Conocí a Gustavo Escanlar en 1980. Los dos teníamos 18 años y formábamos parte de una misma generación, que emergía con los primeros atisbos de apertura democrática, en un país que había visto caer sus instituciones cuando éramos niños. El famoso plebiscito del 80, sumado a una incipiente reorganización de la militancia partidaria y sindical contra la dictadura, había dado pie al surgimiento de semanarios y revistas opositores y de una gran cantidad de grupos teatrales y bandas de rock, sedientas de protestar y de poner su grano de arena en la reconquista de la libertad.
Creo recordar que la primera vez que vi a Gustavo, estaba organizando una movida cultural en la Asociación Cristiana de Jóvenes, junto a Raúl Forlán Lamarque, otro amigo que murió prematuramente, hace ya dos o tres años.
El primer bombazo intelectual que Gustavo hizo explotar en la aldea de Tontovideo fue una intensa campaña de artículos periodísticos contra Mario Benedetti. Enfrentado a la posición dominante, que convertía al autor de "La tregua" en un prócer de la cultura uruguaya, Gustavo le cargaba culpas en las que luego sumaría a otro intocable, Eduardo Galeano. Y ya ahí se empezó a hacer odiar. Eran tiempos muy especiales. Recuerdo que en la misma época, la intelligentzia de izquierda le reprochaba a Jaime Roos que su tema "Los olímpicos" parodiaba el exilio económico, pero nada decía del político. Hasta Leo Maslíah le resultaba irritante a los popes culturales de entonces, porque en canciones como "La polca del espiante" y "El casamiento", se mofaba de gente humilde y trabajadora. Pero a diferencia de Jaime y Leo, que molestaban sólo coyunturalmente, Gustavo ya desde aquel entonces convirtió en una misión personal la voluntad de nadar contra la corriente, de ser la voz discordante en un coro de unanimidades. Él ejercía ese rol con verdadera entrega y pasión, y no se podía decir que fuera un diletante: respaldaba sus afirmaciones demostrando una base cultural sólida y rigurosa.
Los 80 lo tuvieron como un formidable agitador cultural. Inventó junto a Carlos Muñoz un evento que se llamó "Arte en la lona", que en el viejo Boxing Club Palermo de la calle Gonzalo Ramírez permitía a todo aquel que lo deseara, subirse al ring y hacer su performance, ya fuera musical, como teatral, coreográfica o plástica. "Arte en la lona" fue simultáneamente un espacio de creatividad saludablemente anárquico y una denuncia clave, que se ocultaba tras el juego de palabras de su denominación: los artistas estábamos en la lona, después de tantos años de silencio político, tantos exiliados valiosos, tantos maestros amordazados y tanta ignorancia de una generación como la nuestra, que había crecido soportando homenajes a Lorenzo Latorre y no pudiendo entrar a los liceos porque el borde inferior del corte de pelo tocaba el cuello de la camisa.
Luego vendrían sus libros y su actividad periodística en prensa y radio. Lo que más recuerdo son sus notas reportaje en la mítica "Punto y aparte", una revista-libro en que Alejandro Bluth le dio espacio a varios jóvenes que recién empezaban y que con el tiempo se convirtieron en maestros de un nuevo periodismo: uno era Gustavo, el otro, Leonardo Haberkorn.
En la segunda etapa de su vida, Escanlar alcanza la celebridad gracias a su aparición en "Zona urbana". En ese momento, prueba por primera vez las mieles del éxito, y no duda en reinventarse a sí mismo como un personaje capaz de beber su propia orina ante cámaras, sorprendiendo al gran público y dándole a los seudo intelectuales de siempre un buen argumento para defenestrarlo.
A partir de allí vendría un breve ciclo furiosamente transgresor llamado "Insomnia", donde el tipo llegó al extremo imposible de mostrar en primer plano una vagina operada de un transexual.
Y por último, "Bendita TV", programa en el que el canal domestica su iconoclastia, transformándolo en un presentador de bloopers.
Y en el medio, en esa suerte de montaña rusa en que se transformó su vida adulta, pasa de ser la estrella combativa de "Zona urbana" al periodista que, por una denuncia de plagio, es despedido de tres medios de comunicación en el mismo día. En esa época leí el testimonio de un colega de él, que reconocía que algún compañero de "Búsqueda" tenía el Google siempre abierto con el fin de descubrirle algún plagio, hasta que al fin apareció y le costó tres trabajos y una crucifixión pública inédita en nuestro medio.
Mirado en perspectiva, creo que ése no fue el único error que él cometió. Muchas veces hizo declaraciones muy agresivas, en las que generalizaba acusaciones con poco fundamento, como cuando dijo que el teatro uruguayo era una mierda, habiendo sido él mismo autor teatral (¿será que no le banqué ésa porque a quien le tocó el amor propio fue a mí?). Cada vez que se producía uno de esos desbordes declarativos, sus enemigos se multiplicaban. Y también se multiplicaban sus fanáticos, porque él apostaba a eso, a un juego de todo o nada que era su marca de fábrica.
Aparte de todo esto, corrió paralela su adicción a las drogas, una de cuyas crisis le valió que lo echaran de Canal 10 por segunda vez, en pleno apogeo de "Bendita TV".
En esto se da algo muy particular, una conducta típicamente uruguaya. Cuando uno revisa los comentarios que hacen los amigos de Facebook ante la muerte de Gustavo, ve en muchos de ellos una visión algo paternalista, que lamenta que él no haya podido vencer a la droga. Así, la gente de coloca en un Olimpo que a nadie corresponde, porque me pregunto si cualquiera de nosotros realmente podemos vencer nuestras adicciones, por más duras o blandas que sean. He visto gente brillante salir a la vereda a fumar en pleno invierno, porque no puede contra su necesidad de tabaco, que también algún día le va a matar. He visto honestos padres de familia y ejemplares ciudadanos levantando travestis a medianoche. He visto gente entregando tiempo y atención a los videojuegos, al chat, al casino, ¿quién puede tirar la primera piedra en esto de combatir las adicciones? ¿Quién puede tildar a un hombre brillante de "enfermo" por el solo hecho de que su adicción entraña peligro de muerte y no logra superarla? Esa visión de falsa superioridad me recuerda a la de algunos derechistas durante la dictadura, que ante la evidencia de que desaparecían personas o se las torturaba cruelmente, se encogían de hombros y decían "algo habrán hecho".
La muerte de Gustavo es una terrible fatalidad, sin importar que él se drogara, porque acalla a uno de los intelectuales más saludablemente contestatarios de su generación. Un intelectual en el verdadero sentido de la palabra, porque nunca se subió a las modas ni los ideologismos en boga, porque se atrevió una y mil veces a encender la mecha allí donde lo cómodo era soplarla.
Y más aún, es una terrible fatalidad, porque detrás del personaje que él había armado, sobre todo en sus participaciones radiales y televisivas, Gustavo era un tipo muy querible. Por eso elegí para esta nota la foto con su hija. No quise poner al showman de corbata roja de Bendita TV, ni al trajeado ganador de un Iris, ni al cara de malo que despertaba puteadas y adhesiones. Puse al que estaba detrás de todas esas máscaras. A un padre orgulloso. A un amigo. A un buen tipo.