Mi nota de la semana pasada produjo reacciones inesperadas. Dije allí que lo que valoraba como sustantivo en mi puesta en escena de "Qué tupé" era una reflexión sobre el arte y la vida, sintetizada en esa bella foto del Dr. Enrique Beltrán Mullin, posando junto al niño Lucas Papariello, que lo interpreta en la ficción.
El foro de los lectores, en cambio, se centró en el tema histórico de la obra: si Batlle y Ordóñez fue un gran estadista o un déspota, si Beltrán tiró al piso o a matar, si el lance caballeresco debería aplicarse aún hoy, para que los políticos no se injuriaran tanto, etc.
La derivación más espectacular la aportó el viernes pasado el Dr. Julio María Sanguinetti, quien denunció en su editorial de "Correo de los Viernes" que nuestro espectáculo forma parte de una agenda de actos conmemorativos del aniversario del Partido Nacional. Aclaro al ex presidente y querido amigo que no es así. Y lamento que se busquen suspicacias partidarias en una obra de arte que no las tiene. Reivindico mi derecho a exponer sobre el escenario visiones personales de la historia del país, que pueden ser aceptadas o no, pero que en ningún caso participan de teorías conspirativas con espurios propósitos electorales. En mi versión de la novela de Diego Fischer intento evitar la simplificación panfletaria: si lo logro o no, dependerá de mi talento, pero no de mis intenciones. Por allí incluyo un monólogo que pronuncia Batlle y Ordóñez, que es de mi autoría: "Bla. Bla. Bla. Eso es lo único que saben hacer los blancos. Criticar. Agraviar. Manchar a la gente de bien, como ahora a Brum. Escandalizarse porque llevamos la laicidad a las escuelas y los hospitales, librándolos de crucifijos y sotanas, limpiando al país de toda esa retórica hipócrita, que divide a los niños entre puros y bastardos, que premia la obsecuencia con el paraíso y castiga la rebeldía con el infierno. Basura. Y cuando alguien se propone no hacer la plancha, provocar los cambios, democratizar al país en serio, ahí saltan ellos, los blancos, Beltrán, Aguirre, Rodríguez Larreta, Ramírez, jovencitos presumidos, incapaces de aquilatar el daño que están haciendo con sus plumas..." y enseguida una respuesta de Batlle a su mujer, sobre la continuidad de su influencia en el poder: "El Uruguay no tiene vuelta atrás, Matilde. Este no es un país de cajetillas. Este es un país obrero. Por las venas de la gente corre sangre anarquista. Nunca van a seguir a un grupito de nenes bien que juegan al tenis". Es cierto que también muestro a Batlle y Ordóñez practicando clientelismo electoral mediante el reparto de empleos públicos y prebendas, lo que enoja a quienes sólo pueden mirar al personaje subido a un pedestal inmaculado. Y es porque creo firmemente que el arte debe abordar la historia con espíritu crítico, sin ataduras, mostrando a sus protagonistas en sus contradicciones humanas y no como semidioses. Si la interpretación subjetiva que aporto es incorrecta, aguardo con interés las pruebas que la refuten, pero rechazo enérgicamente cualquier reacción descalificatoria, como denunciar que mi trabajo es un mero instrumento de proselitismo electoral.
En los posteos de los lectores no faltan apreciaciones que desacreditan la trascendencia del conflicto de "Qué tupé", al comparar la muerte de Beltrán con otras que, para ellos, son más significativas o dramáticas. "A nosotros nos mataban por la espalda", señala un lector, en alusión a los crímenes cometidos por la extrema derecha y el terrorismo de estado. Coincido en deplorar la injusticia y el horror de tantas muertes de personas inocentes en los años 60 y 70. Y con la misma convicción, me opongo a hacer distingos entre las víctimas, según el partido o la ideología que las identificaba.
Cuando se discutía la anulación de la ley de caducidad, mi amigo Gerardo Sotelo se lamentaba aquí, en su blog de Montevideo Portal, del patético "intercambio de muertos" en que se había convertido buena parte de aquel debate parlamentario. ¿Qué son exactamente las víctimas de uno y otro bando? ¿Son sólo argumentos de una discusión? ¿Figuritas canjeables para abonar razones y sinrazones ideológicas? No señores, son personas. Vidas humanas pulverizadas por la aplanadora de la historia. Deberíamos empezar por respetarlas, evitando el simplismo inmoral de usarlas para arrimar agua a nuestro molino. Es un poco como esa sobrecogedora exposición llamada "Our body", que está en el sexto piso de Montevideo Shopping. Comparto la impresión de la senadora socialista Mónica Xavier, que puso en duda la pertinencia de exhibir cuerpos de personas muertas cobrando entrada, en una ambigüedad que va del interés científico al morbo más primitivo y cuestionable. Los disensos políticos se parecen a esa exposición: sacamos a "nuestros" muertos de sus tumbas -o del desconocimiento de su paradero- y los ponemos en las poses que se nos antojan, para hacerles decir lo que a nosotros nos interesa que ellos digan. Pero partimos de un error de base: no son "nuestros".
Como artista, me he planteado el desafío, tanto en esta obra como en otras de fuerte contenido político -como "¿Dónde estaba usted el 27 de junio?" y "El estado del alma"- de problematizar la historia, en lugar de reducirla a una moraleja estereotipada a la medida de un interés político o sectorial. En la primera evoqué el ajusticiamiento del peón rural Pascasio Báez por parte del MLN, al mismo tiempo que el del estudiante Líber Arce por el aparato represivo anterior a la dictadura. A muchos, esa visión crítica de ambos extremos del arco ideológico les resultó irritante: me exigían que me definiera ideológicamente en lugar de atacar para todos lados. Pasaron veinte años desde que escribí esa obra, y sigo creyendo que las víctimas inocentes son dignas de recuerdo estén del lado que estén, sin importar quiénes hayan sido sus victimarios ni qué objetivos los motivaban. Hoy me conduelo del destino trágico de Beltrán, que se opuso fuertemente a Baltasar Brum en 1920; tal vez mañana destaque el suicidio principista del mismo Brum en 1933, defendiendo las instituciones. Esto no me convierte en alguien que oscila entre los favores de colorados y blancos. Sólo aspiro a ser un artista que mira la historia sin prejuicios y desde la emoción.