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Así lo veo yo

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Columna de Ana Jerozolimski

Sobre el autor

Uruguaya, radicada en Jerusalem desde 1979. Redactora Responsable de "Semanario Hebreo".

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Mi aporte al recuerdo del horror en AMIA

18.Jul.2019

La AMIA destruida, 18 de julio de 1994. (Foto: Esteban Alterman)

La mayoría de aquellos que lean esta nota no estuvieron aquel 18 de julio de 1994 a las 09.53 en la calle Pasteur en Buenos Aires. Yo tampoco. No oyeron el estruendo de la bomba. No perdieron a ningún familiar ni amigo personal en aquel horror. Pero todos pueden sentir que el atentado terrorista contra la AMIA fue dirigido también contra ellos.
Es que el blanco directo, el buscado, fue la comunidad judía argentina, pero también los asesinos sabían que no serían los únicos alcanzados. Tenían claro de antemano que podría morir Sebastián Barreiros, de solo 5 años, el más joven de las víctimas, arrancado de la mano de su madre por la fuerza expansiva, en aquel primer día de las vacaciones de julio que terminó en tragedia. Y tantos otros civiles inocentes que al igual que los judíos que trabajaban en AMIA, no habían hecho nada malo a nadie. O Jorge, el mozo del bar con el que Javier Waldman-uno de los sobrevivientes que compartió con nosotros el relato de lo vivido-interactuaba diariamente. Y tantos más...
Los ciudadanos del mundo libre pueden sentirse sobrevivientes del terrorismo en general, que ataca al blanco elegido cada vez y a través de ellos, a los valores de la vida en libertad. Claro está que cuando hay un ataque antisemita, sea cual sea su envergadura, la motivación es el odio irracional a los judíos, disfrazado a veces-no siempre- de crítica a Israel. Pero el mundo libre todo debería condenarlo y sentirse atacado, porque la sociedad en cuyo seno eso ocurre, tiene un serio problema.
Sinceramente, creo que los argentinos todos, no sólo sus ciudadanos judíos y no sólo los familiares de las víctimas, deberían estar preocupados por el hecho que 25 años después, haya aún tanta impunidad, que nadie haya pagado por el crimen de AMIA. Y no me refiero a los jerarcas iraníes contra los que Interpol emitió órdenes internacionales de arresto, sino a todos los eslabones locales que hicieron posible la explosión, todos los que trataron de encubrir y entorpecer la investigación. Argentina toda debería estar clamando por justicia ante tal afrenta a su soberanía y tal ataque a sus ciudadanos.
Mientras recordamos el atentado contra AMIA, hay que recordar otro más, mucho menos conocido, increíblemente casi huérfano. Fue cometido un día después del ataque en Buenos Aires: el atentado contra el vuelo 901 de la aerolínea panameña Alas Chiricanas en el que una bomba mató a los 20 pasajeros y tripulantes de ese pequeño avión. De ellos, 12 eran judíos. El muerto número 21 era, así se estima, el terrorista, el único nombre de la lista que nadie conocía, con pasaporte libanés, cuyo cuerpo nadie reclamó jamás.
El año pasado, cuando el entonces Presidente de Panamá Juan Carlos Varela realizó una visita oficial a Israel, en una rueda de prensa conjunta con el Primer Ministro Netanyahu, este último declaró explícitamente que había pruebas de que aquella bomba había sido obra de Hizbala.
Hizbala, brazo de Irán en Líbano, el Hizbala de AMIA, Hizbala del Alas Chiricanas, toda la misma oscuridad. Es el mismo Hizbala cuyo jefe declaró días atrás por televisión, mostrando el mapa de Israel, que en la próxima guerra no "desperdiciará" misiles hacia el norte del Estado judío porque le vale más la pena apuntar directo a la franja costera, donde está la mayor concentración de población, donde hay muchos centros comerciales, aeropuertos, instalaciones estratégicas y energéticas....
Es que se equivocan quienes quieren separar las cosas. Es toda la misma línea. Los terroristas de un lado y el mundo libre por otro.
Pero la verdad, más allá de estas aclaraciones llamémoslas políticas, lo peor es cuando podemos ponerles nombre y apellido, caras y quizás voz, a las víctimas del terrorismo. Esta mañana conocí a una de ellas, Marianella Kreiman, que perdió a su mamá Susy, la última víctima mortal cuyo cuerpo fue hallado entre los escombros de AMIA, tras siete días de pesadillesca búsqueda y esperanza despedazada al aparecer sin vida. "La impunidad aumenta el dolor", nos dijo hoy.
Y no puedo olvidar la grabación que escuché hace pocos días, la voz de la mamá de Sebastián, el chiquito muerto en la calle Pasteur, que ni sabía por cierto lo que era la AMIA. Relataba cómo la explosión le arrancó a su hijo, cómo no lo pudo levantar, cómo gritó desesperada, cómo vino alguien de los equipos de emergencia a ayudarla, levantó a su hijo y lo llevó corriendo para atenderlo...y ella nunca más lo vio con vida. Se lo llevó la muerte. Se lo llevó el terror.