El país vivió días tremendos a fines de setiembre y principios de octubre. Una serie de hechos de sangre de extraordinaria gravedad conmovió a la sociedad uruguaya. Leonardo Haberkorn registró esos hechos en una crónica cuya lectura estremece (Una semana en Uruguay, publicada el 4 de octubre en el periódico digital Ecos). "Parece mentira que eso esté pasando acá", pensamos muchos; pero es cierto, está pasando acá y ahora. Nos conmovemos; nos indignamos; nos preocupamos y sentimos temor por lo que pueda sucedernos, a nosotros y a nuestros seres queridos. Las redes sociales arden con protestas y reclamos. Unos pocos centenares de personas salen a la calle, en Carrasco y en Pocitos, golpeando cacerolas. La gente les exige a "los políticos" que "hagan algo".
Cuando aún no se ha enfriado el cuerpo de los muertos en esos días trágicos, el ministro del Interior sale a decir que no hay que resistirse a las rapiñas. Es el consejo que los padres damos a nuestros hijos, pero dicho en ese momento por el responsable de la seguridad pública, cae muy mal; suena como si se quisiera trasladar a la víctima, la culpa por el desenlace fatal. Más indignación.
Ante esos hechos y en medio del clima que ellos crearon, el senador Pedro Bordaberry promueve la interpelación al ministro Bonomi y toda la oposición lo apoya; se vota la interpelación en el Senado. La iniciativa del senador colorado es de evidente pertinencia; la angustia y la rabia de una sociedad agredida debían ser recogidas por sus representantes políticos para expresarlas en el Parlamento. Bordaberry, además, se viene dedicando a los temas de la seguridad pública desde hace años; era la persona indicada para llamar a sala a un ministro cuya renuncia viene reclamando desde el anterior período de gobierno.
El senador Larrañaga manifiesta su apoyo a la iniciativa de Bordaberry y agrega que está dispuesto a votar la censura del ministro, trasladando el asunto desde el ámbito del artículo 119 de la Constitución (llamado a Sala), al de sus artículos 147 y 148 (censura y eventual disolución de las Cámaras, con llamado simultáneo a nuevas elecciones en 60 días). Bordaberry se zambulle impetuosamente en la pileta y propone recorrer el camino de los arts. 147 y 148 hasta las últimas consecuencias, es decir, la disolución de las Cámaras, desafiando a los frenteamplistas a poner en juego sus bancas en la elección parlamentaria consiguiente. Aquí se equivoca; el Frente tiene mayoría en el Parlamento y no va a censurar a su ministro; el presidente Vázquez no podría disolver las Cámaras, aunque quisiera, si no hubo previa censura a su ministro o ministros. En contra de la mayoría del Parlamento y del Poder Ejecutivo, el mecanismo de los arts. 147 y 148 no puede funcionar.
El tiro -puro ruido, sin proyectil- salió por la culata. El Frente Amplio, que estaba a la defensiva y sin saber cómo reaccionar ante hechos que habían conmovido al país, ve la oportunidad de salir del rincón atacando a Bordaberry. Javier Miranda, rodeado por todos los legisladores frenteamplistas, agita el espantajo de la "inestabilidad" e invoca la institucionalidad democrática y republicana, como si estuviera en peligro. La República titula diciendo que Bordaberry "quiere disolver las Cámaras". La senadora Mónica Xavier, ex presidente del Frente Amplio, dice que Bordaberry debería retirarse de la política; así nomás, como suena. El Frente Amplio quiere convencer a la opinión pública de que lo que importa no son los homicidios, ni las rapiñas, sino las declaraciones de un senador de la oposición.
El Frente hizo lo mismo ante el caso Sendic. Cuando para bochorno de la república quedó de manifiesto que el vicepresidente no tiene el título de licenciado que durante años había ostentado en su currículum, no sólo no lo condenó, no sólo lo apoyó, sino que además dijo que la oposición y los medios de comunicación perseguían el propósito de debilitar la institucionalidad democrática del país.
Esas actitudes son producto de una mentalidad autoritaria, que no tolera la discrepancia de buen grado y que, si pudiera, la suprimiría. En este sentido, las declaraciones de Xavier son terribles: quisiera excluir de la vida política a alguien que, como ella, se sienta en el Senado porque la ciudadanía con sus votos lo puso allí. Bordaberry no insultó a nadie, ni incitó a la violencia, ni propuso nada que no esté dentro de la Constitución, pero según Xavier, tiene que irse. De terror.
¿Dónde está la amenaza de "desestabilización"? ¿A qué le teme el Frente Amplio? Tiene mayoría propia en el Parlamento, por lo que la gobernabilidad no está en peligro si no la compromete el mismo Frente con sus rencillas internas; ejerce el Poder Ejecutivo y por lo tanto manda a la fuerza pública; tampoco tiene nada que temer del PIT CNT, ni de la FEUU, ni de FUCVAM, ni de ningún movimiento social que pueda poner un par de miles de personas en la calle. ¿Dónde está, entonces, el peligro de "desestabilización"? ¿A qué le llama "desestabilización" el Frente Amplio? ¿Es "desestabilizadora" la oposición porque exprese con energía sus opiniones en el Parlamento o en los medios de comunicación? Es todo un retroceso democrático que haya que discutir estas cuestiones. Un retroceso, sí, pero no una sorpresa; no puede sorprendernos que quienes hasta hoy admiran a Cuba y apoyan a Maduro, muestren la hilacha autoritaria cuando deben enfrentar las turbulencias propias de la vida en libertad.
Este debate pasará, como tantos otros, pero los muertos no resucitarán. La población sigue viviendo con temor y sufriendo, angustiada, la amenaza del delito. Quien debe conservar el orden y la tranquilidad es el Poder Ejecutivo, que no necesita del apoyo de la oposición en el Parlamento, pues tiene mayoría propia que lo respalda. Sobre el Frente Amplio, que controla todos los resortes del poder, recae pues toda la responsabilidad por la gestión de la seguridad pública. Lo que corresponde es que la asuma, franca y lealmente, y que deje de tender cortinas de humo para ocultar tras ellas su fracaso.