Consuelo Pérez
La Presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se ha estado empeñando en los últimos días en afirmar que José Gervasio Artigas era argentino. Así lo reivindicó al manifestar en sus particulares discursos, conceptos tales como que “Artigas quería ser argentino y no lo dejamos, carajo”.
También recurrió a un discutido testamento de Artigas en el cual él, supuestamente, se atribuye esa condición.
La presidente incurre en enormes errores, basados quizá en su desconocimiento de la historia, cuando ignora que Artigas era sinónimo de “confederacionismo” esto es, confederarse con otros países que estuviesen abocados a la lucha de la reconquista de su suelo, a la afirmación de su libertad. Artigas siempre quiso un pueblo libre, que podía sí confederarse con países hermanos, pero que el fin supremo, como claramente queda estipulado en las Instrucciones del año Xlll son la “soberanía, libertad e independencia”.
Nuca quiso una “federación”, camino que terminó transitando la Argentina, que nunca entendió ni compartió el concepto artiguista.
Quizá ignore la presidenta de los argentinos que Artigas, Jefe de los Orientales, vencedor ante los españoles -por primera vez- en la Batalla de Las Piedras, se propone conquistar la capital, sumándose al sitio de Montevideo. Pero aconteció que los dirigentes de Buenos Aires pactaron con los españoles el retiro de nuestros ejércitos, lo que provocó una gesta sin parangón en la historia de nuestros pueblos, e incomparable en la historia de los pueblos todos, como lo ha sido el Éxodo del Pueblo Oriental.
Esa muestra irrepetible, insólita, espontánea y unificadora, que si bien por su denominación –“la redota”- suena a pérdida, deja claramente sentado el concepto de que ni Artigas ni sus seguidores se subordinarían ante nadie, con una demostración de autodeterminación y confianza admirables, estremecedoras, que posibilitó la unión de razas y condiciones sociales en su totalidad, ante una realidad no admitida.
No está demás, pienso, recordar someramente estos aspectos tan conocidos por todos, pero sustanciales para lo que ligeramente hoy se afirma desde “la otra orilla”.
En nuestra insistencia en analizar más el pasado que el presente, eludimos a veces dirigir nuestra mirada a los hechos que acontecen en nuestro diario vivir, a los actuales tiempos. Lo heroico y lo sublime lo atribuimos entonces a seres que pasan a ser una especie de “superhombres”, desligados de nosotros en todos los aspectos.
Debemos sentir a nuestros próceres como héroes, porque lo fueron, pero no debemos ponernos “del otro lado”, como si nos fueran ajenos en sus actos, en su determinación, en su lucha. No los injuriamos si dijéramos “Yo quiero ser como vos”, los injuriaríamos si manifestáramos “Yo jamás podré ser como vos”. Porque para cumplir con la historia, con los anhelos por los cuales ellos dejaron su vida , sólo estamos nosotros.
La independencia se conquistó en unos años, pero hay que defenderla a lo largo de los siglos. Ya no están los héroes porque han muerto, pero sin duda que debemos sentir que nos están mirando.
En esa improbable posibilidad de ser observados, espero se me perdone recurrir a supuestos con relación a lo que Artigas pensaría de la situación actual de la Argentina, porque son indemostrables las conclusiones. Seguramente los conflictos entre argentinos, la sociedad dividida, las terribles desigualdades y caos institucional no fueran de su agrado.
Tampoco serían de su entendimiento, actitudes y sentimientos que se manifiestan de este lado del Río de la Plata –nosotros- que se dan entre los habitantes y las instituciones, tan lejanas a las que generaron el éxodo...
La división, la polarización, el entendimiento de los aspectos políticos como una contienda deportiva, lo político sobre lo jurídico, “la lucha de clases” seguramente no formaran parte de las aspiraciones o contemplaciones de nuestro prócer...
Por eso es que –sin intentar caricaturizar situaciones delicadas- quizá sí la presidenta argentina podría escuchar de un Artigas analizando nuestra situación social y utilizando un modismo conocido:
¿Yo? ¡Argentino!