Filosofía y Periodismo

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Columna de Facundo Ponce de León


Política e ingenuidad

26.Mar.2014

La pregunta nos acecha siempre, una vez más: ¿pero cómo son las cosas? ¿Qué tantas experiencias tenemos y para qué? Advertencia: el error fatal, más que fingir ingenuidad, es creerse que se ha superado completamente, estar convencido de haber respondido todas las preguntas, de saber cómo son los otros.

Cuando un adulto simula ser ingenuo se nota. Todos percibimos que finge, que algo no encaja entre sus palabras y su rostro, entre su cuerpo y su discurso. Del otro lado, cuando un adulto porta una dosis de ingenuidad genuina, cuando no pierde la capacidad de asombro a pesar de lo vivido, toda la realidad se tiñe de un color especial. Lindo. Fresco. Primera advertencia: nada tiene que ver esta actitud con el azucarado lugar común de "mantener vivo el niño que todos llevamos dentro". Los adultos verdaderamente ingenuos son los que, a pesar de saber que el niño que fueron se murió, logran mantener el pulso del tiempo pasado y transformarlo en sabiduría.

Durante la infancia lo nuevo nos acecha: la novedad es la regla de todos los días. Cada encuentro, inclusive con familiares, está signado por lo impredecible. Todo niño, por el mero hecho se serlo, se encuentra con un mundo que es novedoso para él, que está repleto de misterios inexplicables. Es una experiencia única mirar detenidamente los ojos de un niño e imaginar cómo verá dentro de sí todo lo que se le aparece. Observa el fuego con ojos ingenuos y a su vez, nosotros los adultos, le contamos que ese fuego está lleno de duendes que se llevan el humo por la chimenea. Doble misterio entonces, doble novedad: el mundo y las narraciones sobre el mundo. Ojos inquietos que miran para todos lados y descubren ingenuamente que todo lo que nos rodea es asombroso.

La edad adulta es aquella en la que nos hemos desayunado y explicado casi todas las cosas que nos asombraban. Resolvemos una cantidad de incógnitas, desde Papa Noel a la situación geopolítica del país, pasando por entender la ley de gravedad o las distintas monedas que se usan según el país. Justamente por ello nos molestan las actitudes de aparente ingenuidad de los adultos, porque no toleramos que desconozcan algunos aspectos básicos de la realidad. Que se hagan los que no entienden. Y justamente por ello también, es tan difícil mantener la llama de la ingenuidad cuando ya comprendimos ciertas reglas de la vida humana, cuando estamos empachados de experiencias que nos enseñan cómo son las cosas. El humo es combustión.

Pero la pregunta nos acecha siempre, una vez más: ¿pero cómo son las cosas? ¿Qué tantas experiencias tenemos y para qué? Segunda advertencia: el error fatal, más que fingir ingenuidad, es creerse que se ha superado completamente, estar convencido de haber respondido todas las preguntas, de saber cómo son los otros. En el ámbito de la política nacional, para desgracia de todos, este error de superación de la ingenuidad se instaló como un signo de viveza y sagacidad.

Los políticos, en general, creen tener la radiografía completa de todos nosotros. De ese modo, ya saben si quien los entrevista o escribe sobre ellos es de tal o cual ideología, de tal o cual familia, amigo de fulano o enemigo de mengano, a qué intereses responde. Como parten de esa idea, todo encuentro queda viciado desde el principio. Los amigos les harán favores y los enemigos tenderán trampas. Y si no pasa así, es porque hubo una excepción que confirmó la regla. Entender la política así es asfixiarla desde el principio.

La tarea política, actividad noble de la vida humana, requiere una dosis de ingenuidad para que sea fértil, necesita que los políticos estén abiertos a la novedad, dispuestos a que quien está enfrente los sorprenda, les diga algo nuevo, interesante, desprovisto de intereses mezquinos. En pocas palabras: que el otro no sea como lo esperábamos. Nada más lejos de este inicio de campaña presidencial, llena de lugares comunes y actos calibrados que presuponen todas las respuestas y olvidan que la ingenuidad está cargada de futuro.