La práctica contumaz de quitarse responsabilidad de los errores propios se está convirtiendo en un deporte nacional. La semana pasada poníamos un par de ejemplos de lo que dimos en llamar la filosofía del "Me desligo del tema". Durante los siete días siguientes, una y otra vez vimos a representantes del gobierno y sectores de opinión enfrentados, atribuyéndose culpas en forma cruzada e incapaces de hacerse responsables de los desaciertos propios.
En esa suerte de "Semana Nacional del Me Desligo del Tema", vimos a las autoridades del INAU atribuyendo las continuas fugas de menores infractores de sus centros de detención a la ineficiencia de la guardia policial. Y como respuesta automática, al Ministro del Interior negando la responsabilidad de sus subordinados y devolviendo la acusación al INAU. En la preparación de la sonada "cumbre educativa" de este lunes, vimos a dirigentes del gremio docente advirtiendo que rechazarían todo intento del gobierno de culpabilizarlos por el déficit de resultados pedagógicos. Y enseguida a las autoridades del CODICEN haciendo la misma aclaración previa: como el Ministro Ehrlich dijo que se llegaría al límite de la autonomía para resolver el problema, expresan que no tienen la culpa de lo que está sucediendo en el área que ellos mismos conducen. Nadie se hace cargo. La culpa es de los otros... Ahora bien, a esta altura, ¿quiénes son esos otros? Por favor, que alguien me lo explique. Lo que algunos de mis amables lectores dicen sin pelos en la lengua, que los culpables son los estudiantes, por revoltosos y antisociales (generalización que no comparto en absoluto y me parece de un simplismo realmente perverso), las autoridades de la educación lo dicen eufemísticamente, como tantas cosas se dicen en este país. Declaran que nada pueden hacer "frente a entornos sociales complejos".
Una vez me contó el decano de Universidad ORT, el ing. Eduardo Hipogrosso, que el gobierno de Malasia sustituyó a su ministro de Educación al ver que la universidad de ese país no figuraba en el ranking de las 500 mejores del mundo. El hombre había asumido el cargo un año antes con ese compromiso. No cumplió y se fue. Para la mentalidad uruguaya, el ejemplo puede resultar exagerado y la decisión muy cruel. Sin embargo, no es diferente a la realidad de los cargos gerenciales de cualquier empresa privada, incluso de nuestro país.
Los representantes de los docentes se apuran a decir que no permitirán que se aplique en Uruguay el modelo chileno, "de resultados". Dicen que hacerlo empeoraría aún más la educación. Me pregunto entonces por qué las investigaciones internacionales demuestran la alta calidad de la enseñanza chilena. También me pregunto por qué, si el gobierno uruguayo y los gremios docentes uruguayos son de izquierda, satanizan una reforma educativa como la chilena, hecha y consolidada por gobiernos de izquierda. El cerebro me entra inevitablemente en una cadena de cortocircuitos ideológicos...
Y me permito extraer de esta observación una conclusión que puede ser controvertida, pero que alguien tiene que extraer: tal vez por la inercia del viejo "país modelo" del Batllismo clásico, tendemos a ser comprensivos con los empleados públicos. "Ellos hacen como que trabajan y yo hago como que les pago", decía Lacalle. Todos hacemos como que cumplen su tarea, porque en el fondo, aunque retóricamente despotriquemos contra los empleados públicos, los amamos. Aún amamos al Uruguay dirigista. El de las tarjetas de pronto despacho de ayer y el de las decenas de miles de personas de hoy, sorteadas para ganar el cinco de oro de un cargo de cafetero en el Palacio Legislativo, valuado en 41.000 pesos por mes.
Está demás aclarar que no deseo generalizar ni negar la honestidad y el valor de tantos empleados públicos que dignifican su función. Sólo unir mi voz a la de muchos uruguayos que estamos cansados de enterarnos de los que hacen paro y no les descuentan, de los que cobran primas por "presentismo", eso que en buen romance es recibir un premio por cumplir con algo tan simple como no faltar a trabajar. Existe ya una trágica desproporción entre quienes se exponen al mundo real de los empleos de la órbita privada, y los que gozan de la protección paternalista del Estado, que todo perdona, todo comprende y todo concede, a costa de los impuestos que también pagan los otros.
Sentí al pasar, durante esta semana, que alguien propuso que el Estado pague a los jóvenes que ni estudian ni trabajan, para incentivar su integración al sistema educativo. El fin me parece fantástico, pero el medio, de una injusticia aberrante. ¿Y cuánto le pagamos a los miles de chiquilines y chiquilinas que se rompen el alma trabajando para pagar sus estudios? ¿Qué les vamos a ofrecer a los sacrificados, a los esforzados, a los que logran egresar del laberinto que son muchas carreras de la Universidad pública y, aún así, pagan con enorme esfuerzo, trabajando y endeudándose, una carrera técnica privada que complemente sus conocimientos? Conozco a muchos, muchísimos estudiantes que lo hicieron y lo hacen. Los aprecio y los admiro. Son pobres y deseosos de progresar, la contracara de los infantojuveniles con que algunos caricaturizan a los chiquilines de bajos recursos.
El asistencialismo es otra de las caras de ese Uruguay estatista, que apoya sus ancas adiposas en los hombros de los contribuyentes que todavía aguantan, que aún difieren la decisión de emigrar.