Hace unos días, el Ministerio del Interior lanzó una batería de carteles de vía pública bajo el concepto de "Campaña por la no estigmatización de los barrios".
En ellos aparecen las fotos de sendos policías sonrientes y textos que refieren a cuatro de los barrios en los que se realizan los llamados "megaoperativos" para detener delincuentes: Borro, Marconi, Paso de la Arena y 40 semanas.
Trabajo en publicidad y debo el mayor de los respetos al colega que haya formulado esos mensajes, pero me siento en la obligación de dejar constancia de mi discrepancia, al menos como ciudadano y contribuyente. Los carteles dicen:
"En el Borro hay muchos jóvenes que estudian. No los borres. Yo los defiendo".
"En el Marconi hay mucha gente que marca tarjeta. Yo los defiendo".
"En Paso de la Arena hay muchos gurises que no se dan la papa. Yo los defiendo".
"En el 40 semanas hay mucha gente que trabaja todos los días. Yo los defiendo".
Salta a la vista que, a pesar del loable objetivo de no estigmatizar a estas zonas, la campaña logra exactamente el efecto contrario. Y no me refiero sólo a la intención aparentemente humorística o ingeniosa de hacer juegos de palabras con sus nombres (Borro / borres, Marconi / marca, 40 semanas / todos los días); hablo de la formulación misma de los mensajes. Al decir que allí hay "mucha gente" honesta, se está implicando que también hay quienes no lo son. Entonces cabe preguntarse por qué se señala así a esos barrios, y no se dice, por ejemplo: "en Carrasco hay muchos banqueros que no saquean a los ahorristas" o "en Pocitos hay muchos empresarios que no explotan a los trabajadores...", o "en el Centro hay muchas financieras que no cobran intereses de usura", etc.
Parece claro que el ministerio se propuso responder con esta acción de comunicación a las críticas, sobre todo de la propia izquierda, que perciben en los megaoperativos una satanización institucionalizada de determinadas zonas de Montevideo. Pero por las razones expuestas, el remedio luce peor que la enfermedad. Increíblemente, la campaña refuerza la ideología subyacente en algunos noticieros de televisión que salpican de sangre los horarios centrales, haciendo de las noticias policiales un espectáculo morboso y comercialmente rendidor. El mensaje del ministerio no debiera ser que no todos los vecinos del Borro son chorros. Tendría que decirnos que pone su mayor empeño en combatir el delito dondequiera que éste se produzca.
No entro a considerar la pertinencia o no de los megaoperativos, porque no puedo opinar de lo que no sé. Supongo que si las autoridades los llevan adelante, no será solamente para citar a los periodistas y difundir eficiencia policial por televisión, sino porque los mismos son útiles al fin de sofocar el delito, y así estará comprobado internacionalmente.
Pero a nivel de comunicación, los carteles de referencia no hacen sino alimentar aún más las críticas a ese sistema.
Según informó "El Observador" el miércoles 14, "la campaña fue ideada en el mismo ministerio, por lo que no intervino ninguna agencia de publicidad", lo que parece explicar su desacierto comunicacional. Deploro incurrir en una defensa corporativa de mi profesión, pero es bastante corriente en algunas empresas privadas y muchas instituciones públicas la percepción de que los publicitarios somos en mayor o menor medida vendedores de aire y curradores profesionales, y que cualquier persona sin capacitación profesional puede realizar nuestro trabajo, con la misma facilidad con que dirigiría un cuadro de fútbol o vendería autos usados. Pero para estar en condiciones de crear campañas publicitarias hay que estudiar, y los profesionales idóneos se encuentran en las empresas de comunicación instaladas y reconocidas.
Un comunicador puede equivocarse, pero es difícil que incurra en el error garrafal de formular un mensaje que refuerce y consolide el preconcepto que justamente pretendía erradicar.
No es la primera vez que este ministerio -que según mi modesto entender, está obrando con seriedad y con las mejores intenciones- comete errores de esta índole. "Bendita TV" se solazó en mostrar cómo algunos periodistas de televisión, convocados oportunamente por la secretaría de estado, salieron al aire a anunciar la inminencia de un megaoperativo, antes de que la policía llegara al lugar, dando a los delincuentes la oportunidad de rajar a tiempo. A esto se suma el permanente desafine del gobierno en temas comunicacionales, como las ideas descabelladas que larga el presidente cada tanto (la última fue la de los jóvenes estudiantes de medicina con "callos en el corazón") y los debates que los distintos sectores del Frente ventilan a través de los medios, mostrando incoherencia y fricciones constantes, que confunden a sus electores y regocijan a la oposición.
La comunicación de una institución pública, un partido político o un gobierno, es algo delicado, y no confiarla a profesionales idóneos equivale a los riesgos que se corren cuando uno se automedica o construye su casa sin haber pasado por la Facultad de Arquitectura. Éste es un claro ejemplo de ello.