Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain


"Beethoven no es para la negrada"

02.Jul.2012

 


La frase del título la dijo José "Nino" Gavazzo al pianista argentino Miguel Ángel Estrella, como un reproche porque el artista solía ofrecer conciertos de música académica en los asentamientos irregulares y los barrios más pobres. Pero no fue en una discusión cualquiera, sino como parte del hostigamiento físico y moral de una de las habituales sesiones de tortura a que el pianista era sometido en el Penal de Libertad, durante la dictadura.

Recuerdo un documental de los años 80, llamado Los ojos de los pájaros, en el que se relataba cómo Estrella hacía ejercicios de digitación durante horas sobre una mesa, a falta de teclado. Con la capacidad imaginativa que exacerba la reclusión forzada, se podía intuir que detrás de ese tableteo irregular se ocultaban las melodías de Bach, Beethoven y Chopin.

Más de 30 años después, el pianista retornó al penal de Libertad, para ofrecer un concierto a los presos de hoy. En nota divulgada este domingo por "Subrayado", evocó aquellas palabras de su torturador y reafirmó su compromiso de hacer llegar las más sublimes expresiones del arte a quienes menos pueden acceder a ellas. Uno de los presos que asistió al concierto expresó su emoción, y no dejó de referirse al contrasentido "surrealista" que había entre ese encuentro con el arte y la situación que se vive a diario en el centro de reclusión.

Algunos de los lectores que inundan de críticas y expresiones de desprecio los comentarios de mi blog, coinciden involuntariamente con lo que decía Gavazzo. La alta cultura no parece ser para ellos un objeto de consumo adecuado para quienes viven en la marginación o en entornos sociales degradados. ¿A quién le importa Shakespeare cuando se vive en medio del barro?, me han preguntado. Y mi respuesta es y será siempre la misma que guía los afanes de Miguel Ángel Estrella, quien ha declarado a la prensa internacional que ofrece cada mes conciertos gratuitos en zonas vulnerables, en un número equivalente a los que realiza en forma remunerada dentro de los circuitos culturales establecidos.

Aquella obstinación en seguir ejercitando los dedos sobre una mesa, a pesar del encierro y la tortura, permitió que hoy más gente culturalmente desvalida nutra su sensibilidad con los grandes compositores de la historia de la música.

Se trata de un aporte inmaterial en un país y una región en los que predomina la idea de que a la pobreza alcanza con subsidiarla con dinero, para que den bien los resultados estadísticos. Pero de pronto se descubre que esas encuestas no lo dicen todo. Que en un salón de clase hay chicos que coinciden con la idea de que hay que matar para hacerse respetar. Que se roba no por hambre sino para ascender en prestigio entre los pares. Y es ahí donde queda al desnudo que el gran déficit está en la cultura, en un contexto de familias deterioradas por la falta de referencias intelectuales valiosas, ganadas por las adicciones, con varias generaciones que han sobrevivido a base de parir hijos para cobrar asignaciones familiares y planes de equidad y para largarlos a la calle a mendigar. Con la escuela en retroceso -se está empezando a develar que en los barrios más vulnerables la deserción es altísima- y con el pobre ejemplo que dan los programas de televisión más populares y la cumbia villera, en constante apología del delito y promoción del sexismo, la intolerancia y la prostitución, no es raro que las nuevas generaciones se desconecten del sistema y lo jaqueen por la vía violenta.

Se necesita menos Jorge Rial y más Shakespeare. Menos Damas Gratis y más Beethoven, para que la cultura sea mucho más que un patrimonio: el arma que permita sensibilizar espíritus y liberar conciencias.

La semana pasada escribí con la mejor ironía que me salió, que el gobierno debería destinar los recursos que tiene pensado asignar en la plantación, industrialización y venta de la marihuana legal, en la impresión y distribución gratuita de libros de autores uruguayos. Uno de los lectores más críticos de este blog, que firma como "ochocuarenta", cierra su comentario manifestando que "si alguien critica el plan de Mujica diciendo que el mejor combate al consumo de sustancias es leer a Rodó, Agustini, Quiroga... a uno le dan ganas de drogarse, por malo que fuese".

Y a esto nos ha llevado el desprecio por la cultura, soliviantado por educadores que sólo luchan por aumentar sus sueldos y canales de televisión que compran programas en función del rating. A suponer que la buena lectura es un pasatiempo para holgazanes y que nada tiene que ver con el cambio social.

Por mi parte, todavía recuerdo un Uruguay en el que las discusiones en los lugares de trabajo y en los boliches eran sobre ideas políticas, cine, música y libros, y no sobre las peleas del jurado de Bailando por un sueño. Un Uruguay en el que los gustos populares más berretas estaban asociados a las canciones de Palito Ortega, que comparadas con lo que cantan hoy los Pibes Chorros, eran algo así como poemas de T. S. Elliot.

No niego que a nivel del estado se estén haciendo cosas. Lo que sí creo es que la política cultural debe ser de shock, y que la prioridad debe estar en los sectores más desfavorecidos. Tevé Ciudad ha difundido la iniciativa de llevar la orquesta sinfónica a los barrios, en actuaciones al aire libre. Ése es el camino. Para murgas y grupos de cumbia ya estamos bien. Necesitamos más cultura académica. El miedo a que el público no lo comprenda se basa en el mismo prejuicio clasista que alimentaba a Gavazzo a decir lo del título.