El plan de gobierno desafiará a la izquierda en su más intima identidad; se apresta a iniciar su segunda administración en un escenario, que continuará siendo espléndido, munida de un poder que excede largamente el de las mayorías legislativas y con una bitácora difícil de leer en sus entrelineas principales.
En unos días más, el país habrá dejado atrás la confrontación electoral y se instalará nuevamente en el escenario de la realidad. Esa perspectiva esta conformada en términos absolutamente diferentes a la que había en noviembre de 2004. Entonces, las expectativas mayores estaban connotadas esencialmente por interrogantes vinculadas a la capacidad de administración de la izquierda. En aquellos momentos las dudas se concentraban en las probabilidades de mantener los equilibrios con el despliegue de las políticas de inclusión y una, aunque no anunciada, presumible, intensificación del enjuiciamiento a los crímenes de la dictadura. La interrogante principal tenía que ver con que si esa rotación saludable de cargos produciría o no “ruidos” capaces de desequilibrar una salida de la crisis de 2002 cuya administración tenía ciertas exigencias delicadas. En el área de la economía aquella incertidumbre respecto a la estabilidad fue despejada con rapidez por la elite económica, apoyada en el período de bonhomía y sostenida sin reticencias por el presidente Vázquez. El primer gobierno de izquierda utilizó su oportunidad y, además, comenzó a ejecutar las políticas que componían el tercer y cuarto pilar del plan inicial: avanzar en la información y las reformas de mercado. O sea que no sólo se administró adecuadamente habilitando cuanto experimento de inclusión pergeñaron las diferentes unidades ejecutoras de la nueva administración sin molestar al mercado. Sino que, en paralelo se comenzó la ejecución de un proceso de reformas estructurales de mercado que el país se debía hace a los efectos de completar el plan sistémico de salida de la crisis de 2002. Esa es el área más ignota al término de esta administración. Varias veces hemos mencionado esa área de gestión sin la cual, lo logrado en materia de inclusión hoy sería extraordinariamente frágil y vulnerable.
Panorama despejado y exigente
Hoy, el escenario económico está despejado: la salida reafirmada en el G20 de la crisis central asegura un año largo, al menos, de bajas tasas de interés y el consecuente aumento de flujo de inversión externa directa (también de la otra) a las zonas de la periferia. El gobierno tiene claros los requisitos necesarios para continuar usufructuando esta oportunidad: una gubernamentalidad decente, apegada al derecho, progresivamente abierta y provista de una red de pagos muy sólida, con regulación orientada al cumplimiento de los objetivos de Basilea II.
Internamente, a los efectos de utilizar plenamente esta oportunidad para viabilizar la política de la izquierda supone algunas dificultades agregadas. Astori ha explicado hasta el cansancio que aquellas transformaciones estructurales que fueran iniciadas en el principio mismo del actual gobierno exigen aceptar las exigencias que demanda su propia dinámica. O sea que, una vez aceptado —se publicite o no- el propósito reformista, no se puede volver atrás; tampoco es posible eludir la secuencia de obligaciones que demanda esa política de transformación. Y es eso lo único que oscurece ese panorama tan claro que tiene ante si el nuevo gobierno. El debate y la confrontación ya no tienen un referente “externo”. La oposición no aparece como el enemigo, ni los “piratas” son la amenaza del erario público o las familias. La confrontación es inminentemente endógena a la izquierda. Y aquí aparecen, al menos, dos problemas que ya se insinuaron en la primera administración: Uno: la disociación entre la vieja cultura de la izquierda y sus programas rubricados por Congresos cuyas sentencias serán las únicas resistencias que se esgrimirán en oposición a la profundización de las reformas de mercado que este gobierno debe acelerar; dos: lo que hasta aquí aprecia como una fortaleza: el cerco de las mayorías absolutas imponiendo disciplinas de bloque que dificultaran el juego del poder ejecutivo y el legislativo ante esas emergencias. Frente a esas dificultades habrá que ver como administra la izquierda sus enormes diferencias soslayadas en el proceso electoral frente al redivido riesgo de perder el gobierno.
Los viejos temas
Subsistirán en ese escenario los otros problemas estructurales principales: aquellos vinculados a la resolución de los tradicionales problemas de América Latina: el desprecio de los principios anglosajones de la libertad y sus contratos principales; la tradicional dificultad que ostenta Uruguay para enfrentarse a la incomprensión del laicismo y la libertad real de la enseñanza; la descolocación del instituto familiar en el centro del entorno educativo, la imposibilidad de devolver al ámbito familiar la exigencia de responsabilidad con sanciones e incentivos mayores, la debilidad institucional de un Estado que recrea principios defensivos naturales del batllismo histórico, o la sumisión ciudadana frente a la agresividad de las corporaciones. Estos son temas difíciles de colocar en la agenda pública, pese a lo cual irán resolviéndose entre dolores y sorpresas. Así lo exige la misma dinámica del proceso que aquella elite ha aceptado poner en marcha y se prepara para acelerar, aún sin aceptar sus fundamentos en la intimidad filosófica de sus principales referentes.
Uruguay ingresa en ese escenario fantástico con muchos de nosotros temblando por las consecuencias que, a nivel personal va a tener esa dinámica de transformaciones. El país se apresta a realizar un experimento que, quizás sólo Uruguay hasta por su pequeñez esté en condiciones de realizar: ir reeducándose rápidamente en la revisión de la cultura desde cuya intimidad han surgido las principales restricciones que nos han complicado la vida desde la década del 50 en adelante. La celebración del ser nacional alentado el “País de la cola de paja”, o “La Tregua”, tiene en aquel artículo de Martín Rama, “El país de los vivos” su admirable alarma.[i]
Pensando en el resultado de la cuenta principal
Ahora, la elite que reasumirá la conducción económica - apoyada y estimulada por un ex guerrillero que ha aprendido que el verdadero asalto al Palacio de Invierno, paradójicamente, pasa por la profundización de las reformas de mercado- continuará desarrollando el plan pergeñado en los albores de este gobierno. Con increíble dificultad comenzarán a aparecer en la agenda los temas ocultos de la realidad: ejemplo pertinente: el país celebrará en pocos días la aprobación de la Ley de Reforma de Mercado de Valores, se modificará en una perspectiva más capitalista aún el reglamento de la Ley de Inversión, se acelerará la modificación de la Ley de quiebras y, con las dificultades impuestas por las necesidades brasileñas, Uruguay intentará superar el bloqueo económico y político que la capital de Virreinato colonial le sigue imponiendo a través de los puentes, el puerto y la restricción histórica a la libertad de comercio.
Detrás de ese frente económico y administrativo se librará una batalla fenomenal: aquella en la cual se intentará sintetizar en clave de pensamiento nacional el resultado de la confrontación entre los saberes aprendidos y las exigencias de la realidad: esa será la batalla de la libertad o la sumisión. Allí está la única cuenta de resultados que mostraremos al mundo. Allí a dónde, lamentablemente, nunca llega ninguna discusión preelectoral. Allí y no en ninguna de las áreas programáticas habrá que pasar raya al término de los próximos cinco años. Y esa confrontación por la libertad, vale recordarlo, tiene una dimensión social y colectiva pero, esencialmente, se librará en el interior de cada uno de nosotros.
[i] El país de los vivos: un enfoque económico — Setiembre 1991 - http://www.bvrie.gub.uy/local/File/JAE/VI_JAE_1991/Rama2.pdf