En el año 2009, conjuntamente con las elecciones nacionales se celebró en Uruguay un plebiscito con el fin de habilitar el voto desde el exterior, por vía epistolar. La iniciativa fue apoyada por poco más de un tercio del electorado y resultó, por lo tanto, rechazada. El Frente Amplio, sin embargo, no descartó la idea, que forma parte de la propuesta de reforma constitucional actualmente a estudio de esa fuerza política (aunque ya no se trataría del voto por vía epistolar, sino consular).
Yo ya expresé varias veces mi opinión contraria al voto desde el exterior; entiendo que sólo deben votar quienes experimentarán en carne propia las consecuencias del resultado electoral. Votar para incidir en la vida de los demás, a través de la elección de un gobierno, de una reforma constitucional o de la revocación de una ley, sólo es legítimo -a mi juicio- si el votante se somete también a que los demás incidan en su vida, de las mismas maneras.
Pero no me propongo volver hoy sobre el fondo del asunto, sino traer a colación un caso reciente que me parece muy interesante: el del referéndum constitucional celebrado en Italia el pasado domingo 4 de diciembre.
El gobierno encabezado por Matteo Renzi propuso, como se sabe, una reforma sustancial de la Constitución italiana, con el propósito de reducir a la tercera parte el número de los actuales senadores, recortar las competencias del Senado y redefinir las relaciones entre el gobierno central y las regiones. Pocos días antes de la realización de la consulta las encuestas indicaban que la propuesta del gobierno sería rechazada. Ante ese panorama, Renzi dijo que confiaba en que el voto de los ciudadanos italianos residentes en el exterior sería favorable al SI e inclinaría la balanza a su favor. No sé cómo habrán caído entre los votantes estas declaraciones del jefe de gobierno, pero imagino que no muy bien; a nadie le hace gracia que le digan que lo que él rechaza, le será impuesto desde afuera.
Lo cierto es que el referéndum se celebró y que la propuesta de reforma fue rechazada por 19.420.000 votantes (casi el 60% del total), contra 13.430.000 (poco más del 40%) que se manifestaron a su favor. Resultado claro y categórico, con fuerza de "knock out", que determinó que pocas horas después de que se conociera, Renzi anunciara su renuncia. Fue por lana, y salió trasquilado.
Pero lo interesante, desde el ángulo que hemos elegido para el análisis, es comparar el resultado global indicado, con el resultado de los votos emitidos desde el exterior de Italia. Entre los votantes del exterior, 722.672 (el 64,70%) se pronunciaron por el SI y 394.253 (el 35,30%) lo hicieron por el NO.
O sea: los residentes en el exterior votaron prácticamente al revés de lo que lo hicieron los residentes en la península. En Italia, ganó el NO por casi 20 puntos de diferencia; en el exterior, ganó el SI por una diferencia aun mayor: casi 30 puntos. Renzi tenía razón cuando decía que el voto de fuera de fronteras le sería favorable, pero se equivocó cuando estimó que de esa manera lograría que el resultado final le diera la victoria a su propuesta (si es que realmente lo creyó): la diferencia dentro de Italia fue demasiado grande, como para que pudiera revertirse desde afuera.
En Italia, el total de habilitados para votar supera los 50 millones, y quienes residen en el exterior están cerca de ser la décima parte de ese total. La proporción no se mantiene entre quienes efectivamente votan, pues en este grupo los residentes en el exterior han sumado entre un 2 y un 3% del total de votantes, no más.
Lo reducido del porcentaje del voto del exterior, evitó que los italianos que viven en Italia quedaran sometidos a un cambio constitucional que no quieren y que les habría sido impuesto por italianos que están dispersos por el mundo, la gran mayoría de los cuales seguramente vive su vida cada día sin acordarse siquiera de que la Constitución italiana existe.
Los hechos que comentamos demuestran que los ciudadanos de un estado que viven fuera de su territorio no necesariamente son alcanzados por los efectos de los procesos políticos, sociales, culturales, etc., que se dan dentro de ese territorio y que hacen que el electorado se pronuncie de determinada manera cuando se le consulta. No alcanza con Internet, no alcanza con informarse, no alcanza con los vínculos afectivos; si la realidad de la vida cotidiana es distinta, todos los días y durante años, es difícil que la apreciación política de las situaciones y las opciones electorales consiguiente sean las mismas. Por eso en Italia ganó el NO por veinte puntos de diferencia, y fuera de Italia gano el SI, por treinta.
No me gustaría que, reforma constitucional mediante, en el Uruguay llegásemos a tener un día un resultado electoral determinado por los votos del exterior, a contramano de la voluntad de quienes aquí vivimos. Si así sucediera, la legitimidad democrática de ese resultado quedaría en entredicho. Ya que no tenemos hoy estos problemas, no veo la necesidad de fabricarlos.