El triunfo celeste del sábado atenuó bastante nuestro complejo de inferioridad rioplatense. De pronto sentimos que los "porteños" -no digo los argentinos- habían obtenido su merecido, en una rivalidad que nos separa desde las lejanas épocas de la colonia. Ya dejó de ser, como en aquel entonces, un enfrentamiento portuario. Sigue siendo sí un conflicto comercial, porque pasan los gobiernos de uno y otro país, pero se da la constante de que tanto argentinos como brasileños respetan los acuerdos del Mercosur sólo cuando les sirven, y no dudan en traicionarlo si les perjudican (llámese arroz a Brasil o bicicletas a Argentina). Sigue siendo también, un conflicto político. Desde el extinto presidente Kirchner declarando, en los últimos meses del gobierno de Batlle, "que no se haga más problema, lo arreglo después con Tabaré", hasta los inefables juicios en La Haya.
Pero ante todo, creo que el principal enfrentamiento -por extraño que parezca- es cultural. Lo que más nos divide es la idiosincracia. Parece que los uruguayos fuéramos la contrafigura de los porteños: ellos soberbios, nosotros pasados de humildes; ellos exitistas, nosotros quejosos; ellos extrovertidos, nosotros, invisibles vocacionales. Ellos ufanándose, no hace mucho, de que su presidente andaba en una Ferrari Testarossa. Nosotros, ufanándonos hoy mismo de que nuestra intendenta va a trabajar en ómnibus.
Creo que la expresión "complejo de inferioridad" no la utilicé al azar. Digámoslo de una vez: nos sentimos menos. Entonces, sacarlos de la Copa América fue algo así como una revancha, la venganza del chinito. Lo que no me queda tan claro es que ellos -los porteños- tengan por nosotros los mismos sentimientos oscuros. Estoy convencido de que no. Me recuerda aquella bola que se corrió durante el Mundial de Sudáfrica, de que Maradona había dicho desconocer que los uruguayos estaban participando. Nunca nadie encontró el documento que probara esa declaración, pero corrió como reguero de pólvora. Es que estamos esperando cualquier oportunidad para cuestionarles su tamaño y su soberbia, al punto que si lo analizara un psicoanalista, llevaría nuestro complejo al plano freudiano... Y si no la encontramos, la inventamos.
Pero si bien ellos, los porteños, no sienten hacia nosotros una animosidad equivalente, hay que reconocer que, como toda buena contrafigura, nuestra vecindad refuerza en ellos un inocultable complejo de superioridad. Cuántas veces hemos escuchado a un porteño decir que tenemos un país tan lindo, que le encantaría venir a vivir acá después de jubilarse. Uno no sabe si tomarlo como un elogio, o más bien como el diagnóstico de que somos un país de viejos, inactivo y retirado del mundo. En su monólogo de "Mucha cháchara 2", Manuela Da Silveira hace una agudísima parodia de ese sutil botijeo que ellos nos practican: "amigo uruguasho, es fácil, ¡hasta vos podés!".
Es que el clásico rioplatense fue un duelo de inseguridades, la de quienes amamos no ser los peores del mundo y la de quienes odian no ser los mejores.
Lo interesante es observar que nuestra porteñitis está muy lejos de ser un reflejo nacionalista. Amamos la televisión porteña: le damos nuestros más altos niveles de audiencia. Leemos con fruición a Luis Ventura cuando dedica una página de la revista Sábado Show a explicar por qué no llegó a un acuerdo con la gente de canal 4, como si eso fuera importante. Llenamos el Teatro Metro para ver la revista de Carmen Barbieri. Abarrotamos las academias de baile de niñas deseosas de participar algún día en el programa de Tinelli. Leemos más "Caras" que "Búsqueda" y "Brecha" juntas. Somos aún más cholulos respecto a la porteñería de moda, que los propios porteños. Las bazofias de Jorge Rial y Viviana Canosa tienen más rating en Uruguay que en su país de origen. Cuando queremos hacer productos televisivos exitosos, invariablemente traemos a gurúes porteños para que nos transmitan su sabiduría (salvo honrosas excepciones). Llegamos al surrealismo de que el canal oficial, el único que no debe desvelarse por la dictadura del rating, retransmite dos ficciones porteñas y no produce ninguna uruguaya. Entonces... ¿por qué nos entusiasma tanto ganarles deportivamente, si culturalmente, nos fascina que nos ganen por goleada todos los días?