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Nunca es tarde: leer a los cuarenta

28.Nov.2012

Por: Sofía Vanoli.

Horacio González dejó la escuela antes de aprender a leer y escribir. Siendo dj, albañil y padre de tres hijos, con 40 años se convirtió en una de las 5000 personas alfabetizadas a través del programa "En el país de Varela: Yo, sí puedo", creado por el Ministerio de Desarrollo Social para atender una realidad de más de 49.000 uruguayos.

 

Horacio cursó primero de escuela pero en segundo dejó de ir. Sus padres se separaron, su hermana se fue para Guatemala y él se quedó con su madre viviendo en La Teja, pero se tuvieron que mudar porque la casa que habitaban se estaba por derrumbar. Pasaron por varios lugares hasta que se ubicaron en unas viviendas de Martínez Reina.  Durante esas vueltas, abandonó la escuela y perdió segundo año.

De acuerdo a la Encuesta Continua de Hogares de 2010, 49.083 personas declararon no saber leer ni escribir. Más de 11.000 de ellas en Montevideo y 8000 en Canelones. Pero Yamandú Ferraz, director del programa de alfabetización del Mides, explicó que esas cifras no son exhaustivas: "esas son las personas que declararon no saber leer ni escribir, pero hay 300.000 personas mayores de 14 años que no terminaron la escuela, de ellas, más de 180.000 no terminaron tercer año: ahí tiene que haber un montón de personas analfabetas, aunque no lo digan".

Se pueden diferenciar tres tipos de analfabetismo: el puro, que ocurre cuando la persona nunca aprende a leer ni a escribir y es incapaz de hacer uso de la lectura o la escritura; el funcional, que se da cuando la persona puede leer o escribir algunas palabras pero no puede entender lo que lee, ni utilizar adecuadamente esas herramientas; y el analfabetismo por desuso, que se da en las personas que aprendieron a leer y escribir medianamente pero luego, por no ejercitar la técnica, la olvidaron.

Muchas veces, explicó Ferraz, los niños terminan la escuela sin haberse alfabetizado, como un caso que llegó a él mientras daba esta entrevista, cuando atendió una llamada telefónica proveniente del barrio Peñarol. "Tengo una dificultad", le dijo el hombre del otro lado: "tengo un hijo universitario y uno que no sabe leer ni escribir". Este último, de 19 años, hizo toda la primaria pero no se alfabetizó; "por ser muy inquieto lo fueron pasando de clase". Hoy, trabajando y con una novia que va al liceo, se decidió a aprender. Se enteró del programa de alfabetización a través de una entrevista que le hicieron a Horacio en el informativo de canal 10. "Si no hubiera una propuesta como el programa Yo, sí puedo para incluirlo, esta persona no tendría posibilidades", concluyó la anécdota Ferraz.

Horacio González volvió a las clases ya con ocho años, estuvo un tiempo en recuperación y luego lo pasaron nuevamente para segundo. "Pero se ve que me pasaron de bueno que era el maestro, porque yo no sabía nada", recordó. No se sentía cómodo en la clase, no le entendía a la maestra y sus compañeros se burlaban de él por ser más grande. "Entonces yo iba para la casa de mi padre, que vivía en La Teja, y me hacía la rabona: mi padre era muy bohemio y me dejaba". Cuando Horacio cumplió 10 años su madre se cansó: "en ese aspecto no podía conmigo y ya no me obligó más a ir a la escuela".

En su adolescencia crió chanchos, trabajó en una herrería y después entró en una fábrica textil. "Ahí me querían ascender pero no podían, porque había que anotar pedidos y leerlos; yo no sabía, entonces siempre estaba para embolsar". Los dueños de la textil le ofrecieron pagarle una maestra particular: Horacio asistió a clases una semana pero tuvo un accidente de tránsito y dejó de ir.

Su gusto por la música comenzó de joven, cuando pudo comprar unos parlantes, y empezó a musicalizar las fiestas de sus amigos y vecinos. Poco a poco se fue profesionalizando e inventando métodos para compensar su analfabetismo. "Grababa la música en casetes y les ponía etiquetas con un signo de más cuando eran movidas; uno de menos cuando eran lentas; y tres rayitas cuando eran los temas del momento". Cuando lo contrataban para fiestas grandes y le daban listas de canciones, les pedía a los clientes que lo escribieran todo en imprenta: "así yo veía las letras y las copiaba en internet para conocer qué temas eran".

Horacio siempre intentó disimular su analfabetismo, como la mayoría de las personas que no saben leer ni escribir para evitar ser estigmatizados y poder conseguir mejores trabajos. "Y lo ocultan maravillosamente", expresó José Luis Abella, integrante del equipo interdisciplinario del programa Yo, sí puedo: "conocimos situaciones en las que ni en el ámbito de trabajo ni en la propia familia sabían que la persona no leía ni escribía". Abella contó la historia de un hombre al que su jefe le dejaba un texto escrito que él no podía leer, entonces llamaba por teléfono a su esposa y le decía cómo eran "los dibujitos" de las letras y así la mujer le explicaba qué decía. Otro era capataz en una empresa y tenía que controlar la asistencia con una planilla; él sabía el orden de los nombres y así controlaba quiénes estaban, pero no los podía leer. Un día le cambiaron la planilla. No supo qué hacer.

Yo, sí puedo

Horacio se enteró del programa En el país de Varela: Yo, sí puedo del Ministerio de Desarrollo Social en convenio con ANEP en el año 2010, luego que en la iglesia evangélica El Verbo lo impulsaran a alfabetizarse. Hizo el curso y lo aprobó. "Yo me acuerdo cuando la maestra se paró al lado mío y empezó a explicarme, sentí un apoyo enorme", recordó.

Este programa fue creado por el Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño e impulsado durante el Congreso de Pedagogía de 2005 en La Habana. Ya se había aplicado con éxito en 20 países y desde el Mides se vio como un proyecto que podría dar resultado en Uruguay. Yamandú Ferraz, director de alfabetización, explicó que al trabajar con una serie de videos -denominados teleclases-, "este programa brinda la posibilidad de ser contextualizado para adaptarlo a la realidad de cada país".

Las teleclases cuentan la historia de un grupo de adultos que se inscriben en un curso de alfabetización. Cada una dura 30 minutos y abarca un día de clase donde los alumnos trabajan diferentes temáticas y técnicas de escritura. "Las teleclases para nuestro país están hechas con actores uruguayos. Se hizo un casting y se seleccionó a seis actores para que representaran personajes identificados con nuestro país: una maestra, un relator y alumnos con diferentes perfiles: una madre soltera, un señor mayor que se había olvidado de leer y escribir, una señora de mediana edad, una muchacha más joven y un chico clasificador", explicó Ferraz. José Luis Abella, quien viajó con los actores a filmar las teleclases a un set preparado en el canal educativo de La Habana, apuntó que "los participantes de verdad se identificaron con los personajes, con los problemas que planteaban, con los chistes que hacían".

Estas teleclases estaban originalmente diseñadas para ser aplicadas a los alumnos por un facilitador que iniciara su reproducción y luego corrigiera errores y contestara dudas. Sin embargo, en Uruguay se optó por integrar a un maestro al proyecto: "nos jugamos al aporte y enriquecimiento por parte de los docentes", expresó Ferraz.

Marisa Falero es maestra y estuvo a cargo de uno de los grupos de alfabetización que funcionó en Las Piedras durante 2011. Para ella, el trabajo con adultos se cimienta en la confianza: "yo les decía que todos estábamos luchando por un mismo objetivo, que si bien mi función era enseñarles a leer y escribir, ellos también tenían muchas cosas para enseñarme a mí". Sus historias de vida le aportaron muchísimo, aseguró, y recuerda especialmente el caso de Oscar, de 46 años, que había sido abandonado cuando niño y entregado a una familia de ancianos, que le llegó a decir: "maestra, yo lo único que veía era la luna, el sol y los animales".

La estrategia para enseñar las técnicas de lectura y escritura a adultos se basa en el método alfanumérico. "Se parte de lo que ellos más manejan que es el sistema numérico, y a cada letra se le adjudica un número", explicó Falero.

Los cursos en Uruguay, con una duración de cuatro meses con siete horas semanales, comenzaron como parte de un proyecto piloto en marzo de 2007: se abrieron 14 grupos, repartidos entre Montevideo, Cerro Largo, Artigas y Canelones. La experiencia tuvo éxito y el plan se extendió a todo el país: desde 2007 hasta 2011, egresaron 5000 personas.

Las primeras inscripciones se hicieron partiendo de la información recabada por el Plan de Emergencia, pero a medida que se han ido agotando esos datos, "vamos teniendo dificultades para la ubicación de las personas", reconoció Ferraz. Hoy se sabe que aún existen miles de personas analfabetas pero no se han podido idear estrategias eficaces para encontrarlas y convocarlas. "El problema es la llegada", coincidió José Luis Abella, integrante del grupo interdisciplinario que coordina el programa, "ahí entran a trabajar las oficinas territoriales y los habitantes locales".

El impulso de individuos comprometidos con la causa ha hecho que se pudiera acceder a zonas recónditas del país. En Paso del Cerro, un poblado de Tacuarembó, el grupo lo formó una enfermera de la policlínica del lugar que se contactó con el ministerio. En Capilla de Cella, un pequeño pueblo de Canelones, fue una productora de arándanos que, cuando se dio cuenta de que muchos de sus empleados eran analfabetos, impulsó la formación de un grupo. También la maestra de Paso del Centurión, una comunidad de 120 personas en Cerro Largo donde a la escuela van solo 14 niños, formó una clase de 10 analfabetos. Actualmente hay 64 grupos trabajando en escuelas, salones comunales, casas de familias y hasta policlínicas de todo el país, y aproximadamente 600 inscriptos que se esfuerzan por convertirse en uno de los miles alfabetizados.

Como hizo Horacio, que con casi 42 años exhibe hoy orgulloso su diploma que acredita que entre mayo y setiembre de 2010 asistió y aprobó el curso Yo, sí puedo. Su meta es completar la primaria y luego hacer el liceo. Mientras, busca avanzar al máximo con su discoteca. Su pequeña y cálida casa de La Teja se encuentra decorada con todos sus equipos: consolas, una pantalla gigante que mandó a hacer con una tela de 20 pesos el metro, una escenografía que él mismo ideó con tubos de luces de diferentes colores, un nuevo parlante que compró hace poco vendiendo dos que tenía de menor potencia y varios focos que cuelgan del techo. La lectura y la escritura se han convertido en grandes herramientas para su trabajo. Tan solo dos meses después de terminar el curso abrió una cuenta de Facebook, donde sube los videos que él mismo graba en las fiestas que musicaliza. Decenas de comentarios lo felicitan e impulsan a seguir adelante.

Sin embargo, leer y escribir no solo ha potenciado su trabajo. La lectura le ha permitido también afianzar el vínculo con su hijo de cinco años. "Me emociona, porque yo tengo dos nenas grandes y nunca pude leerles nada; por eso, ahora poder acostarnos y leerle un cuento a él es lo más lindo".

 

Este informe fue realizado por la alumna Sofía Vanoli, para la materia Prácticas Profesionales II, dictada por Álvaro Buela en el octavo semestre de la Licenciatura en Comunicación Periodística. Los tutores de Sofía Vanoli fueron los docentes Joel Rosenberg y Gabriel Pereyra.

Foto: Presidencia de la República.

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