Consuelo Pérez
En la próxima instancia en que se elija al gobierno departamental de Montevideo, todos los ciudadanos debemos tener muy claro el alcance y responsabilidad de nuestro voto, y al ejercer ese magnánimo derecho, nuestra razón es la que nos debe guiar.
Si bien lo antedicho parece de Perogrullo, y vale para todas las instancias democráticas de nuestra vida en sociedad, debemos reconocer que la atmósfera que ya rodea la todavía lejana elección, no muestra indicios de que pueda encaminarse por esa senda.
La tendencia a la politización y por ende a la polarización, que, justo es reconocerlo, ha sido un factor determinante para que desde hace muchos años el asunto del gobierno departamental capitalino se haya transformado casi en una lid deportiva, se exacerba desde ahora por el posicionamiento conceptual de algunos actores políticos y de alguna prensa, que plantean el escenario como una competencia, con ganadores y perdedores.
¿Podemos explicarnos, si esto no fuese así, cómo es que a dos años de la instancia, ya podemos ver en los medios televisivos el resultado de encuestas elaboradas por conocidas empresas que conducen insensatamente al ciudadano a responder acerca de sus preferencias al respecto en términos de partidos políticos -¡ y de futuros partidos políticos!- cuando aún no hay nada. Ni candidatos, ni programas, y ni siquiera el supuesto partido a crearse?
Peor aún es cuando personas de los medios, o comunicadores, se detienen a analizar exhaustivamente esas encuestas (o encuesta), mostrando así su inclaudicable hemiplejía partidaria, y su visión interesada y flechada del futuro para todos los que en esta ciudad vivimos, pagamos nuestros impuestos, y hace mucho que sufrimos sin ser escuchados.
En Montevideo, hay que decirlo y todos lo sabemos, hemos perdido o relegado muchas cosas si analizamos la gestión de la comuna en los últimos años. No desarrollaremos aquí los detalles. Pero se puede y se debe desandar el camino de los errores y empezar a recuperar nuestra ciudad, porque en definitiva es un problema de todos. Pero lo más grave, es que hemos perdido la libertad.
Cautivos –todos- de un apoyo incondicional al “partido de sus amores” que han proclamado “los ganadores”, hemos perdido la libertad, y además la identidad.
Si bien la inmensa mayoría reconoce que la gestión ha sido mala y está caduca –se dice en las encuestas, en las reuniones familiares, en los asados, en “los boliches”, en el trabajo, en el campo de golf y en el asentamiento- y que es claro y reiterado que el juntar la basura, tapar los pozos, ordenar el tránsito y hacer que la iluminación urbana funcione no es un asunto de socialismo, comunismo, batllismo o herrerismo, sino de buena administración y por ende de personas capacitadas para la función, a la hora de poner el sobre amarillo en la urna, la cosa cambia, y la historia vuelve a repetirse.
Curiosa y admirablemente, este síndrome de sometimiento no se da en las poblaciones del interior, a las que en definitiva les va mucho mejor en términos de calidad urbana. ¡Y no me digan que es porque son más chicas!
Y hablando de historia, como es propio del hombre detenerse más en el pasado que en presente, se desvía en consecuencia la percepción de lo que ES, y peor aún, de lo que DEBE SER.
Se crea entonces una falsa barrera entre un lejano pasado venturoso y un futuro que tienda a recuperarlo, porque es fecundo el recuerdo de la historia cuando nos sentimos incorporados a ella.
Ciertamente, volver a ser “la tacita de plata” suena casi a ciencia ficción, pero tenemos necesariamente que empezar a transitar por el camino de la recuperación. No podemos seguir siendo cautivos de nuestras propias limitaciones, o mejor dicho, de las limitaciones de quienes nos gobiernan.
Se puede constatar, agudizando la percepción urbana y la imaginación, que existe en Montevideo un sentimiento similar al de estar debajo de un gran domo – como en alguna película de fantasías- que se nos impone como castigo, condenándonos al aislamiento. En el caso se ha tornado insólitamente en un castigo impuesto para sí mismos por los propios habitantes que viven, resignados y cautivos, debajo del “domo”.
Para levantarlo y respirar al fin el aire fresco, se necesita que la mitad más uno de los que estamos dentro demos una mano, pues en esa instancia las fuerzas de cada uno de nosotros son equivalentes. El voto vale uno.
Es necesaria una Alternativa.
Nos la merecemos.