Políticamente incorrecto

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La columna de Álvaro Ahunchain


El nacionalismo bueno (segunda parte)

04.Oct.2010

 

La casi unanimidad de las respuestas a mi posteo anterior me dejó defraudado. Nuevamente, como en aquella clase de facultad, me encuentro con uruguayos que hablan con desprecio de los productos culturales creados en su país.

Es un poco la aplicación al consumo cultural de la libertad de mercado. Soy libre de elegir los snacks que más me gustan... ¿para qué me voy a engrasar las manos con las papitas Manolo, si las Pringle son tan ricas y sequitas? Pero en el supermercado de la cultura, las cosas no son tan sencillas. Una papita puede ser sabrosa o desagradable en cualquier país de mundo. Una película, un libro o una serie de televisión, en cambio, pueden significar poco y nada en otro país, y asumir una enorme importancia en el entramado social del país propio.

No aludo simplemente a generación de fuentes de trabajo, no, eso vale también para las papitas y no es mi tema. Me refiero a algo más hondo y trascendente: la producción cultural es lo único que identifica a una sociedad. Al construir cultura, los uruguayos estamos construyendo nuestra propia identidad, aquello que nos diferencia y nos distingue de otros pueblos.

Es cierto que somos el país de Batlle y Ordóñez y de Herrera. Pero es más cierto todavía que somos el país de Florencio Sánchez, de Juana de Ibarbourou, de Juan Carlos Onetti. Porque lo que ellos escribieron, aún desde lo íntimo y confesional, define nuestra idiosincracia, nuestros éxitos y nuestras miserias; nos expresa como sociedad única y diferenciada, mucho mejor que cualquier definición de Uruguay que aparezca en Wikipedia.

Mi convocatoria a un nacionalismo cultural no pasa por aceptar y aplaudir todo lo que se haga en Uruguay, aunque sea malo. En verdad, la condición de buena o mala de una obra de arte es una apreciación subjetiva; la unanimidad es contraria a la comunicación artística. Lo que yo combato enérgicamente es el prejuicio, ese lamentable lugar común según el cual no hay que ir a ver una película hecha en nuestro país, porque si es uruguaya, seguro que  es mala.

Con prejuiciosos así yo me cruzo todos los días. Aunque parezca increíble, me los encuentro en el ambiente publicitario (donde se supone que también creamos productos creativos propios) ¡y hasta en el mismo entorno de los medios de comunicación!

En Uruguay posamos de inteligentes si nos burlamos de todo y de todos. Recuerdo que los chicos de "Justicia Infinita" se reían al aire de Laura Daners cuando conducía, según ellos "borracha", el informativo de canal 12, desconociendo tal vez que sufría los avances de una esclerosis múltiple que hace pocos días la llevó a la muerte. Nos equivocamos, pero no importa: ya habrá otra persona de la que reírnos, que no esté enferma, y que demuestre que somos inteligentes y superiores.

En el fondo esta actitud es un símbolo de cómo somos los uruguayos. Nunca hacemos nada y criticamos al que hace, lo más despiadadamente que podamos.

Los grandes cómicos, desde Roberto Barry hasta Ricardo Espalter, se rieron siempre "con el otro". La moda de hoy, importada directamente de Ideas del Sur, es reírse "del otro". Escarnecerlo. Humillarlo. Destruirlo.

Hace años existía una radio llamada "El dorado", que era un referente para cierto público joven y con inquietudes culturales vinculadas al rock. Recuerdo que los ingeniosos conductores de un programa vespertino empezaron a mofarse del grupo "Níquel", porque haría una presentación en el Teatro de Verano junto a la Orquesta Filarmónica Municipal. No sabían que Jorge Nasser, líder de Níquel que había puesto mucho esfuerzo y mucho dinero en la concreción de ese concierto, los estaba escuchando. Cuando escuchó que los ingeniosos se empezaron a burlar del apellido del director de la orquesta, que no era otro que Fernando Condon, Nasser tomó un taxi, llegó a la radio, irrumpió en el estudio y los molió a golpes, en vivo y en directo. No estoy incitando a que hagan esto mismo en sus casas, chicos, pero debo decir que, aunque no disculpo a Nasser, lo  comprendo. Tanta soberbia paralizante de la capacidad de emprendimiento, termina justificando reacciones así.

Yo fui testigo de cómo fue crucificado Pablo Dotta en los años 90, por proponer una película desafiante como "El dirigible", que uno de mis respondentes calificó de "indefendible". Mi defensa de esa formidable obra de arte será el tema del posteo de la semana que viene.