar retomar la unidad lapidaria, la celebración de unos cuantos éxitos innegables de la acción pasada? ¿Alcanzaría la celebración o la tranquilidad del deber cumplido en las batallas por la libertad política? ¿La del deber cumplido por  quienes… en todo caso?

Utilidad de esa anticipación

              Lo más interesante es que esa especulación de escenarios se está adelantando y, de alguna manera, se está instalando en la propia definición de voto. No sólo se está adelantando en el seno de los “desencantados”, de los que ya estamos fuera  de ese núcleo duro de la militancia frenteamplista. Por razones prácticas, esa especulación sobre cómo pensarían y funcionarían los ahora oficialistas una vez instalados en la llanura es también una especulación de quienes siguen acelerando la gestión o votando normas que de alguna manera, piensan, consolide lo hecho, torne irreversibles algunas reformas que ellos mismos están considerando inútiles o lesivas.

Es en esa zona de especulación, de intersección entre “desencantados” y renuentes, entre militantes  y “traidores” … dónde reside a mi entender la más poderosa incertidumbre acerca de los alineamientos electorales inmediatos. Allí, en esa zona íntima de definiciones van a componerse los alineamientos de último momento. Es una zona en la cual las grandes líneas del balance de quince años de gestión de la izquierda en el gobierno están dadas. Pero ese balance, a diferencia del que se compone en la zona “oficialista” tiene un componente muy removedor: es un balance que se ha venido armando en el apartamiento de la gestión, sin los imperativos de las disciplinas o el convencimiento forzado acerca de que el poder casi absoluto tiene que haber generado resultados positivos… Es un balance que cada uno ya ha hecho en su fuero íntimo. Balance realizado desde el ejercicio de la libertad individual, sin ataduras, lápidas o conveniencias.

 Lo interesante es  que pensar  en “cómo sería aquello si las disciplinas no nos obligaran…” genera interrogantes que las muestras estadísticas convencionales no pueden modelizar. Interrogantes que se formulan hacia la intimidad y la experiencia de cada individuo.

Referencia a la oferta opositora

Lo sugerente es que, también  esa reflexión en la zona de definición, atiende el estado o la oferta de oposición actual, de los partidos  ahora minoritarios, de los que fundan sus fortalezas en la historia, en la defensa de valores caros o normas útiles para el desarrollo fluído del capitalismo y la democracia. Y eso no siempre es explicito y claramente fundado. La oposición da por sentado que en esa zona de indefinición las mayorías se van a definir en el conocimiento casi automático del valor de esos principios y utilidades. Y eso no es así.  Entre otras razones porque la cultura fundacional de este país hace demasiado tiempo que ha venido degradando aquellos valores fundacionales.  Degradación que ahora la “izquierda” ha acelerado y profundizado, pero degradación que tiene una prolongada y compleja historia.  Demasiado gobiernos de la ahora oposición se han olvidado de reeducarse en la duda y la innovación, en la apertura a lo nuevo, al cambio, a la exposición a un mundo de competencia y cambio. En ese ejercicio del poder continuo la oposición actual externa al oficialismo  es demasiado pobre y su eventual gestión demasiado  riesgosa para propiciar decisiones de ruptura con la historia de aquellas decenas de miles de indecisos que habrán de definir las elecciones.

 

En resumen, en el oficialismo hay sectores desde los cuales pudieran provenir señales más potentes acerca de cómo se actuaría en un escenario sin mayorías absolutas o, simplemente desde el llano. El problema es que no están anticipando con la fuerza y la urgencia debida esas señales más directas acera del transcurso de esa reflexión aún soterrada.  Esas señales no son los anuncios de una “renovación” programática.  Es mucho más simple. Tan simple como difícil de  explicitar en este escenario en la cual todos están jugados a mantener el poder. La oposición interna a las mayorías frenteamplistas está hipotecando la claridad de señales fuertes que no se pueden inventar o reducirse a consignas publicitarias. Son señales que deben surgir naturalmente de la gestión inducida por la prosperidad de esa reflexión. Esa que anticipa cómo se pensará y actuará en un escenario de llanura. Están subestimando  e hipotecando el valor de esas señales. Esas que a veces, por imperativos de la razón elemental surgen, por ejemplo, de las actitudes del equipo económico. Señales fuertes y sugerentes, pero que, lamentablemente se diluyen de inmediato, absorbidas por la acomodación de los que con pasmosa creatividad inventan todos los días espléndidas iniciativas capaces de comprometer demasiado la estabilidad  o el aún modesto crecimiento de la economía, o las coberturas que a futuro debe presupuestar cualquier gobierno serio.