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Joaquín DHoldan: Escritor y Dramaturgo de la Villa del Cerro radicado en Sevilla.

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The New Raemon

21.Sep.2018

En 2008 Ramón Rodríguez crea "The New Raemon", algo diferente, entre el pop indie y el folk. Ahora presenta una nueva canción titulada "Un posible final", un temazo que hace con Rocío Márquez, una de las voces del flamenco que está conmoviendo el lugar donde el flamenco nació. Este bello tema irá incluido en su próximo trabajo discográfico, "Una Canción de Cuna entre Tempestades".

Son canciones que te meten en un remolino de emociones. El mío tiene de protagonista a los dos artistas. Rocío Márquez, esa voz que ya hemos recomendado en "La Gaita Eléctrica", era el nombre del flamenco que repetía sin cesar mi amigo Felipe cuando hacíamos juntos el programa "Música Oriental". Pasábamos música uruguaya (y a Rocío Márquez), porque Feli aseguraba que su voz transformaba el plomo en oro. El tiempo y la vida, con sus duros vaivenes, hacen que ya no hagamos "Música Oriental", y peor aún, que Feli ya no este. Pero este amigo, antes de partir me dejó muchos regalos, entre ellos a Rocío. Últimamente pienso mucho en esos días. La voz de ella mezclada con Ramón hace un particular cóctel, que también me lleva a un sitio extraño. En 2008 fui al desierto del Sahara y tenía "A Propósito de Garfunkel" en el "walkman" (en el mp3, pero no entiendo porque no llamarlo con ese nombre fantástico). El primer álbum de "The New Raemon" es imprescindible. A veces lo ponía durante la noche para no escuchar el profundo vacío del campo de refugiados.

 

En el desierto llegan los ruidos de las "jaimas" cercanas. Escuchaba hablar "hasanía", el idioma de los saharauis, algún bebe lloraba, alguien movía unos cacharros. La arena me daba sed. Quedaba un poco de agua en mi termo, quería guardarla para el mate de la mañana. Me imaginé en esos campamentos en la zona más árida del planeta durante 40 años, quedándome sin agua. El bebé lloraba más. Un amigo saharaui me contó que a veces su madre ponía una olla con agua a hervir, simulando hacer la cena, hasta que a él y a sus hermanos los vencía el sueño.
Se llama tristeza. No me gusta nombrarla. Pero vuelve cuando estoy en casa, abro la canilla para tomar toda el agua que quiero y recuerdo que mis amigos y amigas saharauis siguen en el desierto, esperando. O cuando tengo la suerte de seguir escuchando a Rocío, pero sin Feli al lado, diciendo "¡fa!... como canta".
Se llama tristeza. La gente le tiene miedo. En las redes sociales nadie la nombra. Quizás por eso muchas personas no saben manejarla. La ven poderosa e inevitable. Esa decepción final siempre al acecho. Esa pequeña insatisfacción que no soluciona nada, ni los viajes, ni la comida en lugares caros, ni la ropa nueva. Nada puedo con ella. Alejandro Dolina dice que quizás el amor. O quizás (siempre quizás) saber que no hay soledad en ella, que hay mucha gente triste pero que no lo cuenta, está mal visto en el mundo de hoy. Estar triste, aburrirse, perder el tiempo, comerse un chorizo escuchando el fútbol de espaldas al atardecer. El desasosiego de un mundo injusto. La única esperanza que nos queda es encontrarnos. Y la música.

 



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