La reunión del Gabinete Productivo terminó sin acuerdo sobre el impuesto a la tierra. A pesar del compromiso asumido entre Mujica y Astori de elaborar un único proyecto, por ahora las diferencias pueden más. Y no podía ser de otra manera si se tiene en cuenta que ambos gobernantes persiguen objetivos diferentes y hasta antagónicos.
El presidente quiere desalentar la concentración de la tierra y el vice cobrar sobre la rentabilidad. El primero está impregnado de un sentido ideológico (la concentración de la tierra empieza a ser mala a partir de las 2.000 hectáreas y va empeorando a medida que aumenta la superficie) mientras que el segundo busca reflejar en las empresas agropecuarias el criterio ya utilizado en la reforma tributaria, de vincular el gravamen con las acrecencias.
Si triunfa el primero, la racionalidad y el sentido común de la orientación económica trazada por el segundo quedará herida de gravedad. A partir de entonces, cualquier asesor financiero deberá señalarle a un posible inversor que Uruguay cuenta con un presidente imprevisible (capaz de anunciar medidas sin consultar a sus ministros ni a su vicepresidente) y con una conducción económica embargada por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, que depende del propio Mujica.
Pero si el escenario del oficialismo estaba ya complicado con el enfrentamiento entre el uno y el dos, la cosa se puso todavía más difícil con la campaña lanzada por el MPP, sector mayoritario del Frente Amplio y alineado con el presidente Mujica. Con el fondo del jingle utilizado para las internas del 2009, el grupo liderado por la primera dama reclama "que pague más el que tiene más".
Por cierto, nadie estaría de acuerdo con un sistema tributario en el que pague más el que tiene menos, al menos si así se lo plantearan a la gente. Sin embargo queda la duda sobre el juicio de valor que le merece al MPP un sistema tributario que ayudaron a consagrar hace apenas tres años. Si pagara más el que tiene más, o al menos si pagara tanto como los asalariados de mayores ingresos, entonces estaríamos ante un sistema expropiatorio, que el presidente Mujica dijo rechazar, al menos en febrero de 2010 y frente a los empresarios que lo ovacionaron en el Hotel Conrad. Claro que en esa época del año también prometió no cambiar las reglas de juego ni aumentar los impuestos.
La pregunta que surge ante el slogan es si va dirigido contra las gremiales agropecuarias o contra el propio Astori, artífice principal de una reforma tributaria que pretendía consagrar, justamente, ese principio. ¿Estamos ante una crítica al actual sistema tributario, es decir, al astorismo? Para el MPP ¿quién está tributando más actualmente sino el que tiene más? ¿No estábamos ya en el mejor de los mundos posibles?
Las preguntas son puramente retóricas, porque la respuesta es conocida aunque no se diga en voz alta: la campaña del sector del presidente no tiene otro horizonte más que el de la interna frentista, donde la orientación económica liderada por Astori nunca terminó de ser asimilada.