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Pablo Mieres

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Columna de Pablo Mieres

Sobre el autor

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Sociólogo. Presidente del Partido Independiente. Senador por ese partido para el período 2015-2020.

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Paranoia y ofuscación en el entorno presidencial

23.Abr.2018

Un nuevo episodio ratifica la sensación de que el entorno de la Presidencia de la República parece estar ganado por un desaconsejable sentimiento de ofuscación y una lectura de la realidad movida por una equivocada convicción de que existen complots generalizados contra el accionar gubernamental.


En efecto, el mensaje enviado en forma personal por parte del Pro Secretario de la Presidencia, Juan Andrés Roballo, al Cardenal, Daniel Sturla, muestra una preocupante exasperación ante manifestaciones del Cardenal que el jerarca de Presidencia consideró contrarias a la gestión del gobierno.

Cabe decir, porque es importante, que este mensaje se hizo público no por decisión de su destinatario sino por alguien del entorno del Pro Secretario. Podría haber sido un simple mensaje privado, pero el propio Roballo ha reconocido que lo envió a otras personas, por lo que evidentemente decidió que fuera algo más que un mensaje privado.

Lo bueno de que se haya hecho público es que permite comprender el grado de extravío que parece apoderarse del entorno presidencial y, a su vez, genera preocupación por la falta de mesura de quienes tienen la responsabilidad de trabajar junto al Presidente de la República. Queremos creer que este "estado de espíritu" no alcanza al propio Presidente.

El contenido del mensaje pone en evidencia un fuerte enojo e irritación que, además, se acompaña de una interpretación extraviada en la que vincula las declaraciones del jerarca de la Iglesia Católica con el discurso del Movimiento Un Solo Uruguay y, más grave aún, con el lenguaje y las consignas del sector liderado por Lacalle Pou.

Vayamos por partes. ¿Qué dijo el Cardenal Sturla al explicar el alcance del documento de la Conferencia Episcopal Uruguaya? Dijo que vivíamos una situación de segmentación social muy preocupante, que había que evitar las polarizaciones en la sociedad y que la Iglesia tendía la mano para colaborar en el esfuerzo por mejorar la educación.

¿Pueden derivarse de estos contenidos semejantes imputaciones de partidización o ataque al gobierno?
¿No existe, acaso, una crisis de la integración social que afecta profundamente el tejido de nuestra sociedad? ¿No reclaman incluso los jerarcas del Ministerio del Interior por la necesidad de un shock de políticas sociales en los barrios marginales? ¿No le acaba de reclamar el Intendente de Montevideo al Presidente por el incremento de personas que duermen en la calle? ¿No existe, acaso, una profunda crisis de la educación?
Todas estas circunstancias son evidentes y notorias. Algunos podrán discrepar con la profundidad de estos problemas, pero ciertamente resulta una necedad negar tales cuestiones.

Pero el Dr. Roballo va más allá y no sólo rechaza estas afirmaciones sino que las integra en una interpretación de "complot" antigubernamental sumando a la Iglesia Católica con los autoconvocados y con un sector del Partido Nacional. Resulta obvio que la acusación formulada a la Iglesia Católica o al Cardenal Sturla es tan ridícula que se cae sola.

El problema no es la ridiculez de las afirmaciones, el problema es que estas formas de analizar la realidad estén presentes en el entorno más próximo del Presidente de la República.
Si sumamos a estas expresiones, la rispidez del incidente que protagonizó el propio Presidente con un grupo de ciudadanos en la puerta del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca, o la publicación en la web presidencial de información privada de un colono que había discutido con el Presidente, se dibuja un panorama preocupante.

Por supuesto que las cosas están complicadas para el gobierno. La mayor parte de esas complicaciones son resultado de sus propios errores. La tozudez en sostener a los jerarcas que han fracasado en las políticas de seguridad y educación; la imparable expansión del gasto público que no retrocede ni siquiera ante los sucesivos mini ajustes fiscales; la profunda crisis de competitividad de nuestro sector productivo; el aumento rampante de la inseguridad y la enorme incapacidad para abrir el país al mundo por sus propias contradicciones internas; todos son elementos contundentes que derivan en una rotunda pérdida de apoyo que se refleja en las encuestas de opinión pública, tanto de la gestión gubernamental como de la simpatía que recoge el Presidente.

Cada vez existen más indicios de que la Presidencia no ha digerido bien estos datos, lo que es muy malo para el país. Este gobierno tiene casi dos años de gestión por delante y la irritación y el enojo son muy malos consejeros.

Lo peor es que desde la propia Presidencia se emitan señales, cada vez más frecuentes, de irritación, enojo y encierro y lo que este episodio pone en evidencia sobre la forma de analizar la realidad de parte de algunos de los que integran el núcleo central del gobierno.