Creo que asiste la razón a Gabriel Pereyra cuando, en su columna de "El Observador", critica a la oposición por usar la inseguridad pública con intencionalidad política. El periodista se pregunta, por ejemplo, "¿qué política de seguridad es la que lograría impedir que un joven adicto mate a otro en la calle de un barrio periférico en procura de un par de championes?", o "¿cuál es la estrategia y el despliegue táctico que deberían aplicar las fuerzas del orden para que un tío no mate a su sobrino, como ocurrió en estos días?" Es así: la oposición da la pauta de estar sirviéndose de los terribles hechos de sangre de las últimas semanas, como si el ministro del Interior fuera culpable de ellos y como si se pudiera emplazar un policía dentro de cada casa y en cada esquina.
No es más que un intercambio de figuritas: antes del 2005, el Frente culpaba a los gobiernos colorados y blancos de la inseguridad pública, explicándola por la pobreza y marginación, producto del manido cuco del neoliberalismo.
Responsabilizar al gobierno, antes y ahora, es una explicación pobre a un problema complejo. También lo es el argumento archiconocido de extenderlo a toda la sociedad: parece una broma de mal gusto suponer que un trabajador honesto, asesinado por un par de pastabaseros, deba asumir una cuota parte de responsabilidad en su propia desgracia.
Por otro lado están quienes restan importancia al problema, porque lo enmarcan en un fenómeno mundial y especialmente latinoamericano. Eso me suena al consuelo de los tontos, un poco como aquel inefable consejero de secundaria que prefería comparar el nivel educativo de nuestros niños con el de los argentinos y bolivianos, en lugar del que distingue a los finlandeses.
Alguna vez fuimos una sociedad integrada e integradora y la Suiza de América, en ese entonces, no fue un eslogan autocomplaciente sino una definición de la realidad. Parece bastante estúpido justificar el escándalo de que ahora los chorros entren a una casa y maten a una familia a palazos, con el argumento de que eso mismo ocurre en países vecinos. Además, últimamente no faltan los bienpensantes que le quitan valor a la frase "te podría haber pasado a vos", haciendo ostentación de una soberbia que no logra esconder el desprecio ante el dolor de tantas víctimas.
Seguramente habrá expertos en seguridad que podrán aportar al gobierno ideas innovadoras que ayuden a mejorar este desastre. Con mis limitados conocimientos sobre el tema, intuyo que la acentuación de la represión no es el camino de salida: si mañana encarcelamos a los chicos de 16, seguramente aparecerán más delincuentes de 15 y 14.
Lo que siento es que una verdadera solución, lenta pero segura, pasa por algo aparentemente ajeno a los hechos delictivos en sí mismos. La sociedad se ha desmadrado por múltiples causas y todas ellas coadyuvan a que la vida humana no valga un centésimo, y el comportamiento ético sea más digno de burla que de homenaje.
1. YO NO MANDO, NADIE OBEDECE
Estamos en una época de franco deterioro del concepto de autoridad. Una de las peores secuelas de la dictadura fue justamente ésa: colocó en nuestros cerebros la tara de que ejercerla equivale a ser autoritario. Esto hace, en lo macro, que el presidente negocie eternamente, en busca de soluciones consensuadas que nunca se producirán, porque cada grupo de presión defenderá sus privilegios con uñas y dientes, y no hay manera de obtener beneficios para la sociedad sin que algunos salgan perjudicados (léase FENAPES o banca oficial de AEBU). En lo micro, esto se expresa en el fracaso de generaciones de padres como la mía, que crecimos bajo el autoritarismo de la dictadura, y ahora mostramos con nuestros hijos una liviandad rayana en la indolencia. Muchos chicos provenientes de familias acomodadas, por esta razón, concurren a centros educativos privados a calentar los bancos. Y en entornos sociales más comprometidos, la liviandad y la indolencia se traducen en las decenas de miles de "ni ni" sin presente ni futuro. Parecería que los padres perdimos la capacidad de educar a nuestros hijos en la mística del esfuerzo. Como si estuviéramos demasiado complicados para enredarnos con ese lío de marcar límites y exigir obligaciones. No es tan raro que en tal marco, haya chiquilines que elijan la vía del delito. Total, si todo vale.
2. VOS VEGETÁ, YO TE PAGO
Consecuentemente con lo anterior, el gobierno supone que la solución a ese desvío de las nuevas generaciones se arregla repartiendo plata. Con esto humilla a los jóvenes que trabajan para pagarse los estudios, empujándolos a la emigración o al resentimiento. Una y otra vez se inventan retribuciones clientelistas sin contraprestación. Ese mecanismo refuerza en los muchachos la sensación de que son beneficiarios de derechos pero carecen de obligaciones. Las prioridades se dislocan: manguear en un semáforo se convierte en una placentera actividad al aire libre, en la que incluso se puede ganar más plata que haciendo las ocho horas.
3. YO SOY POBRE, VOS UN EXPLOTADOR
En el colmo del desbarranque intelectual, siempre aparece alguna autoridad de gobierno que manifiesta simpatía por los pobres y rencor hacia los burgueses explotadores, platudos y cajetillas. Un alcalde de Punta Carretas salió a justificar los hurtos en su barrio, porque si ahí había gente con guita, ¿cómo no iban a venir los chorros? El presidente Mujica se excusó hace poco de un exabrupto contra un periodista, explicando que éste no era tal, que era "un patrón". Es lamentable que personas que ocupan cargos y, como tales, deben constituirse en modelos de conducta, perpetúen el lugarcomunismo sesentista. Para algunos en este gobierno está tan bien mirado ser pobre, que no es raro que haya chiquilines que elijan esa condición con orgullo. Y menos raro que traten de afanarle algo a cualquier "patrón". Si estos valores no estuvieran tan trágicamente invertidos, se entendería que el gobierno está allí no para glorificar a los pobres y repartirles migajas, sino para poner toda la maquinaria del estado en el propósito de ayudarlos a salir de esa situación, con educación y cultura del esfuerzo.
4. CUANDO ESCUCHO LA PALABRA CULTURA, PONGO A LOS WACHITURROS
Recuerdo el testimonio de un padre de familia, cuya casa en El Pinar fue copada. Los delincuentes lo ataron a él, a su mujer y a sus hijas pequeñas, y mientras desvalijaban la casa y los amenazaban con revólveres, bailaban el éxito de moda de los Wachiturros. Hay un correlato entre la inseguridad pública y el pozo cultural en que está sumido el país. El Uruguay de Juan Carlos Onetti, Alberto Restuccia y Leo Maslíah se está transformando en el de Damas Gratis, Tinelli y Jorge Rial. Seguimos arriando banderas culturales, con una televisión abierta que en su mayor parte no asume responsabilidad social, y una televisión pública que, con la excepción del canal para abonados municipal, no invierte en producción nacional que dignifique las pantallas ante tanta barbarie. La ópera y el teatro siguen siendo un privilegio de las élites; sólo la música popular y el carnaval manifiestan lozanía, y el ballet del SODRE es una isla de alta calidad al alcance de todos, gracias a una gestión eficiente que debería replicarse en los demás servicios del estado. En el hecho cultural masivo que es el fútbol, siguen sin tomarse medidas rigurosas contra las barras bravas que entonan cánticos de apología de la violencia y el crimen. En múltiples "templos" esparcidos por todo Montevideo, sigue dándose vía libre a falsos predicadores que lucran probadamente con la inocencia de la gente, obligándola a dejar allí el diez por ciento de sus ingresos y vendiéndole baratijas con burdos engaños. Nadie hace nada, supuestamente por respeto a la libertad de cultos. En el fondo, se está promoviendo la libertad de curros. ¿Cómo no van a robar los chiquilines, con el ejemplo de estos ladrones profesionales? La violencia doméstica sigue siendo el peor y más vergonzante flagelo del país, pero la concientización sobre ella continúa a cargo casi exclusivo de organizaciones no gubernamentales. Con tantos recursos que se vuelcan en publicitar lo lindos que son los monopolios de UTE y ANCAP, ¿no podría encararse una campaña masiva a nivel nacional de amparo a las víctimas? La sensación que queda en estos temas es de una impunidad generalizada, terreno fértil para la mentalidad delictiva del vale todo.
Esta lista de causas del desmadre social no es exhaustiva e invito a los lectores que incorporen cuantas crean convenientes.
Tal vez hagamos reflexionar a los políticos y los grupos de presión sobre la importancia de tomarse en serio el cambio educativo, social y cultural que no pueden seguir postergando.