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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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Excursiones a Carrasco para pobres

06.Nov.2011

La fábrica de ignorantes dóciles en que algunos parecen querer convertir al sistema educativo, no es un hecho aislado en la actuación del gobierno. El concepto que subyace a la lamentable idea de bajar los niveles de exigencia, para que más chicos pasen por las escuelas y liceos, y menos deserten, parte de una concepción claramente determinista. Supone que los menos preparados y los más pobres no resisten la calidad educativa, por eso hay que bajarla a su nivel de comprensión y aceptación. El presidente Mujica lo ha dicho con otras palabras la semana pasada: tras asumir que la formulación de un propuesta global para cambiar la educación es "medio imposible", dijo que "hay cifras y diagnósticos de todo tipo, pero lo que no está claro es por qué no enamoramos a los gurises". Con su franqueza habitual, el presidente desnuda el prejuicio que paraliza a la administración de la enseñanza. Del mismo modo que un jerarca del MEC entendió escandaloso que una directora de liceo marcara claramente su autoridad ante estudiantes omisos en sus deberes, el presidente ahora se lamenta de no poder "enamorar a los gurises" con la práctica educativa. Como si los gurises tuvieran necesariamente que enamorarse de estudiar, en lugar de tomarlo como lo que es, su obligación para crecer y ser mejores personas. Imagínense al gobierno llamando a licitación a las agencias de publicidad para que diseñen los programas de enseñanza con técnicas persuasivas. Imagínense a Equipos Mori o Cifra haciendo una encuesta entre estudiantes liceales, para averiguar qué les gustaría estudiar, qué los enamoraría lo suficiente como para no quedarse en la puerta del liceo tomando vino. Imagínense agregando en el Instituto de Profesores una materia de Stand up, para que los docentes den clase con humor, haciendo chistes para atraer la atención del público... Tal vez los enamoremos sacando de los programas de Literatura textos aburridos como la Divina Comedia y el Cid Campeador, y poniendo en su lugar el análisis de las letras de los Pibes Chorros...

Resulta inquietante que quienes tienen el poder de dar vuelta esta realidad decadente, manifiesten una concepción tan errada y malsana. No vamos a cambiar hasta que no entendamos que la educación es una obligación de los jóvenes, les guste o no les guste, les divierta o les aburra. Porque les da las herramientas imprescindibles para ser libres, desarrollar su espíritu crítico, adquirir conocimientos y valores por su propio bien y el de la sociedad.

Una educación pública de alta calidad es lo único que asegura movilidad social, algo que existía en nuestro país antes de que la Suiza de América iniciara su inexorable proceso de latinoamericanización, con una pequeña clase alta, una creciente clase baja y una clase media agónica. La tradicional movilidad social uruguaya -tal vez la mejor herencia del primer batllismo- permitía que el hijo de un zapatero pudiera ser doctor, que la segunda generación de los gallegos pobres que dejaron la vida atrás de un mostrador de boliche, fueran profesionales que construyeron su prosperidad y la del país. Hoy, el deterioro de la educación pública otorga un paradójico beneficio competitivo a los egresados de los buenos institutos privados.  José Pedro Varela, de rodillas, hoy tiene dos pies sobre su espalda: el de Tinelli, y también el de los pedagogos populistas que insisten en las ventajas de una enseñanza devaluada, especial para pobres.

En esta concepción ideológica hay mucho de ese romanticismo sesentista que confundía miseria con pureza de espíritu y éxito personal con codicia y corrupción.

Otra noticia de la semana pasada evidenció la permanencia de ese reflejo condicionado en los gobernantes. Un jerarca municipal está preocupado porque la próxima reapertura del Hotel Carrasco profundice "la segmentación" de ese barrio, transformándolo en "una zona de élite, más de lo que ya es". Agrega: "filosóficamente apostamos a una ciudad integrada, y si bien Carrasco es un barrio para sectores altos, no queremos convertirlo en un sector exclusivo". Lo que debería desvelar al funcionario no es que los pobres se acerquen a Carrasco, sino que el país ofrezca a los pobres la oportunidad de crecer socialmente en base a su capacitación, talento y esfuerzo, para que algún día, si así lo desean, puedan mudarse allí. El ejemplo que pone este jerarca municipal es realmente revelador: "queremos que si hay un matrimonio de gente humilde que se está casando y quiere ir a sacarse fotos en el hotel, se las pueda sacar. Esa es un poco la idea". Un poco la idea es que los pobres miren la prosperidad desde afuera, la ñata contra el vidrio, como esas cosas que nunca se alcanzan.

Ser pobre no es un valor a defender, es una injusticia a corregir. Y nada como una educación pública exigente y de calidad para lograrlo.