Cuando una creación artística logra sintetizar su propio tiempo de manera simple y a la vez contundente, se convierte en una obra maestra. No dudo en calificar como tal al estupendo stencil que vincula a Marcelo Tinelli con José Pedro Varela, que se puede ver en las fachadas de varios centros educativos de Montevideo.
La obra fue creada y difundida por un grupo de estudiantes de publicidad, cuyos nombres no pude encontrar en los medios, a quienes felicito con el mayor fervor desde esta columna.
La escueta imagen dice muchas cosas, parece que le brotaran más y más significados, de manera inversamente proporcional a su sencillez. Los teóricos de la creatividad sostienen que toda idea nace de la combinación de dos ideas preexistentes, dispares entre sí. Esta combinación genial entre el padre de nuestra educación y el padre de nuestra estupidización, resulta de una pertinencia feroz.
No creo necesario repetir aquí el ya manido mensaje contrario a este exitosísimo empresario argentino, que naciera a los medios como un modesto movilero en partidos de fútbol y en base a su inteligencia y capacidad se convirtiera en un zar de la comunicación continental. Tinelli ha demostrado ser un emprendedor como pocos, con una habilidad monstruosa para entender los gustos del público y responder a ellos. Lo único que no entiendo, cuando veo sus programas, es por qué a pesar de su éxito impresionante sigue exponiéndose a cámara como lo hace, dando esa imagen tan impúdica de sí mismo. Pero bueno, sus razones tendrá.
Por contradictorio que parezca, me parece un error acusarlo, convertirlo en responsable del deterioro cultural rioplatense. Más bien veo en él un reflejo de lo que quedó de la cultura de su país. En qué se convirtió la cultura que ayer construyeron Borges, Sábato, Cortázar y Piazzolla, y hoy destruye una maquinaria chismográfica pueril que no duda en hacer llorar a cámara a un tipo confesando que es seropositivo, o mostrar como simpático a un boxeador que se declara partidario de la violencia contra la mujer.
No es correcto culpar a Tinelli ni al medio de comunicación que difunde sus productos. Ni uno haría lo que hace ni el otro lo emitiría, si no existiera una desmesurada demanda del público por consumirlos.
Los intentos de regular el contenido que difunden los canales de televisión esconden siempre una voluntad mesiánica de la que debemos escapar. ¿Quién tiene derecho a definir qué es bueno o es malo para que vea la gente, si no la gente misma? Solemos despotricar contra los canales de televisión, sin tener en cuenta que difunden esos programas porque hay un público que los reclama; es aquello de que la culpa no la tiene el chancho...
Entonces, quitarle a la gente estos satisfactores, por más penosos que sean, terminaría siendo un acto de lisa y llana censura. La medida correcta pasa, ¡nuevamente!, por fortalecer el sistema educativo, integrarlo a la realidad, formar a la gente en valores y dotarle de capacidad de percepción y disfrute de expresiones artísticas enriquecedoras de su intelecto y sensibilidad.
Cuánta razón le di a mi amigo Claudio Invernizzi cuando dijo, en su breve pero fermental pasaje por la dirección del canal oficial, que no iba a tener en cuenta la variable del rating para la formulación de su programación. La televisión pública tiene la obligación de ofrecer una alternativa inteligente y formativa a lo que reclaman ciegamente las audiencias de los canales privados. El Estado debería invertir, e invertir muy fuerte, en generar productos televisivos de calidad, para convertir al canal 5 y Tevé Ciudad en enérgicos difusores de una contracultura, ajena a la frivolidad de Tinelli y sus satélites.
Hay evidencias que hablan de un cambio significativo en este aspecto.
En Argentina se aprecia que si bien los programas de Tinelli ganan en el rating, este dato se debe relativizar, porque el llamado "encendido" de la televisión abierta, esto es, la cantidad total de personas que se exponen a la misma, está bajando con el correr del tiempo y se está posicionando cada vez a menor nivel socioeconómico. Esto significa que quienes tienen inquietudes culturales huyen hacia las señales para abonados, y la tevé chatarra pierde terreno, pero al mismo tiempo lo gana entre quienes son más frágiles, por disponer de menores herramientas culturales.
En Uruguay, un canal de televisión (el 10), y una decena de productores privados (Conrado Polvarini, Oscar Estévez, Mario Banchero y Walter Nessi, entre otros), están haciendo grandes esfuerzos de inversión y talento para generar una ficción nacional, que felizmente ya compite en las grillas de los canales abiertos. Se podrá juzgar con mayor o menor benevolencia sus resultados (ya he manifestado cuánto me irrita como los uruguayos menospreciamos nuestros propios productos), pero lo cierto es que se está instaurando una televisión que habla de nuestra vida, en nuestro lenguaje y con nuestros artistas. Lo que está faltando es una política de comunicación consistente a través del tiempo, que vincule los sistemas de educación y medios, no para imponer lo que se debe ver, sino para evitar este monopolio de hecho que ejercen Tinelli, Rial, Canosa y compañía, sumados a los tontos programas de archivo que los repiten aún más.
Los estudiantes de publicidad que hicieron el notable stencil lo entienden bien, y con gran lucidez lo aplicaron en las fachadas de los centros educativos. Para que profesores y estudiantes hagamos algo por liberar la espalda de nuestros jóvenes de tanta rutina y chabacanería.