En la maratónica sesión de la cámara baja del jueves 19, me llamó la atención un comentario del diputado nuevoespacista Horacio Yanes. Relativizó la importancia de la opinión de los juristas que se definieron unánimemente en contra de la anulación de la ley de caducidad, aclarando que lo más cerca que él mismo estuvo de la Facultad de Derecho, fue cuando trabajó en la feria de Tristán Narvaja.
Desconozco si con estas palabras tuvo realmente la intención de menoscabar la formación universitaria, o sólo lo dijo como una irónica disculpa por su carencia de conocimientos. Pero cualquiera haya sido su intención, lo que expresó me parece revelador de una actitud que día a día gana adeptos en la opinión pública, consistente en reivindicar la llamada "universidad de la calle" en contra de la preparación académica.
Es un tema serio y muy grave. Recuerdo que durante la campaña por las internas de 2009, el precandidato Mujica había bromeado sobre la diferencia entre sus votantes y los de Astori. Dijo que quienes seguían a éste eran "los que hablaban inglés", mientras que los que lo elegían a él, "de inglés no entendían ni jota". No era difícil interpretar en ese comentario jocoso un espaldarazo a sus votantes para que no aprendieran inglés, así no se parecían nunca a los cajetillas y platudos que votaban a Astori. Triste, patético, retrógrado, deprimente.
En un cuplé que le dio gran renombre, la murga "Agarrate Catalina" parodiaba una clase de idioma español impartida a Mujica, para que conjugara correctamente las primeras personas del plural de los verbos hacer y poder. Pero esa supuesta crítica culminaba con una vuelta de tuerca en la que la murga glorificaba al personaje, por su sinceridad, amor por las causas populares, etc. En muchas oportunidades he discutido duramente con amigos intelectuales porque, cuando refiero mi preocupación por la limitada capacidad de expresión del presidente, me responden que es preferible que hable mal y no que sea instruido pero corrupto.
La mente humana se mete en fascinantes vericuetos para defender lo indefendible: ¿quién dijo que una persona culta tiene que ser forzosamente deshonesta? ¿No se puede tener un título universitario y al mismo tiempo ser honrado?
La identificación entre formación intelectual y deshonestidad está ganando terreno. No es casual que lleguen a 80.000 los jóvenes "ni ni": ¿para qué ocupar su tiempo en estudiar, con el ejemplo que le dan los líderes políticos más populares? Y el que ofrece todos los días la televisión no le va en zaga. Acabo de ver a nuestro héroe Marcelo Tinelli ganar el Martín Fierro de Oro. ¿Para qué leer libros, si una asociación de críticos del país de Borges, Sábato, Cortázar y Piazzolla, premia a una persona que corta polleritas con tijera?
Nos encontramos frente a un problema grave. ¿Qué estamos haciendo para que la formación universitaria sea accesible a los niveles socioeconómicos más bajos? Porque no sólo seguimos dejando la educación media a la deriva. Más preocupante aún es este elogio a la ignorancia de raíz politiquera, televisiva y carnavalera. Parece una gran campaña publicitaria, estratégicamente formulada para convencer a los niños y jóvenes de que no vale la pena estudiar ni esforzarse por superar sus limitaciones educativas y sociales. ¿Será porque así se los gobernará más fácil?