La democracia capitalista no es eficiente para distribuir. Es más capitalista que democrática. El sistema capitalista muestra agotamiento en el mundo entero. La legitimidad de la democracia está a merced de los vaivenes económicos. Nos toca derribar los límites de distribución que impone el actual sistema.
No es nada nuevo que la derecha está condenada a defender los privilegios de quienes auspician el sistema capitalista. Estoica mantiene contra viento y marea sus recetas, que un coro de operadores entona generación tras generación. Se encierran cada vez más en su propio laberinto.
La derecha sabe perfectamente que la confianza es la clave del sistema y por ello es que no tienen reparo en minarla cuando no es ella la que gobierna. A eso se dedican todos los días desde hace doce años. Utilizan su arsenal mediático para componer un relato bajo la consigna que absolutamente todo está mal. Lo más inaudito: son los mismos que fundieron a este país. Están bajo el hechizo de una conjura de intereses. Los mismos que socializan pérdidas y aprietan ganancias.
Nadie tiene la bitácora de las mejores políticas. Nadie tiene las soluciones para todos los problemas. No me caben dudas que hemos errado. Ni tampoco me caben dudas que es mucho más lo que hemos acertado. Los resultados de las políticas de gobierno que dan cuenta de esto no son pocas. Los derechos que se han hecho realidad tampoco. No se trata de números, es la vida de la gente la que está en juego.
Si bien la clase media se duplicó en las últimas dos décadas, la mitad de las familias que la integran se encuentra en situación vulnerable a caer en la pobreza, señala el sexto cuaderno sobre Desarrollo Humano, "Clases medias en Uruguay. Entre la consolidación y la vulnerabilidad", de la serie el "Futuro en Foco" que edita el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Uruguay.
Allí tienen que estar enfocadas todas las energías de la política. No podemos estar con objetivos electorales cuando lo que está en juego son asuntos de esta magnitud. Ahora mismo, el presidente de la República, Tabaré Vázquez, batalla a brazo partido para expandir a nuestro país dentro de un modelo de globalización positiva. Fruto de ello, está claro que este país logró más integración y expansión que nunca antes en su historia. También sabemos que las amenazas de la globalización no son hijas de un discurso sesentista. Están ahí. No las ve el que no quiere. También sabemos que, en el tablero mundial, estamos en la periferia.
Que nadie se embauque con esas mágicas propuestas mercantilistas de las que se ufana la derecha. Esas que dicen son capaces de abrir las puertas al edén capitalista - de las cuales no hay ningún ejemplo constatable en la historia universal -. Vivimos en un mundo que impone reglas que de humanistas no tienen nada. Y si a eso le sumamos los trancazos internos el panorama se torna aún más complejo.
Estamos lejos de amedrentarnos. También estamos lejos de resolver el "conflicto distributivo" que padece nuestra sociedad. La tensión entre las expectativas sociales y la capacidad del gobierno por solucionarlo no es un asunto exclusivo de nuestro país. No caben dudas que los gobiernos frenteamplistas luchamos por la justicia distributiva. Tampoco pueden caber dudas lo mucho que avanzamos en ese sentido. Tampoco pueden caber dudas que lo hicimos al mayor ritmo de la región - digo esto, por esos que repiten como disco rayado lo del viento de cola -. Ni tampoco pueden caber dudas que hay un capitalismo exhausto.