Únicamente es posible pensar en alternativas políticas significativas para el Uruguay a partir de un desenlace electoral en octubre que elimine las mayorías legislativas. Si bien la institución presidencial es muy importante en la estructura del poder político, esa importancia se acota mucho si en el legislativo y desde allí se conformaran nuevas relaciones interestatales,  de cara a un ciudadano" /> Nos deben una oferta diferente, ahora sin mayorías absolutas - Paramus / Columnistas - Montevideo Portal
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Columnas y análisis. Por Jorge Jauri

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Nos deben una oferta diferente, ahora sin mayorías absolutas

20.Mar.2018

Únicamente es posible pensar en alternativas políticas significativas para el Uruguay a partir de un desenlace electoral en octubre que elimine las mayorías legislativas. Si bien la institución presidencial es muy importante en la estructura del poder político, esa importancia se acota mucho si en el legislativo y desde allí se conformaran nuevas relaciones interestatales,  de cara a un ciudadano

En cambio, la continuidad de las mayorías absolutas  mantendría esa pesada lápida de disciplinamiento  impuesto allí dónde, en cambio, debería haber debate, competencia, creatividad y amplios consensos capaces de garantizar la aprobación de reformas imprescindibles y urgentes. Afortunadamente esta opción parece no estar disponible nuevamente.

En tanto, si ese libre juego de la negociación produjera legislación oportuna y de calidad, si ella fuera observada desde otro nivel de atención por un ciudadano que velara  por la calidad de la representación individual que ha delegado, tendremos conformado un escenario ante el cual los partidos políticos deben recrear su oferta en contenidos y formas totalmente diferentes a las usuales en las últimas campañas electorales.

Eso es lo que importa a tan corta distancia de las definiciones preelectorales: ¿cómo se armará la oferta electoral para ese escenario? ¿Es posible, por ejemplo, “extraerla” del compartimento estanco determinado por el lema? A manera de ejemplo ¿el lema Frente Amplio irá a ese escenario más probable manteniendo sus normas de disciplinamiento casi militar del voto de sus diputados y senadores? ¿Sus integrantes serán capaces o no, de convocar a la ciudadanía a votar la verdad en la cual creen?  

Electores y representantes en ese nuevo juego

Una vez instalados en ese escenario en el cual el representante puede agregar valor en su acción pero en la línea de jerarquizar lo que le ha prometido a su elector, la pregunta principal es nueva e inquietante. ¿cuál es el nivel de racionalidad que puede esperarse de la decisión de cada elector en 2019?   Los promitentes representantes estarán pensando acaso que es posible negar la dialéctica y que en tanto tienen vía libre para reiterar el mismo tipo de oferta,  en forma y contenidos? 

Por cómo se están moviendo los partidos políticos la respuesta a esa pregunta es dolorosamente afirmativa. Aun cuando hay un electorado mucho más móvil y difícil de encuestar, a los partidos parece no inquietarle esa presunta movilidad. No parecen estar pensando realmente en el juego movilizador de la próxima inexistencia de mayorías y minorías predeterminadas. Tampoco  parecen estar pensando en esa dificultad explicita de los encuestadores respecto al comportamiento electoral de porciones electorales definitorias en 2019, que no es lo mismo que informar sobre preferencias actuales. 

La “épica” del frenteamplismo –cuya fortaleza reivindica Sendic- tiene aún un lugar importante en la definición del voto Cómo la tiene también en los partidos fundadores los roles jugados en la construcción del Estado y las garantías de las leyes. Pero esos mismos partidos no han logrado capitalizar aquellos valores en términos de utilidad futura. Por lo contrario, hay en todos los partidos una ausencia notoria, demasiado ostensible, de renovación. No es que nadie en el PN, el PC, el PI o el FA no hayan intentado modernizar su discurso en términos más confiables y útiles. No es un tema de formas o comunicación. Es que todos tienden a desdibujar sus mejores valores temerosos de salirse de lo que suponen, es el núcleo duro de la decisión electoral: hay que moverse en el centro de una demanda presuntamente ampliada donde la oferta de amplio espectro intentaría conciliarse con esa presunta inmovilidad del cuerpo electoral: la del centro, la de la estabilidad engañosa y disciplinada de la política. Todos seríamos socialdemócratas, la gran mayoría de los electores seríamos ciudadanos resguardados dentro de un inconfesable conservadurismo sensible a cualquier desvío. ¿Será así?

Empero, esa coincidencia de la política y la verdad nunca fue tan imperiosa como hoy en el Uruguay.  Pudiera converger, de ser invocada y practicada en un legislativo más libre y transparente. Esa coincidencia de política y verdad es y será cada vez más imperiosa. El gobierno, por ejemplo, puede seguir por un tiempo administrando con mucha pericia y relativa comodidad de mercado la deuda pública, pero lo que en realidad no está demostrando poder afrontar es el déficit primario, el que deviene de la incapacidad operativa de la gestión de un Estado desbordado e inútil en su diseño actual más que en su gestión.

Atención nueva

En las próximas semanas los políticos comenzarán su tradicional recorrido prelectoral. Y los electores o los multiplicadores de opinión observarán con más atención que nunca cómo se orientan.

 Hoy por hoy, ese recorrido es previsible y el discurso dominante generará más confusión y desanimo sobre todo en esa población flotante, más libre y urgida de cambios de lo que se supone.

Es que habrá pocos candidatos, pero los habrá, que mostrarán desvíos notorios en ese discurso preelectoral y aquel que deberían brindar fruto de su apego a la verdad. Ese desvío es una enfermedad endémica de la política, pero en el caso y las circunstancias actuales ignoraría una oportunidad única: la adhesión de un conjunto amplio de ciudadanos y, sobretodo, de multiplicadores de opinión. Ese conjunto pudiera ser dinamizado exponencialmente si aquel sesgo o desvío del discurso y la experiencia, del programa y la verdad fuera minimizado y, en todo caso, explicado en todos los términos y tribunas disponibles. Se dirigiría y sería entusiasmante para centenares de miles que tienen asumidos dos o tres puntos de interés común frente a las elecciones de 2019 en la convicción  de que, independientemente de su voto no habrá mayorías absolutas; Uno: que el enemigo a aislar no es un partido o un lema, sino a quienes en la irracionalidad de la utopía o en la confort de una estabilidad engañosa pergeñan riesgos agregados todos los días, por acción u omisión… Dos: que la defensa de la democracia y las normas requiere algo más que una aceptación natural sino una agresiva defensa de la institucionalidad: Tres: que la libertad además de ser un derecho y una obligación es, básicamente, útil y que es preciso explicarlo.

Quizás sea admisible y comprensible que algunos referentes en todos los sectores declinen tomar riesgos de ésta naturalza: los de la verdad. . El caso más notorio será el de Astori. ¿Pero qué haría Astori comprometido con ese electorado conservador a la hora de tener que manejar la gestión ya no desde el mantenimiento  de la estabilidad  exitosa de hoy, sino en un medio de confrontación de otra naturaleza a esta en la cual opera hoy? Algo más tendrá que decir el actual Ministro cuando deje cargo y se zambulla realmente en la beligerancia. ¿Exhibirá la verdad? ¿Rehusará los pobres pactos que se le ofrecerán?   

¿Y nosotros?

¿Continuaremos los uruguayos aferrados a los viejos cintillos y tradiciones y, en tanto al lugar que ocupará en nuestras decisiones eventuales sorpresas que pudieran provenir de nuestros promitentes representantes, ?

Y ante esta pregunta también es necesario saber si es posible o no confiar en la racionalidad potencial que tiene el elector frente a la posibilidad que se produzcan cambios fuertes en los contenidos y formas de la oferta de los partidos políticos de aquí en más. Aún con todo mi  escepticismo sobre el estado de la cultura política uruguaya, soy de los que creo que los problemas de las preferencias electorales de los uruguayos tienen un elevado grado de racionalidad. De acuerdo con lo cual, en esa hipótesis de que hay en el Uruguay un importante nivel de racionalidad en estado de latencia  en el comportamiento electoral de cada ciudadano, mi eseptismo se transformaría fácilmente en optimismo. Optimismo sobre el valor que comienza a tomar para cada ciudadano la delegación de su soberanía política. Hay una evidencia general vinculada a la realidad del despegue ciudadano de sus vínculos históricos con las instituciones seculares. Ese despegue es, por ahora, desordenado y  difícil de precisar por los analistas políticos. Esta hipótesis de mayor libertad responsable en la delegación de soberanía individual no sólo tiene andamiento en la realidad uruguaya. Se ha consagrado en la región y gran parte del mundo.  

Ojalá ella se exprese aquí en todo su enorme  potencialidad.