En un revelador posteo a mi columna de la semana pasada, se me reprochó el que haya dicho que el presidente no representa un modelo digno de emulación. El lector comienza con una crítica que me resulta totalmente compartible: "¿cómo que Mujica no representa un modelo a emular? ¿Su honestidad y dedicación al trabajo, su ánimo componedor y transigente no es modelo a emular?". Hasta ahí puedo estar de acuerdo. Pero vayamos a la segunda parte de su razonamiento: "¿cuál es el modelo que se prefiere seguir? ¿El de los cajetillas finos que afanan?". Esta simplificación feroz, según la cual los dirigentes políticos atentos al ejemplo que dan a la ciudadanía son "cajetillas finos que afanan", me lleva como por un tubo al tema que quería tratar esta semana: el del ascenso de la cultura lumpen.
Cuando hablo de cultura lumpen no me refiero a la carencia de referentes intelectuales, sino a su desprecio. Cualquier persona tiene todo el derecho del mundo de desconocer a Shakespeare, Mozart u Onetti. Lo que no está bien es conocerlos y menospreciarlos. Saber que los valores culturales están allí, pero optar libremente por prescindir de ellos, identificándolos con clasismo o corrupción. Nuevamente aparece ese prejuicio tan extendido entre tantos uruguayos: que hay una superioridad moral en la pobreza y la ignorancia, lo que lleva a construir la falsa oposición de que los cultos y refinados son necesariamente ricos y corruptos. Sobre esto escribí hace ya algún tiempo una nota titulada "La ignorancia podrá no ser un defecto, pero tampoco es un mérito":
http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_46072_1.html.
Si a esta línea de pensamiento le sumamos la habitual tolerancia de la opinión pública a los cantitos violentistas de las barras bravas, el rating triunfante de los programas de TV que degradan a las personas y el fracaso de la enseñanza media, estamos ante un cóctel molotov que puede hacer explotar (si ya no lo hizo) el nivel cultural que enorgullecía al país de otros tiempos.
"Búsqueda" recogió otra frase del presidente Mujica, esta vez proferida nada menos que en el Institut Pasteur de Montevideo. Refiriéndose a la importancia de pedir la colaboración de comunidades científicas extranjeras para enriquecer la investigación en Uruguay, vean lo que dijo: "Esto debe ser una colecta permanente. Debemos estar como los pibes en el semáforo: mangueando todo lo que pasa". Cuando una verdadera tragedia nacional como la mendicidad infantil -que recorre los gobiernos de todos los partidos y que ninguno ha logrado erradicar- se convierte en un mero ejemplo para referirse a algo positivo, implícitamente estamos avalando su existencia como normal y justificable. Esa falta de sutileza expositiva es representativa de la cultura lumpen.
En otro orden, esta semana fue muy comentado el caso de un exitoso conductor radial, el licenciado Orlando Petinatti, que ironizó ante cámaras, en plena Teletón, contra un muchacho gay que no podía hacer una pila de manzanas, diciéndole que si hubieran sido bananas lo habría logrado. Eso también es cultura lumpen. He escuchado en algunas oportunidades a Petinatti defenderse de quienes critican su peculiar estilo de burla al diferente y en especial al homosexual, diciendo que la gente es libre de cambiar de emisora o de canal. Este es un argumento falaz, porque con el mismo criterio podríamos incitar al odio racial o a la violencia en un programa, ya que el espectador tiene la libertad de ver otra cosa. No se entiende cabalmente que los comunicadores tenemos responsabilidades inherentes a nuestra profesión, y que al igual que el presidente, estamos todo el tiempo dando ejemplo con nuestros dichos y acciones. Un tercer acontecimiento de la semana repitió el patrón lumpen que gana adeptos entre las mentes uruguayas. El sindicato de profesores desafilió a una colega que había participado en el equipo que diseñó el programa Promejora. Los representantes de ADES guardaron silencio sobre la resolución, y por lo que leí, el primero que emitió una declaración justificatoria fue Juan Castillo. Para él, es lícito que si el sindicato toma posición contraria sobre una determinada iniciativa, expulse a aquellos integrantes que la defienden. La tradición liberal que viene desde la revolución francesa, con aquello de "no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo", se cae con un soplido. Pero atención: no es un soplido de un sindicato integrado por personas incultas o escasamente preparadas. Son profesores, son los encargados de incentivar el espíritu crítico y la tolerancia a las ideas ajenas entre los jóvenes. Pasar por la puerta del I.P.A. puede deparar hoy un dolor semejante. Una gran pintada sobre su fachada dice "Promejora = Promercado", un mensaje que tergiversa un plan que ya fue explicado hasta el hartazgo, y que nada tiene que ver con educar para el mercado. ¿Para cuándo la rebelión de los racionales contra la cultura lumpen? ¿Acaso todos los estudiantes del I.P.A. están de acuerdo con esa pintada? ¿Y la dirección del instituto? ¿Acaso todos los afiliados a ADES coinciden en que se debe purgar -al mejor estilo fascista o estalinista- al compañero que con todo derecho piensa diferente? Si así se comportan los educadores, ¿qué podemos esperar de los conductores de televisión?