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Habemus Papam

20.Mar.2013

Por: José Apoj.

El miércoles 13 de marzo el mundo entero conoció el nombre del nuevo Papa, Jorge Mario Bergoglio, de origen argentino. El primer papa latinoamericano en la historia de la Iglesia Católica. Ese mismo día, un periodista uruguayo recorría las calles de Bogotá y muchos transeúntes lo felicitaron, creyendo que era del país de Francisco. Testimonio de un extranjero en el país del Sagrado Corazón.

Con un poco de imaginación, es una gran escena de cualquier telenovela colombiana. Ella y Él se gritan, desesperadamente, en las escaleras camino a una peluquería de un segundo piso. Calle 140, pleno Cedritos, zona paqueta de Bogotá. Los gritos que se transforman en llantos. Los llantos que se convierten en manotazos. Hasta que Ella sale corriendo, soltando el drama entero en forma de gemido y moco limpio. Los extras nos detenemos a contemplar la escena, súbitamente teñida de más dramatismo cuando Él, jadeando, todo desarticulado, sale a correrla gritando su nombre. Hasta los autos se frenan a mirar. Un momento intenso y conmovedor y en mi caso, también, uno de los instantes mágicos que premian al viajero: la posibilidad de ver una riña sentimental cualquiera en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Un caso extremo de esos casos que, cuando miro un lugar nuevo desde el aire, siempre ansío conocer. Me refiero a  los detalles, los asuntos menores: los carteles de las florerías, las promociones de los restoranes. La letra chica con la que se comprenden los secretos de una ciudad.

Sigo caminando por Cedritos, Calle 140 hacia el oeste. Se suceden los restoranes: literalmente, uno al lado del otro. Muchos con el típico menú de almuerzo: sopa, un plato fuerte a elegir de entre dos, jugo. Todo por cuatro, cuatro dólares y medio. También, por ser una zona de alto poder adquisitivo, están los clásicos sitios de comida internacional. Un francés. Dos peruanos. Comida china "con cocineros chinos". Y sushi, mucho sushi. Una moda, como la comida mexicana, que nunca pasa de moda. "Honda", "Hiroita", "Hatsurana", "Hakumi". Japón en Cedritos. Asia en Sudamérica: en las mesas el sushi, en las veredas las elegantes señoras que pasean, entre compras y niguiris de salmón, sus inmaculados pechos postizos.

Apuro el paso, ya por la 140 de vuelta hacia el este, porque quiero ver el partido. En las pantallas de los restoranes empieza a aparecer una imagen fea pero unánime: la de Marcelo Benedetto, corresponsal de Fox Sports en el Camp Nou. En un rato empieza el esperado Barcelona-Milán de la Champions, y en otro rato más, no mucho, Messi demostrará de vuelta por qué es el número uno del mundo. Sin saber, esta vez, que un día después un compatriota suyo ascenderá (nunca mejor dicho) a acompañarlo en la cima del Universo.

***

Es un miércoles cualquiera en Bogotá. Desayuno, hago un par de llamados, chequeo el mail y las redes sociales. Los tuiteros, como cada día, entablan a brazo partido la feroz batalla por la exclamación ajena y el protagonismo. Parecen (parecemos) niños de jardín. Buscando, afanosamente, ser el centro de atención. Argumentos no faltan: Messi, el Barcelona, y ahora la gran noticia: Humo Blanco. #HabemusPapa.

Almuerzo y salgo a hacer unos mandados por un barrio que no conozco demasiado, también Cedritos, pero un poco más al norte. Pregunto una dirección en una licorería. Trato de esconder el acento, pero la palabra "calle" me delata.

-Lo felicito, señor.

-Gracias, pero no soy argentino...

Y tampoco festejaría, si lo fuera, tengo ganas de acotar. Pero no hay necesidad de ser descortés en esta ciudad tan amable con el extranjero, y sobre todo tan creyente: estoy en la capital de un país muy católico, de un gran religiosidad; una nación que, al menos en el terreno retórico, deja entrever a cada paso su fe y su devoción. Los carteles, en los bares o en los buses, rezan frases como "Si este negocio es próspero es porque Dios es mi socio"/ "Viajo tranquilo, voy con la protección de El Señor"; las señoras, cuando uno se deschava forastero, acompañan sus severas recomendaciones sobre la seguridad con el dudoso consuelo del acompañamiento divino: "tenga cuidado, no hable con extraños, no coja taxis en la calle... pero bueno, no se preocupe que Dios lo acompañará".

Las escenas se repiten:

-¿Algún bus me sirve para Usaquén?

-Por aquí no, señor, qué pena... pero lo felicito, ¡qué buena noticia!

-No soy argentino, señora. Pero gracias...

Un rato después el dueño de un restorán costeño me sonríe con complicidad, como si no hiciera falta agregar palabras. Después, casi con vergüenza, le digo que no.

-Ah, Uruguay. Pero también tuvieron un presidente Obispo.

-¿Uruguay? No, imposible...

Pienso unos momentos. Sonrío: caigo en la cuenta de la trampa involuntaria.

-Señor, usted se debe estar refiriendo a Lugo, el ex presidente de Paraguay...

Hay que reconocerlo: hoy sería una gran tarde para ser argentino en Bogotá. Pero no soy argentino y, mucho menos, católico. Busco, casi a cada paso, el placer terrenal. Los objetos. Así, procurando un par de botas, encuentro un pequeño centro comercial, en cuya puerta veo el sostén de un rodaje: camión, camionetas, un par de actorcitos afeminados que tratan de hipnotizar al espíritu de su pelo para que no se rebele. Entro al pequeño shopping, subo las escaleras mecánicas, sigo los cables. Otra vez, las referencias más ignotas, la letra chica en su máxima plenitud: negocios de carteras o ropa interior femenina comparten pasillo con una tienda de motores para lanchas y otra de estufas a gas natural, insignificancias insondables en grandes centros comerciales. Llego al último piso: apenas abandono la escalera mecánica, como dirigido por algún Dios, pero cinematográfico (un Welles, un De Palma), quedo cara a cara con dos hermosas mujeres colombianas y enseguida, detrás de ellas, adivino el ajetreo del backstage.

-¿Qué están grabando?

-Una telenovela.

-Ah, una de verdad...

- ¡Claro que sí! Oye, qué bueno, ¿eres argentino?

Sonrío y el asistente de dirección me ahorra el resto: me avisa que venimos, que me corra, que vamos a filmar ahí.

Termino la jornada comiendo un burrito y tomando una cerveza en lo de Tom, un gringo que tiene una cantina de comida mexicana, una moda que nunca pasa de moda. Me siento en la barra, el único lugar que hay para sentarse. Tom me cuenta su vida: está en Bogotá hace tres años, antes era profesor de inglés. Vivió en Italia, donde aprendió a hacer pasta casera, hizo un curso de repostería y conoció, siendo guía turístico, a una japonesa, con la que después vivirían juntos en Osaka. Un largo e intenso trayecto que esta noche, 13 de marzo del 2013, después de un día histórico para el cristianismo y para el mundo, nos encuentra precisamente acá.

Con Tom, su socia colombiana y el mozo noruego, que además es productor de música colombiana, conversamos largo y tendido: soy el único cliente.

Cuando me estoy por ir llega una chica, famélica. Pregunta qué hay de comer. Tom le recomienda los burritos. ¿Están buenos? ¿Tienen picante?, quiere saber. Tom me mira: doy mi veredicto. Ya es tarde, estoy cansado y no me acuerdo de casi nada, así que respondo en uruguayo.

-Ah, un argentino... ¡felicitaciones!

-Gracias. Muchas gracias.

 

Este artículo fue escrito por Jose Apoj (@joseapoj), licenciado en comunicación Audiovisual por la Universidad ORT Uruguay, quien se encuentra viviendo en Colombia desde principios de año.  La nota fue publicada originalmente en la revista colombiana Sole, que permitió que In situ la reproduzca.
Imagen: El Papa Francisco luego de ser elegido. Fotografía: Tenan (http://commons.wikimedia.org).
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