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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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Nadie pagó por esta vida

09.Sep.2013

Así me respondió la prima de Jorginho, la actriz y cantante Graciela Gularte, cuando le pregunté si alguien fue preso por la atroz paliza que él recibió hace once años en W. Lounge, que originó su afasia severa primero y su muerte ahora, a los 56 años.

Recuerdo repercusiones periodísticas de la indagatoria judicial, cuando el hecho aún revestía interés para los medios. Se habló entonces de la misteriosa renuencia de todos los testigos presenciales a declarar ante la justicia. Se habló de un viaje a España de apuro de uno de los patovicas que literalmente destrozó el cráneo de Jorginho en el baño del local. Se conoció la absurda versión de ese "personal de seguridad", que declaró que las lesiones sufridas por el músico habían sido producto de que "se había caído por la escalera". Se supo, finalmente, que la denuncia presentada por su madre, Marta Gularte, terminó con el archivo del expediente, porque para el fiscal "no existían elementos de convicción suficiente para responsabilizar a nadie".

No estoy en condiciones de acusar a nadie, porque no dispongo de pruebas, y en ese sentido solicito a los lectores que no utilicen el foro para hacerlo. Si saben algo, lo mejor que pueden hacer es denunciarlo donde corresponde.

Lo que sí me interesa destacar es que este calvario y esta muerte inútiles son casi un símbolo del lugar que ocupa la cultura en la conciencia de los uruguayos. Si esta tragedia le hubiera pasado a un jugador de fútbol o a un político, la presión popular por mandar presos a los culpables hubiera sido tremenda. Pero como le pasó a un músico, que además era negro, y que tenía cierta fama de mujeriego y peleador, el público y los medios terminaron echando sobre el aberrante delito un manto de silencio prescindente y cómplice.

Me recuerda a la manera como el estado dejó morir en la indigencia y derrotado por la adicción a las drogas al músico popular más importante del siglo XX, Eduardo Mateo.

En la cultura light que se ha apoderado de la adormecida conciencia de los uruguayos, pasamos por alto la tragedia sufrida por Jorginho, un músico inteligente y creativo que transformó al candombe, y aplaudimos a algún estúpido empresario de la noche, retratado en sociales abrazando a minitas y con los ojos inyectados por el whisky y la merca.

Calmamos nuestra conciencia con el mismo "algo habrá hecho" con el que algunos pretendieron justificar la política de exterminio de la dictadura.

Minimizamos la inmensa relevancia de Jorginho Gularte como artista, escudados en pequeñas miserias de su vida íntima, como si una adicción fuera más importante que el legado grandioso de su revalorización estética del candombe. Al respecto recomiendo leer una nota que publicara Daniel Morena en "El País Cultural", quien no duda en comparar el aporte de Jorginho Gularte al candombe con el que hizo Astor Piazzolla al tango:

http://historico.elpais.com.uy/suple/cultural/12/04/27/cultural_637757.asp.

Lo que en el programa "Víctimas y victimarios" de Canal 10 declara la amiga personal del músico, Laura Peyrou, es sintomático del rol que ocupa el artista en la sociedad uruguaya actual. Cuenta que Jorginho le dijo una vez que "la gente se vincula conmigo porque está bueno ser amigo de Jorginho. Pero cuando las papas queman, son pocos los amigos de verdad". Y así es. Como decía el inolvidable "Corto" Buscaglia, cuando murió Mateo llovieron los homenajes y los elogios a su obra, pero la única persona que lo acompañó en su triste agonía en el Hospital de Clínicas, fue su pareja. Yendo más atrás en el tiempo, Jorge Abbondanza recordó una vez que el pintor Alfredo de Simone murió en el Hospital Maciel, en la miseria más absoluta, en el mismo momento en que el país festejaba la euforia de Maracaná. Y más atrás aún, es tremenda la descripción que hace Diego Fischer, en su libro "Qué tupé", de la muerte de José Enrique Rodó en Italia, hacia 1917: se llegó al extremo de devolver a la familia el escaso dinero de que él disponía, previo descuento de los gastos por la repatriación de sus propios restos.

Son ejemplos que el propio Jorginho convirtió en bellísima materia poética, en su canción "Flecha": "Ese catre miserable/ con mugre de tantos días/ es sostén del hombre solo/ en una pieza vacía./ Sobre un maltrecho cajón de fruta/ vieja foto entumecida/ recuerdo de la abundancia/ de una barra agradecida.../ Lentamente se dibuja la sonrisa boca nicotina/ se entremezclan los ladrillos despintados sobre tu panza vacía/ con la real imagen de la muerte entre dos vigas podridas..."

Mientras un músico y poeta muere sin que se levanten voces para reabrir su infamante expediente judicial, los periodistas corren al aeropuerto a  entrevistar a la nueva estrella mediática, un ladrón y asesino que viene a maravillarnos con su "robo del siglo".

Después dicen que la inseguridad se resuelve encarcelando chiquilines. Más bien deberíamos bregar por una justicia que sea pareja para todos, y por una sociedad que vuelva a colocar a la cultura como el valor supremo, muy por encima de las banalidades que nos gusta consumir y nos convierten cada vez en más imbéciles e inmorales.