"Hay una frase de Martí que sostiene que quien honra se honra, y yo creo que en este caso la Asamblea General, al homenajear a Massera, se honra. Hay pocas personalidades en la historia nacional que puedan encerrar en una misma figura a un científico tan brillante -sin duda de los más importantes de nuestra América Latina- y a uno de los dirigentes políticos y luchadores sociales más importantes de nuestra historia.
Massera fue, en sus procesos históricos -uno lo encuentra en su biografía-, fundamentalmente un hombre de su tiempo. Entender a Massera es entender las respuestas de la izquierda -una izquierda que tenía tres centrales sindicales y estaba conformada por dos viejos partidos- a la dictadura de Terra; es entender las respuestas de las fuerzas progresistas que, desde los partidos tradicionales, enfrentaron la dictadura de Terra, como Grauert y Baltasar Brum, o como la izquierda blanca que, en Paso Morlán, lanza en mano, salió a enfrentarla con Basilio Muñoz, Julio Castro y Paco Espínola, entre otros. Ese largo recorrido histórico, complejo, contradictorio y peculiar, esas experiencias concretas de lucha popular -me imagino que también abrevadas en derrotas muy duras- de las fuerzas progresistas y populares, que se encontraron en los comités de solidaridad con una República Española sangrada por el fascismo y abrazaron como causa popular la lucha contra el nazismo, explican la seña de identidad de este militante del campo popular proveniente de familia batllista. Su padre, senador de la república electo en ese período, colaboró en la lucha contra la dictadura que Terra instaló en el Uruguay.
Massera acompañó de manera peculiar la lucha política desde los gremios estudiantiles, y luego la lucha académica, fundando, junto a Laguardia, el Instituto de Matemática y Estadística, con un compromiso cada vez mayor que solamente se entiende desde el amor al pueblo. Y su historia y su vida reflejan un elemento que es muy caro para el campo popular: la necesidad de vincular al movimiento obrero y popular con la intelectualidad. Aun en momentos en los que campeaba, arrasando en las artes y en la ciencia, el paradigma del realismo socialista que tanto mal le hizo al campo popular en el mundo, uno encuentra artículos de Massera que hacen referencia a que la primera tarea de un intelectual es crear; la primera responsabilidad de un intelectual es con su creación.
Massera, junto con Arismendi -y también con otros, como Enrique y Jaime-, fue uno de los dirigentes más importantes, y accedió a la dirección partidaria en uno de los congresos de mayor trascendencia para el Partido Comunista en su historia. También fue un congreso relevante para la suerte de la izquierda uruguaya, y precisamente en 2015 se cumplen 60 años de su celebración. Fue importante porque inició el proceso de desestalinización de una fuerza todavía testimonial, con profundas contradicciones; fue importante porque abrió las perspectivas programáticas que durante décadas guiaron a una de las fuerzas más importantes en la izquierda uruguaya en cuanto a construir los espacios de unidad en el plano social y en el político. La Declaración Programática del XVII Congreso reafirma una tesis -que constituye una tendencia y una tradición muy importantes- que orientó durante mucho tiempo la lucha en el campo popular uruguayo: en circunstancias políticas complejas, el camino para los pueblos debería ser siempre el menos doloroso.
Massera provenía del Movimiento de Partidarios de la Paz y tenía una labor intelectual destacada en el mundo. El legislador Carámbula hacía referencia a ese intercambio epistolar entre las comunidades científicoatómicas, donde la polémica con Einstein implicaba, entre otras cosas, que esas entidades académicas no excluyeran a una parte del mundo que ensayaba una experiencia de construcción alternativa al capitalismo.
Él lideró esa generación de luchadores que tuvo la habilidad de ver décadas hacia adelante, y nosotros llevamos esa mochila, esa herencia política que tiene un enorme valor. El liberalismo, en su expresión, en su estética, muchas veces no nos deja ver más allá de lo inmediato, de lo instantáneo, de lo nuevo, del ya, del «compre ahora»; muchas veces ubica a la realidad política fuera de contexto, sin contenido histórico y sin contenidos sociales. Esa generación, de una izquierda testimonial que apenas reflejaba el 3 % o 4 % del electorado, supo mirar e ir construyendo la perspectiva de la unidad en el plano social; de la unidad en las herramientas populares en el plano político; de la unidad de la izquierda sin exclusiones, aterrizando en una versión profunda del artiguismo. Hay que leer los trabajos de Lucía Sala y Julio Rodríguez; hay que rescatar del bronce de Artigas la perspectiva federal, la perspectiva agraria, la perspectiva social, como el Programa Aduana, e incorporar desde ahí a las luchas populares para que, como dijera Mariátegui, los cambios en cada pueblo sean creación heroica o no sean nada.
Massera participó activamente del proceso de unidad de una izquierda sin exclusiones, de las polémicas en el campo popular. Hay que rescatar los debates con compañeros brillantes, como Trías en la década de los sesenta, acerca de los rumbos; el debate acerca de reforma o revolución, en la perspectiva de la reforma constitucional de 1966, de hasta dónde ir o no, de los márgenes en la legalidad, de hasta qué punto aprovechar la institucionalidad para generar transformaciones sociales. Hay que rescatar la labor de Massera como parlamentario, que instaló en el debate la contradicción derivada de que el vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas y su envoltorio de relaciones sociales capitalistas imposibilitaban -en esa lógica contradictoria- la pública felicidad. Aparte de ese debate teórico profundo, incorporó el debate cotidiano de la lucha de los trabajadores frigoríficos por la insalubridad, por el seguro de paro, por mejorar las condiciones inmediatas, contra la carestía. Esa síntesis que tanto le cuesta al campo popular tuvo en Massera, sin duda, uno de los exponentes más brillantes.
Massera, junto a los dirigentes de todas las tendencias, nos hereda esta criatura maravillosa que es la unidad de la izquierda, parida desde el dolor. Creo que en la interpelación que se le hace al ministro del Interior en momentos del asesinato de Líber Arce y en la renuncia de buena parte de ese gabinete uno encuentra, en gran medida, lo que después fue el Frente Amplio; creo que en los comités por las libertades, fundados semanas después, uno encuentra buena parte de lo que más adelante fue la forma vertebral en que la izquierda se organizó.
Tenemos a Massera militante del Partido Comunista, preocupado por la formación de los cuadros principales durante mucho tiempo, y también a Massera héroe de la resistencia. Todos sabemos que Massera no participó en ninguna guerra; no fue víctima de una guerra. Como tantos otros, como los miles de compañeros y compañeras presos, Massera sufrió lo que fue la dictadura fascista, en contra de todo un pueblo, al servicio del gran capital trasnacional, que generó, entre otras circunstancias, que el salario real a la salida de la dictadura fuera prácticamente la mitad de lo que era al inicio, y que la deuda externa se multiplicara por doce al servicio del ajuste estructural.
La campaña internacional por la liberación de Massera es conmovedora. Recién lo decía el señor legislador Radío. El hecho de que una parte emblemática de la comunidad académica le otorgaran el título de doctor Honoris Causa -en 1979 en Roma, en 1980 en Berlín, en 1981 en Ecuador y en Niza, en 1982 en Puebla, en 1983 en La Paz y La Habana- tenía que ver con ese reclamo, al igual que la visita de muchos intelectuales del mundo. Algún día habrá tiempo para analizar el efecto dramático que el período del golpe de Estado en el Uruguay generó sobre la educación y, en particular, sobre la Universidad de la República, con sus intervenciones, que barrieron lo mejor del conocimiento acumulado durante décadas.
Con motivo de su liberación, en 1984, el poeta Juan Gelman escribía esta carta: «Considero que la liberación del gran matemático y dirigente político uruguayo Massera adquiere hoy una enorme significación. Testimonia, por un lado, la fuerza real de la solidaridad mundial, que fue capaz de arrancar de la cárcel a un rehén preferido de la dictadura militar de ese país. Y da prueba, por otro lado, de la creciente debilidad de un régimen cada vez más sacudido por la movilización popular y las huelgas, que cavan sistemáticamente la fosa de ese régimen asesino. Todo lo cual da materia para otra reflexión: ¿no es el momento preciso, acaso, ahora mismo, para redoblar los esfuerzos mundiales a fin de que salgan en libertad todos los presos políticos de esa desprestigiada, odiada y
tambaleante dictadura?»
Esta semana tuve la oportunidad de conversar con varios compañeros que compartieron calabozo con Massera; algunos de ellos aprendieron algo de matemáticas con él en esa época. Sin dudas, el Uruguay está lleno de esas pequeñas historias. Por mi concepción filosófica, creo que la historia la hacen los pueblos, porque son ellos los que la construyen a través de un largo recorrido; pero también hay que entender a los pueblos a través de sus individuos, de aquellos que expresan lo mejor de ellos. Massera, sin duda, para generaciones de luchadores de nuestra patria, en los más diversos terrenos, expresa el ejemplo de lucha comprometida, es decir, de no ver pasar la vida por el costado.
Massera fue parte de la izquierda. Nace el mismo año en que se vota la ley de las 8 horas y un par de años antes de que se pusiera el freno a la reforma batllista. Y también nace un par de años antes de que los cañonazos del Aurora anunciaran que en la vieja Rusia zarista se iniciaba un proceso de emancipación que terminó implosionando, derrotado. También en sus últimos años Massera nos dejó enseñanzas notables desde el punto de vista crítico. Massera no le cedió un milímetro al estalinismo; fue un crítico riguroso de cómo ese régimen fue una de las causas principales de la deformación del proceso histórico de la revolución soviética.
Siendo muy joven tuve la oportunidad de conversar, en congresos y comisiones partidarias, así como en el colectivo posterior que se constituyó como referencia, acerca de la posibilidad de descubrir, desde el punto de vista teórico, qué había fracasado y qué no, en momentos en que las usinas ideológicas más potentes del mundo nos convidaban -y aún nos convidan- a resignarnos, a no pensar en alternativas a formaciones económicas como la actual, que llevan a que, en pleno siglo XXI, a pesar de que hay una producción per cápita cinco veces mayor que cuando Massera nació, siga habiendo mil millones de seres humanos que pasan hambre en el mundo -de los cuales ciento cincuenta millones son niños-, además de veinte millones de esclavos.
A pesar de ser un crítico riguroso de esos aspectos complejos de esa construcción histórica del este de Europa, Massera no abandonó ni un segundo la perspectiva de la emancipación popular, la perspectiva de construir una forma de sociedad que supere el paradigma capitalista, donde lo único que importa es el lucro. Por el contrario, Massera murió intentando reconstruir la tradición de la unidad sin exclusiones, la tradición de la perspectiva táctica y estratégica de la democracia avanzada, que en última instancia implica que quien genera la riqueza debe tener la mayor posibilidad de resolver qué hacer con ella. Seguramente hoy Massera estaría convidándonos a reflexionar sobre la perspectiva de una América Latina en una senda de cambios políticos profundos, donde se están dando procesos insuficientemente coordinados y unidos; seguramente también estaría convidándonos a pensar cómo generar, desde las tiendas de la unidad de la izquierda por la que entregó su vida y su libertad, orientaciones políticas que puedan superar lo que está mal, ya sea carencias o retrocesos.
Hay un poeta peruano, Vallejo, que escribió un poema al combatiente -y no hay duda de que Massera fue un combatiente por sus ideas durante toda la vida y en todos los terrenos: en el de la lucha partidaria, en el Frente Amplio, en la Academia y en la militancia estudiantil- que dice lo siguiente:
«Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...»
Déjenme pensar que quienes vivieron la vida como Massera la vivió, dedicada a las causas, a los pueblos, al amor, de alguna forma nunca se van del todo. Hace 13 años Massera nos dejaba, y pidió irse envuelto en las banderas por las que luchó toda su vida: la de su gremio estudiantil y la del partido al que dejó con una mochila muy cargada para llevar en la espalda, una herencia para la que seguramente no nos dé la vida."