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Políticamente incorrecto

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La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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Que haiga salú pa todos o pa naides

06.Feb.2012

 

En un rapto de sinceridad digno de mejor causa, el Presidente de la Junta Nacional de la Salud justificó la prohibición a usar un robot quirúrgico adquirido por el Hospital Británico en que "el país no está en condiciones de tener este aparato tan importante por cuatro o cinco cirugías al año".

Se ha hablado mucho de este caso como un nuevo ejemplo de anteposición de lo ideológico a lo científico: antes, las organizaciones de salud privadas no podían importar tecnología que no tuviera ya Salud Pública, argumentándose que no era justo que la innovación estuviera al alcance de quienes pudieran pagarla y no de toda la población (lo de título). Después vino la flexibilización de la medida, pero exigiendo previa autorización del ministerio respectivo, que en el caso que nos ocupa, se supo que venía con una demora de dos años.

El trasfondo de esta peculiar manera de conducir la salud pública, parece ser de rechazo a los empresarios privados que realizan cuantiosas inversiones en este tipo de tecnologías y después venden su uso al estado a altos precios. Lo que nadie entiende bien es si la alternativa que propone el gobierno es que no haya incorporación tecnológica, y que los pacientes de instituciones tanto públicas como privadas, directamente no tengan acceso a los adelantos de la medicina. En esa hipótesis, el que tiene dinero puede ir a atenderse al exterior, y el que no, va muerto (en este caso, en el sentido literal de la expresión).

Si nos quejamos de nuestra mutualista porque en lugar de ofrecernos el medicamento que nos recetó el médico, nos vende "un similar", más deberíamos protestar ante un estado que nos priva de tecnología porque no se justifica por "cuatro o cinco cirugías al año", o dicho en otras palabras, cuatro o cinco vidas de uruguayos que pueden perderse por no disponer de ella. Lo mismo pasó antes con la vacuna contra el HPV y con el sistema PET para el diagnóstico del cáncer. Siempre aparecen jerarcas que se escandalizan de que haya empresarios que quieran lucrar con las enfermedades, como si con tal de no enriquecerlos, prefirieran que la gente se muriera.

En esta misma columna he expresado mi indignación por el representante gremial en el CODICEN que justifica los pésimos resultados uruguayos en las pruebas Pisa, en que no debe compararse a nuestros niños con los de Finlandia. Ahora, un jerarca de la salud nos dice lo mismo: no merecemos la tecnología médica que salva vidas en países desarrollados. Otra vez asoma esa filosofía pobrista que no pocas cabezas gobernantes ostentan con penoso orgullo. No vale la pena que evaluemos a nuestros escolares y liceales con rigor, lo que significa que no vale la pena que los eduquemos con calidad. Del mismo modo, para qué poner a nuestro alcance los avances de la medicina mundial, si somos un paisito tercermundista avivado de no dejar lucrar con la salud. Esto no es progresismo, amigos, es pobrismo.

Está bien claro que no todo el gobierno comparte estos insólitos puntos de vista. El presidente a veces, el vicepresidente y el equipo económico siempre, están entablando una dura lucha por desmontar viejos corsés ideológicos de la izquierda que impiden al país progresar y mejorar la calidad de vida de la gente. Significativamente, los representantes sindicales de los docentes, ahora dicen que los acuerdos educativos son una claudicación a la oposición que, según ellos, instala falsamente una crisis en este sector como un botín electoral. Parece obvia su intención de apelar a un neblinoso sentimiento de unidad frenteamplista, como último recurso para mantener el statu quo del desastre que crearon con su ideológica inoperancia.

Por la misma razón, se hace urgente un contraataque de las cabezas pensantes del Frente, explicando por qué hay que cambiar. Por qué la inversión privada es una fuerza amiga del país y no una conspiración burguesa. Por qué los avances que aportan las instituciones privadas en educación y salud deben ser un acicate para el mejoramiento de los organismos públicos, en lugar de una competencia a la que se mira con desconfianza y contra la que se ponen obstáculos absurdos. Es tan simple como eso: educar. Explicar la obviedad de que no se progresa emparejando hacia abajo. Destacar a los emprendedores como modelos a seguir. Exponer con razones y con números hasta qué punto el éxito de un particular repercute en la calidad de vida de todos.

He escuchado al presidente decir que de la superación del desastre educativo depende la continuidad del Frente en el poder. Creo que puede invertirse ese razonable pensamiento: del cambio cultural de muchos dirigentes frenteamplistas, aún atados a prejuicios carentes de fundamento, depende en buena medida la superación del Uruguay como país. Humildemente opino que Mujica y Astori deberían ponerse a trabajar fuertemente en ello.

 

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