Si bien los términos “progresismo” y “retroceso” se interpretan por su contenido como antónimos, en manos de los regimenes populistas de la región, y particularmente en nuestro país, a la luz de las gestiones de gobierno realizadas en los últimos nueve años , pasaron a ser sinónimos.
En efecto, aquellas áreas en las que el “progresismo a la uruguaya” intervino con leyes cuestionadas - o no intervino por omisión - y que en general no fueron suficientemente elaboradas y discutidas y que además sistemáticamente fueron aprobadas con los votos del oficialismo, han manifestado un retroceso y desmejoras con relación al escenario anterior.
En algunos casos este tópico es negado por el oficialismo, aunque por ejemplo, en el marco del SNIS, conseguir número para un especialista en una mutualista privada, es una tarea casi imposible. En otros casos los hechos relacionados con la seguridad ciudadana son contundentes, y aparecen a diario en la crónica policial, que ilustra patéticamente la situación de indefensión en la que nos hemos acostumbrado a vivir, y que se ha integrado a nuestra vida en comunidad. Nada ha hecho el progresismo para revertirlo, y lo apaña con sus actitudes complacientes.
Otros fracasos, en el área de la Educación, se desnudan contundentemente en las objetivas pruebas PISA, lo que invalida toda defensa posible, aunque el propio candidato del Frente Amplio, oncólogo de profesión, quite importancia al asunto y lo mire con complacencia, evidenciando una irresponsabilidad incomprensible. La pérdida de capital humano no preocupa al oficialismo, que apuesta a un país bananero, con un respaldo consecuente en los “commodities”, mientras éstos existan.
Pero existe otro tipo de retroceso mucho más atroz, que es el de empezar a “idear” soluciones a las que la “fuerza política” siendo oposición, se opuso en forma férrea.
No hablaremos del trillado asunto del no pago al FMI y otras ideas no negociables que ya han sido postergadas, ya negociadas y ya olvidadas.
Pero en el área de la Educación, y supuestamente para levantarse de la caída indisimulable que es manifiesta, el “astorismo” parece que inventó y presentó un documento donde plantea entre otras cosas, crear "un Sistema Nacional de Educación Pública con rol protagónico del Ministerio de Educación y Cultura”. Por las razones que siguen, no analizaremos el “documento”, que merecería entre otras cosa “chocolate, por la noticia”.
Porque ese sistema “Nacional de Educación Pública” es precisamente lo gestado y conseguido por José Pedro Varela hace muuuuchos años, concebido paradójicamente en una dictadura, y valorizado y “tragando el sapo” en su presidencia por un estadista gestor de nuestra República, como lo fue José Batlle y Ordóñez. Es lo que venimos reclamando insistentemente, incluso en estas páginas desde que la educación comenzó a decaer. Grandeza técnica en la propuesta, y grandeza política en la implementación, hoy inexistentes. Hoy impensables.
Desde hace mucho que reclamamos el protagonismo y responsabilidad del Ministerio de Educación y Cultura en la gestión de la enseñanza, y la respuesta del oficialismo al tema fue la promulgación de la Ley de Educación de Vázquez, que al colocar a los gremios en el mando, es todo lo contrario a lo que ahora reclama insólitamente el “astorismo”, que incluso fue uno de los más acérrimos opositores a la “reforma” que hoy intenta plantear. Lo que resulta además de inquietante, insultante. Y digno, por lo tanto, de ser ignorado. De todas formas, por más que asombre, irrite, y hasta provoque sonrisas, la actitud, compartible obviamente en lo conceptual, seguramente no prosperará.
Porque en el actual régimen, con visos de “unicameralismo”, será el partido comunista, el MPP o cualquier otro gremio con capacidad de presión suficiente, que se encargará de desactivar al “astorismo”, y hará que todo esto sea sólo un juego, impensable de llevar a la práctica.
Un juego progresista, y por lo tanto, sin lugar a dudas, regresivo.