Es imposible sustraerse del escándalo político de la semana: las revelaciones del ex presidente Tabaré Vázquez sobre su previsión de una posible guerra con Argentina por el caso Botnia, y su posterior renuncia a la actividad política. Todos los analistas que he leído coinciden en que su gaffe es inusual, porque él "no es un incontinente verbal", "no da puntada sin nudo" o "piensa cada jugada que hace". Para mí no es tan así. Vázquez ha cometido errores de comunicación, en los que incurren todos los políticos, por más avezados e ingeniosos que sean. Recuerdo cuando en la campaña del 94 declaró que si ganaba, iba a designar como Ministra de Economía a un ama de casa. O cuando dijo en el 99 que un abrazo entre él y Astori, "no lo creería ni Caperucita Roja". O cuando declaró en plena crisis del 2002 que había que entrar en default. O más recientemente, cuando citando una frase del Papa, dijo muy suelto de cuerpo que no había que respetar los resultados de dos consultas populares, porque "las mayorías se equivocan". Es que los políticos, por más inteligentes que se precien de ser, no son infalibles. Desde el "nunca perdí una huelga" de Sanguinetti, pasando por el "gobierno divertido" de Batlle y el "callo en el corazón" de los estudiantes de medicina, según Mujica, hasta la inefable metáfora de la motosierra de Lacalle, no hay hábil declarante que tarde o temprano no meta la pata. Nos pasa a los ciudadanos de a pie, cuando por ejemplo felicitamos a una amiga porque está embarazada, y resulta que simplemente estaba gorda...
Lo curioso del caso de Vázquez es que, si vamos a juzgar con total sinceridad lo que declaró, debemos convenir en que no fue un disparate. ¿Acaso los presidentes no se ven obligados a prever hipótesis de guerra? ¿Acaso esta previsión no era razonable, teniendo en cuenta las constantes amenazas de los patoteros irracionales de Gualeguaychú, financiados por Kirchner? ¿Acaso era inadecuado pedir respaldo a los EE.UU. en una situación de ese tipo? Que la confesión haya sido políticamente inconveniente, no quita que su contenido fuera justificable y comprensible. Al revés de lo que dijo la oposición (a mi juicio, para la tribuna), habla bien del ex presidente el que haya previsto una hipótesis bélica, que claramente hubiera sido defensiva.
Cuando Vázquez asistió a la asunción de mando de Cristina Fernández, debió soportar estoicamente la flagrante descortesía con que la heredera del trono insultó la posición uruguaya en su propia cara. Muchos sentimos que en ese momento, nuestro presidente debió levantarse e irse, dando una lección de dignidad a la Argentina y al mundo, aunque también fuera políticamente inconveniente.
Pero como en aquella oportunidad, hoy terminó optando por el retorno a la corrección: una vez desatada la tormenta por su revelación sobre Botnia, se excusó de sus dichos. Es que en política, muchas veces la verdad ofende y provoca temor, a contrapelo de la máxima artiguista. Creo, en cambio, que en este país necesitamos políticos audaces, que rompan el statu quo, diciendo todo aquello que sea inconveniente pero necesario, y sobre todo, empujando los cambios que la inercia del "no te metás" tiene postergados desde hace más de cincuenta años.
En un bello tango llamado "Las luces del estadio", Jaime Roos describe a un parroquiano de bar que "se dice normal", pero agrega: "justo él, que ha vivido cuidando el empate". Así somos los uruguayos normales. Cuidamos el empate. Para continuar la metáfora futbolística, prefiero mil veces la divertida incorrección del "Loco" Abreu, que respondió a una de esas sesudas preguntas que hacen los periodistas deportivos con la expresión "a Messi, hay que carnearlo". O el mensaje detrás del formidable spot publicitario de Paso de los Toros creado por la agencia Corporación JWT, en que el "Ruso" Pérez corta con tanta dulzura.
Como los uruguayos cuidamos el empate, el segundo acto del rapto de sinceridad de Vázquez, fue su renuncia a la actividad política. ¡Otra vez! Y otra vez, allí salió la mayor parte de su partido a rogarle que regresara. La técnica del niño que se lleva la pelota es añeja, pero en nuestro país de las maravillas sigue dando resultado.
Todo parece trastocado. El líder que debería defender su posición, se limita a amenazar con irse, para acallar discrepancias. Por su parte, el partido que hacía gala de evitar los personalismos, es el que ahora exhibe estas volteretas, poniendo impúdicamente de manifiesto la desesperación por perder al único candidato que le garantiza al cien por ciento su continuidad en el poder.
Maduren, uruguayos, maduren.