Aunque no sea percibida aún en todo su riesgo, el país vive una coyuntura tan nueva como compleja de analizar con la independencia y profesionalidad necesaria. Nos hemos despegado en demasía del mundo. Algo grave nos ha sucedido con los códigos de comprensión ciudadana. Empero…
Nosotros, ciudadanos de a pie, hemos sido demasiado complacientes con una espantosa banalización de la política, de la corrosión cultural e informativa que nos agravia y embobece. No todo, sin embargo, es motivo de desesperanza y rendición.
El gobierno no puede ignorar este estado de situación. La oposición no puede seguir inventando formas de sumar votos en pequeñas operaciones o prácticas tan legitimas como indeseables. Así, en ese agravio a la inteligencia ciudadana, sólo se generan desconfianza y reticencias mayores. Cada vez es más difícil para un elector independiente cruzar las fronteras de las pertenencias afectivas: la oferta alternativa es confusa, ampliada en exceso, diluida en su intención abarcativa. Progresivamente vamos intuyendo que no habrá competencia por ideas ni adentro ni fuera de los Partidos establecidos. Esa política es demasiado cara y casi imposible de imaginar para un ciudadano común. El monopolio de la verdad subsistirá y eso, ahora, es demasiado disuasivo para un votante quien, además, no va a tener ninguna garantía contractual, como no sea un clásico “Programa” y un lindo discurso del jefe de turno. ¿Y después? Después frente al conflicto? Después frente a las exigencias del desequilibrio? Después frente a la inercia del poder avasallante del Estado y las corporaciones….? Qué habrá después y qué instrumentos tendrá quien, electo, deberá administrar ese portentoso caos que asoma?
Los multiplicadores de opinión
En el marco de esceptismo y resignación que nos rodea hay un desdén demasiado elocuente respecto al papel que en la emergencia deberán cumplir las decenas de miles de multiplicadores de opinión. No hay lugar para ellos en la política partidaria porque allí la discusión real y fundada no es muy creíble. Pero esa gente vive y lucha en la sociedad todos los días. Son decenas de miles de ciudadanos que tienen capacidad de comprensión, códigos y reputación. No son los caudillos o jefes de aparato. Son simplemente ciudadanos enterados de sus responsabilidades. Eso hombres y mujeres son los que pueden y deben ser objeto de atención en la formulación de una oferta electoral diferente. Oferta que desprecie la banalidad del discurso ordinario. Que sea capaz de inventar desde su propia lejanía del poder, desde su íntima libertad, propuestas y pequeñas operaciones capaces de agregar verdad, juicio e iniciativa política abriendo caminos o atajos transversales a las estructuras prestablecidas e inaccesibles.
En ese conjunto se deberá focalizar parte importante del diseño de una sub oferta programática, cercana a la verdad, preñada íntimamente de razonabilidad, cercana a quienes, en ese “después” han demostrado ser capaces en varias circunstancias de manejar con flexibilidad y pericia varias catástrofes que podían haberse desencadenado, en estos últimos treinta años.
Mirada desde allí, hay un estrecho margen desde el cual pensar que, quizás este escenario inmediato no deba ser necesariamente tan pobre e intrascendente. Quizás sea posible que ese regreso masivo a la práctica política de decenas de miles de “descreídos” o de aquellos que, poseedores de códigos de comprensión mayor acerca de lo que en realidad está sucediendo en el país, logren demandar otro tipo de respuestas y compromisos de sus promitentes representantes.
Una proposición a vía de ejemplo
Sería ese un escenario en el cual ese cuerpo electoral de definiciones inciertas pudiera moverse, juzgar y decidir en mayor competencia y responsabilidad individual. Ya no habrá mayorías absolutas. En ese escenario quizás sea posible pensar esa oferta desde otros vectores de interés y realineamientos electorales y algo más. Por ejemplo:
La decisión es estrictamente personal y tiene sus costos
Esta “oferta” debe ser compuesta con desapego a las lápidas que imponen las formaciones políticas cerradas. Pero probablemente deba ser impulsada desde ellas en el ejercicio de nuevas y muy audaces prácticas de buena política a las cuales todos deberíamos regresar más decididamente. Cada uno sabrá si le cae o no el sayo…
Y algo más, necesariamente esa oferta deberá adoptar formas contractuales, bien alejadas del formato clásico de un “Programa” electoral.