Quisiera comenzar estas líneas con un comentario personal, pero que seguramente refleja lo que mucha gente en Israel sintió en aquella terrible noche del sábado 4 de noviembre de 1995, cuando fue asesinado el entonces Primer Ministro Itzjak Rabin. Jamás en mi vida pensé que podría llorar tanto, con el corazón desgarrado, por la muerte de alguien que no era de mis seres queridos a nivel personal, ni un familiar ni un amigo cercano. Jamás había concebido albergar esa sensación de orfandad y desesperación por la muerte de alguien que a nivel personal, íntimo, de hecho no era nada mío.
Recordamos el ambiente en la calle, la sensación de duelo nacional que se palpaba en el aire. La gente hasta manejaba con más cuidado, con más respeto por el prójimo al volante, como si súbitamente hubiera comprendido que la alternativa nunca es buena.
Y no tenemos duda de que entre todos aquellos israelíes que lloraban a Itzjak Rabin, vilmente asesinado por uno de sus propios compatriotas, había numerosos que no concordaban con su camino político y con sus decisiones en el marco del proceso de paz con los palestinos .La izquierda, el centro, pero también el ala más conservadora y no por ello no democrática de la sociedad israelí, comprendieron el terrible y profundo significado del magnicidio.Y por eso estaban de duelo.
No solamente por el proceso de paz que quedó trunco en ese momento. A nuestro parecer, más allá del ferviente deseo que albergábamos de que ese proceso de paz que Rabin encabezaba resultara exitoso, el atentado fue contra la democracia, contra la estructura básica del Estado de Israel.
Todos recuerdan que Rabin fue asesinado al finalizar aquella multitudinaria concentración en la plaza Maljei Israel de Tel Aviv-que hoy lleva su nombre- en pro de la paz. Y es imperioso recordar por qué sus organizadores la promovieron, por qué se esforzaron por convocarla y poder así mostrar al propio Rabin y a la población toda, que el proceso de paz contaba con un amplio apoyo popular: porque en Israel soplaban también otros vientos, de incitación, de odio, de quienes no sólo discrepaban con Rabin sino que llamaban a asesinarlo y lo calificaban de traidor.
Esos vientos terribles venían de figuras de extrema derecha y hasta de rabinos extremistas convencidos al parecer de hablar en nombre de Dios. No sólo quien empuña el revólver mata, sino también quien crea el ambiente en el que el asesino está convencido de que con su acción, hará un favor al pueblo.
Y a esos elementos hay que recodarlos, aunque vayan cambiando de nombre, porque en aquel entonces vestían a Rabin con uniforme nazi y hoy colocan la "kefía" árabe sobre los retratos del Presidente Reuven Rivlin, un profundo demócrata, de derecha, para quien solamente quien respeta la democracia y al prójimo en su condición humana, judío o árabe , merece ser parte de la tierra de Israel.
Era legítimo discrepar con Itzjak Rabin, no solamente porque eso es propio de una sociedad libre y democrática, sino porque lejos estaba el proceso que él impulsó, de ser la fórmula mágica que todo lo resolvía.
La grandeza de Rabin fue ,precisamente por haber sido combatiente, comprender a fondo que será con los enemigos que habrá que hacer la paz. Y que hay que arriesgarse para intentar lograrla, aunque sin bajar la guardia.
Pero lamentablemente, fueron tantos los obstáculos en el camino, tan compleja la marcha , y tan sangrienta, que entre quienes de entrada se opusieron por no creer que el enemigo se convertiría en buen vecino, se fortalecieron también los más extremistas convencidos de que ese proceso había que detenerlo a cualquier precio.
Es difícil saber qué pasaría hoy en Israel si Rabin viviera, si estuviera al frente . No tenemos dudas que la situación estaría mejor en áreas como la educación, ya que él había comenzado en forma decidida a cambiar el orden de prioridades nacionales , destinando enormes recursos a dicho campo. Pero en lo que a los palestinos se refiere, la situación es mucho más compleja que decir "no hay paz porque un israelí de la extrema derecha asesinó a Rabin".
Es que es ineludible recordar que el terrorismo contra Israel no comenzó con el asesinato de Rabin. No fue la desilusión de los palestinos por la desaparición física de su interlocutor, lo que llevó al comienzo de los atentados. Claro está que el marco negociador que se había estado desarrollando, quedó trunco. Pero la problemática era mucho más profunda.
La suscripción del acuerdo de Oslo entre Israel y la OLP en 1993, desató duras críticas del ala más conservadora , ideológica y religiosa en Israel, pero cabe recordar que las reacciones más violentas llegaron del lado palestino.
Una serie de atentados terroristas cometidos por Hamas, golpearon a Israel poco después de Oslo. El 6 de abril de 1994, un atentado con bomba en Afula. En enero de 1995, un doble atentado con explosivos en el cruce Beit Lid, con 22 muertos. Otro en Hadera . Otros en Tel Aviv.
Entre la firma de la Declaración de Principios en los jardines de la Casa Blanca, entre Rabin y Arafat, el 13 de setiembre de 1993 y setiembre de 1995, la suscripción de Oslo II, murieron 164 israelíes en atentados y cientos resultaron heridos.
Ya después del asesinato de Rabin, cuando su Canciller Shimon Peres asumió en forma interina como Primer Ministro hasta las elecciones en las que luego ganó Benjamin Netanyahu, volaban los ómnibus en Israel . Al frente estaba una de las figuras políticas israelíes más identificadas con la búsqueda de la paz, pero eso no frenó a los terroristas.
No era la desesperación lo que los motivaba. Nunca lo había sido.
Resulta especialmente frustrante haber llegado al vigésimo aniversario de aquel terrible asesinato, cuando aún no se ha hallado la paz, o al menos, la fórmula necesaria para garantizar que no se recurra a la violencia para dirimir las diferencias. Los acuchillamientos están a la orden del día y la preocupación tiene razones claras de ser.
Los incitadores de entonces, los que se creían con derecho a determinar que Rabin debe morir, no han desaparecido. Los "socios" que no supieron respetar las promesas a Rabin de no recurrir al terrorismo por sus discrepancias, tampoco.
Ambos son un peligro para Israel. Ante ambos, hay que mantenerse alertas, y firmes, con los ojos siempre abiertos.
Ambos son una afrenta a todo lo que Rabin sacrificó para lograr paz y seguridad para Israel.
Bendita sea su memoria.