Utópicos versus Pragmáticos
Cuando el presidente Mujica emprendió la "reculada en chancletas", al decir de la fiscal Mirtha Guianze, contra la anulación de la ley de caducidad, me pregunté qué estaba pasando. La primera sensación que me dio fue la de un formidable amateurismo del gobierno, incapaz de parar el tema a tiempo y poniendo a su fuerza política entre el callejón sin salida y el precipicio. Callejón sin salida, porque era claro al principio y ahora lo es más aún, que anular la ley es ingresar en una etapa de recursos de inconstitucionalidad que empantanará los eventuales juicios a los represores y frustrará a la opinión pública. Precipicio, porque vetarla o evitar la anulación, provocará una frustración aún mayor. Mucha, muchísima gente que ha dedicado su vida a luchar por el triunfo de la izquierda se sentirá legítimamente traicionada, y las consecuencias de ese sentimiento serán impensables.
Escuchando todas las campanas con atención, creo que la hipótesis de un proceder liviano y prescindente del gobierno no es la más certera.
Desde que el Frente llegó al poder, ha concretado muchos cambios que había anunciado (como las reformas tributaria y de la salud), pero también ha tenido la cautela de mantener una política económica que asegurara el crecimiento, en contradicción con el librito al uso de otras izquierdas latinoamericanas de sesgo populista.
Allí da comienzo la colisión entre la utopía que hizo crecer a la izquierda y la realidad de su gestión de gobierno. Hoy el Frente se debate en la pugna entre utópicos y pragmáticos, una guerra frontal que a veces se expresa en peleas sectoriales y que siempre es mucho más virulenta que la que a duras penas intenta agendar la oposición.
En ocasiones, los pragmáticos ganaron por goleada, como ocurrió en la defensa de la pastera Botnia, cuya aprobación por parte de Batlle había sido duramente criticada por la misma izquierda.
A veces se instalan temas polémicos; los pragmáticos defendiendo las inversiones extranjeras, los utópicos reclamando menos facilidades y más trabas; los primeros manteniendo un sistema tributario equilibrado, los segundos anunciando más impuestos al campo y la industria; éstos exigiendo la propiedad íntegramente estatal de las empresas públicas, aquéllos legislando para asociarlas con privados...
Pero en la anulación de la ley de caducidad, el conflicto entre utópicos y pragmáticos se convirtió en un choque de trenes. Y esto no es casual. Verdad y justicia son valores trascendentes, y quien ha erigido su imagen invocándolos durante décadas, difícilmente podrá justificar su marcha atrás con pruritos constitucionales. Y mucho menos con argumentos mezquinos, como los de que "la oposición nos va a decapitar" o "podemos perder la próxima elección". Nuevamente, el pintoresquismo declarativo del presidente complica las cosas.
La comunicación del Frente Amplio es tan endogámica, que él no duda en explicitar futuros riesgos electorales. No le habla al país, advirtiendo sobre las garantías democráticas que impiden anular una ley convalidada dos veces por el soberano. Le habla a los frentistas, explicándoles que si lo hacen, pueden perder el gobierno. ¿Cómo no va a irritar este argumento a las organizaciones de derechos humanos y a todos los uruguayos sensibles a los crímenes cometidos por la dictadura?
En el fondo, lo que el gobierno debería preguntarse es cómo hacer para desmontar la arquitectura de medidas maximalistas que erigió el Frente desde su fundación, ahora que la práctica de gobierno demuestra que las utopías son un ideal a seguir y no necesariamente una meta a concretar. Y es una empresa difícil, porque muchos de quienes hoy ejercen el gobierno son los mismos que en los años 60 y 70 enfrentaron al sistema democrático con las armas, justamente porque lo consideraban inviable para alcanzar la utopía. Curiosa mezcla de victoria y derrota: ganaron el poder con el voto, pero a costa de enterrar la revolución.
Creo que esta comprobación dolorosa es la verdadera causa de la reacción tardía del presidente contra la anulación de la ley.
Tal vez sea una buena oportunidad para que gobernantes y gobernados entendamos por fin que las utopías están para encender el futuro y no para incendiar el presente.