No escribo esta nota con la pretensión de influir en el pronunciamiento de la justicia, respecto al pedido de prisión para un ex intendente montevideano. Tampoco participo de las acusaciones que se hacen al fiscal, de que opera políticamente con la finalidad de perjudicar a tal o cual sector. Lo que me interesa puntualizar es mi solidaridad con el arquitecto Mariano Arana, que debe valorarse en la medida en que nunca lo voté, ni a él ni a su partido. Nuevamente, como en notas anteriores, vuelvo a reivindicar la independencia de criterio por encima de las adhesiones partidarias. Sé poco de asuntos legales; desconozco el grado de responsabilidad que puede tener alguien en un ilícito, por haber firmado determinados documentos, depositando confianza en personajes corruptos que se valieron de ella. Ingenua confianza en éstos, y también en un sistema de designación de cargos por cuota política que tanto daño ha hecho a los gobiernos del Frente Amplio, convirtiendo las posiciones de poder en un ajedrez de sectores competitivos, donde no importa tanto la idoneidad y ética personal para la función a cumplir, como la pertenencia a determinada parcela de su gran cooperativa electoral.
Hoy, una gran personalidad nacional puede terminar presa por un delito del que es más que obvio que es inocente. Estamos hablando de un defensor acérrimo del patrimonio arquitectónico y urbanístico del país. De un hombre comprometido con la cultura. De un docente brillante y, por encima de todo, de una persona de bien, apreciada y respetada por tirios y troyanos.
Por eso me resulta particularmente lamentable que algunos estén festejando y encendiendo la picadora de carne, tal vez en venganza por su antigua popularidad.
Recuerdo que hace más de veinte años, el gran publicitario y maestro Juan Carlos Ferrero me enseñaba que en Uruguay, a diferencia de lo que ocurría en Argentina, la gente manifestaba "simpatía por el débil". No otra explicación tuvo, por ejemplo, el reposicionamiento de Jorge Batlle, cuando en 1989 declaró que la decisión del entonces presidente Sanguinetti, contraria a su candidatura, la había sentido "como si me hubieran cortado el brazo". Los uruguayos siempre fuimos afectos a quien se batía contra fuerzas más grandes que él, desde el llano.
El martirio de los rehenes del MLN durante la dictadura es una de las causas de la adhesión emocional al actual presidente. No sólo simpatizamos con el débil, sino que además lo premiamos, y castigamos con dureza al que se presenta fuerte, autosuficiente, soberbio.
Qué distinto a lo que pasaba en Buenos Aires, con multitudes en Plaza de Mayo vitoreando al dictador Galtieri, por la trágica bravuconada de invadir las Malvinas y mandar a la muerte a centenares de chiquilines indefensos. Qué distinto al circo de admiración en torno al Menem cirugiado que paseaba en una Ferrari Testarossa.
Hoy, la culturización porteña y su influencia terraja nos hacen atenuar ese sentimiento compensatorio. Hoy está de moda pegarle al caído. La ordinariez en que cae a veces la lucha electoral, le pasa por arriba al reconocimiento a las personas, como un tsunami.
Hace un tiempo escuché decir a Lincoln Maiztegui que la condena pública al ex jerarca del gobierno de Lacalle, Enrique Braga, incidió en la enfermedad que lo llevó a la muerte. Según el periodista e historiador, la acusación contra Braga fue injusta. Pero eso no impide que hoy se siga pronunciando su nombre con una sonrisa autosuficiente, como sinónimo de corrupción del gobierno blanco. Cuando lleguen las elecciones, de un lado dispararán el nombre de Braga y del otro, tal vez, el de Arana.
Prefiero confiar en la buena fe de quienes sólo erraron por eso mismo, por confiar. Prefiero tender mi mano al caído, en lugar de incurrir en la bajeza mediocre de escupirle.