Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain


El poder caníbal

31.Ene.2012

 

 

La ley SOPA ya es historia. Y no por muerte natural. Digamos que murió aplastada por una rápida, coordinada y contundente reacción de cientos de miles, tal vez millones de internautas anónimos. De un día para el otro, el proyecto perdió la mayoría del congreso norteamericano y la votación, que estaba prevista para el martes 24, se postergó sin fecha. Lo que hubo en el medio fue, mucho más que la presión de las empresas proveedoras de servicios de internet, la acción directa de los internautas, que colapsaron los sitios del FBI y de las corporaciones que impulsaban la modificación legal, volviendo a demostrar que la red es un organismo vivo, mucho más poderoso que los tiranos, los multimillonarios y los ejércitos.

En nuestro país se han publicado amplios y excelentes informes sobre el tema en los últimos días. A su estudio sumé el de los ricos aportes hechos por los lectores a mi columna de la semana pasada, SOPA contra caníbales, tanto en el blog como en Facebook y Twitter.

Mi actitud de rechazar las descargas gratuitas de internet a través de un blog, fue equivalente a haber entrado a la jaula de los leones para promover una dieta vegetariana. Me dijeron de todo: muchas cosas fueron pertinentes, otras no tanto. Vayamos por partes.

El proyecto de ley

Todo indica que la apuesta de las corporaciones con el proyecto SOPA era demasiado fuerte: la ley proponía un claro avasallamiento de la intimidad y era tan amplia en sus alcances punitivos, que cualquier simple usuario que compartiera un producto protegido, así fuera mandándolo por mail, quedaba peligrosamente expuesto. La libertad que garantiza internet se ponía en entredicho.

Un nuevo proyecto que llaman OPEN (Online Protection and Enforcement of Digital Trade Act, ¡qué cracks que son para armar siglas que queden con un significado bonito!), supera esos defectos y se limita únicamente a perseguir a aquellos sitios que, como Megaupload, han sido creados intencionalmente para lucrar con derechos intelectuales ajenos.

Debo reconocer que me dio un poco de gracia el antiyanquismo visceral que exacerbó los corazones. En casi todos los medios se analizó el tema desde la perspectiva de que los congresistas que defendían la ley lo hacían por el aporte de las industrias del entretenimiento a sus campañas, y los que la atacaban, por estar endulzados del mismo modo por las compañías operadoras de internet. ¿Se enteraron que quienes más financiaron la campaña de Obama fueron sus votantes, mediante aportes individuales de un promedio de 200 dólares? ¿Hasta cuándo vamos a seguir con la pavada de que la democracia norteamericana es digitada por las multinacionales?

Presiones de los poderosos hay en todas partes, pero son mucho más graves en los países donde no existe la democracia ni la libertad de expresión, que suelen ser, oh casualidad, los que más repudian al sistema estadounidense. Países donde se deja morir a los presos políticos en huelgas de hambre. Países donde se clausuran medios de comunicación o se los castiga con multas multimillonarias por ejercer el derecho humano de expresar su disenso. Países donde los ejércitos disparan impunemente sobre los civiles que protestan en una plaza. La vieja cantinela antiyanqui a esta altura aburre por lo poco original, y los cuestionables excesos de la ley SOPA vinieron como anillo al dedo para sacarla del sarcófago de los sesenta.

Las multinacionales

En estos días he leído la opinión casi unánime de que las compañías de producción cinematográfica, literaria y musical son algo así como organizaciones mafiosas que explotan a los artistas y se quedan con todo el fruto de su talento. No niego que haya casos en que esto ocurra. Pero si siempre fuera así, habría que pensar que los autores son imbéciles por dejarse robar. Cuando un creador firma un contrato leonino con una compañía productora o distribuidora, puede deberse a su falta de experiencia, como la recordada y triste anécdota de cómo los hermanos Fattoruso perdieron los derechos de sus canciones de la época de "Los shakers", a manos de operadores inescrupulosos (lo mismo le pasó a Gerardo Matos Rodríguez, que según su descendiente y biógrafa Rosario Infantozzi, pasó buena parte de su vida luchando por recuperar los derechos de "La cumparsita", malvendidos en su juventud). También puede deberse a una decisión personal del autor, que por ejemplo quiere ver su álbum editado por un sello internacional o su novela publicada por una editorial prestigiosa, y no le importa el perjuicio económico que eso le ocasione. Y aún partiendo de la base de que todas las grandes empresas son explotadoras, habría que respetar la opción de la enorme cantidad de artistas que rompe ese círculo vicioso fundando sus propias editoras independientes. Mauricio Ubal, además de ser uno de los artistas uruguayos más importantes de los últimos treinta años, asumió el riesgo de fundar su propio sello discográfico. Lean en el último número de "Brecha" su contundente defensa de los derechos de autor contra la piratería en internet. A quienes defienden la descarga gratuita aduciendo que estimula la venta de entradas a los espectáculos en vivo, Mauricio les contesta con un inteligente argumento: "Ruben Lena, por ejemplo, que nunca se subió a un escenario a cantar y es un maravilloso compositor, hoy se hubiera muerto de hambre sin cobrar jamás un peso por derechos de autor".

Vean en ese mismo número de "Brecha", que sin duda hizo el análisis más profundo y objetivo del tema, lo que opinan Javier Bardem y Joan Manuel Serrat, jugados cien por ciento a favor de la ley española Sinde.

Tal vez las productoras cinematográficas sean muy perversas, pero dejémonos de hipocresías: son empresas que arriesgan su dinero para hacer realidad los sueños de los artistas. Tienen derecho a obtener rentabilidad por ello. Mucho más derecho que un puñado de delincuentes que arma un sitio web de intercambio de películas y se embolsa cientos de millones de dólares por venta de publicidad y descargas "premium".

El "obsoleto modelo de negocios"

Sumado a la antedicha retórica antiyanqui y anticapitalista, se suma este eslogan, repetido con esas mismas palabras prácticamente por todos los que se oponen a la ley. Las compañías productoras estarían presionando contra la piratería para defender un sistema de comercialización perimido, que privilegia el objeto físico (cedé, dvd, libro) contra el archivo digital (mp3, avi, pdf), que es mucho más económico y práctico. En sustento de esa opinión se pone el ejemplo de iTunes, una de las tantas ideas geniales de Steve Jobs, que aportó un nuevo paradigma de venta mediante descargas. Acá se mezcla tocino con velocidad: el negocio de iTunes es perfectamente legal, porque contempla los derechos legítimos de autores y productores en el precio que cobra al cliente. Lo mismo puede decirse de lo que, según me recordó un lector, hizo el grupo Radiohead, que publicó su álbum en la web y habilitó a que el público lo descargara realizando donaciones a voluntad. Es una solución fantástica, que demuestra que el "nuevo modelo de negocios" admite múltiples variantes, todas muy respetables en la medida que reconozcan los derechos de autor.  En cambio, Megaupload fue un curro de un par de vivos, que se llenaron de plata habilitando descargas de obras sin pagarles un mango a sus creadores.

El nuevo proyecto de ley OPEN saca la pata del lazo de la invasión a la privacidad pero castiga frontalmente a esos curradores. Por eso merece nuestro total y definitivo apoyo.

Las sinrazones de los anónimos

En el análisis superficial que algunos han hecho sobre este conflicto, los villanos cowboys de las multinacionales perdieron contra los heroicos indios, el grupo Anonymous, que a partir de una ingeniosa y sencilla acción viral hizo colapsar sitios web gubernamentales y corporativos. A simple vista, uno no puede menos que aplaudir a estos justicieron enmascarados, que le tuercen el brazo al poder político y económico con la única arma de la horizontalidad de internet. Pero veamos la razón explícita de la iniciativa, según un tweet de uno de sus integrantes: "¿El gobierno apaga Megaupload? 15 minutos después, Anonymous apaga al gobierno y sitios de las grabadoras". O sea que la heroica acción guerrillera no fue a favor de la libertad de expresión y contra la invasión a la privacidad de una mala ley, sino por la simple represalia a la captura de un delincuente...

A pesar de la defensa que realizan no pocos intelectuales de esta vulneración de los derechos de autor, estoy cada vez más convencido de que la descarga ilegal es mayoritariamente promovida por el placer irresponsable de consumir sin pagar, ese consumo caníbal del que hablaba la semana pasada, disfrazado de demagógicas y trasnochadas apelaciones anticapitalistas. No es casual que esta corriente de opinión se asiente en personas anónimas; tiene menos costo moral defender el robo sin suscribirlo con nombre y apellido. Un poco como algún lector que postea insultos contra quien esto escribe e integrantes de mi familia, amparado en un nick y una dirección de correo que no delatan identificación.

Debo reconocer que esto me genera una reacción ambigua: si bien me sublevan algunos agravios, que esconden el enojo por la falta de argumentos, por otro lado me interesa el anonimato de mis interlocutores, porque me hacen llegar sus pareceres sin el filtro de la corrección política. Pero es un tema sobre el que no dejo de reflexionar, y les paso mi inquietud a ustedes, para que lo analicemos juntos.

Un vínculo horizontal como el que la red permite maravillosamente, ¿es realmente democrático si se basa en el anonimato? Jugársela emitiendo una opinión polémica con nombre y apellido, ¿es lo mismo que hacerlo amparado en las sombras? ¿Es internet un medio de comunicación democrático o por el contrario, se puede convertir en un basurero donde pululen anónimos vomitando prejuicios y malas intenciones? Leeré con el mayor interés sus opiniones. Tal vez sea una linda práctica que, en la coincidencia o la discrepancia, todos firmemos nuestros dichos.

 

Nota.- Aquí tienen un buen ejemplo de la inmoralidad del poder caníbal: http://www.elobservador.com.uy/noticia/217133/mafalda-y-su-explicacion-anti-sopa/

A un sitio web se le ocurrió utilizar dibujos originales de Quino para difundir ideas (de ellos, no de Quino) a favor de la descarga gratuita. Claro, si no les pagan a los autores, con más razón se sienten libres de mal usar sus creaciones sin permiso, distorsionándolas para hacerles decir lo que ellos quieren y no lo que el autor quiso. Así es el poder caníbal: creen que la creación no tiene dueño, que cualquiera puede distorsionarla como quiera. Sólo falta que aparezca algún estúpido que le coloque una esvástica al antebrazo del Quijote.